14/12/08

Una antorcha

Érase una vez un poblado de la alta montaña que sufrió unos embistes muy grandes por unas tormentas, con unos vientos huracanados, y todo el pueblo quedó en la más completa oscuridad. Nadie podía distinguir cuándo era de día o cuándo era de noche. Todas las cerillas habían volado como por arte de magia. Vivían sumidos en la profundidad de las tinieblas. Eran monstruos con forma humana, algunos prácticamente irreconocibles, desformados en su totalidad.

Aunque ellos no lo sabían, la Navidad, el Espíritu de la Salvación, estaba por venir, pero nadie podía decir cuándo ni cómo.

Un día apareció un hombre sencillo y bueno, alegre, en una mano llevaba un rosario, en la otra una antorcha. Se sentó en lo que hacía muchas décadas había sido un banco, y comenzó a rezar. Al pronto, todos aquellos habitantes que ya no se acordaban de la luz, fueron apareciendo como pequeños fantasmas.

El hombre empezó a decirles cómo allanar su propio camino, y para ello era preciso pulir pequeños promontorios, pero también sería conveniente rellenar esos grandes baches, donde tantas veces habían caído, debido a su ceguera.

Este hombre se llamaba Juan, y era el testigo de la luz, por eso en su mano portaba la antorcha, pero el verdadero Salvador era él mismo, la luz. Quien se acercaba a él, quien hacía su voluntad, no volvía a tener tinieblas, y para ello sólo era preciso estar alegres, rezando continuamente, dando gracias por todo lo recibido, que era mucho más que mucho. ¡Era todo! Todo era recibido. Porque el Espíritu estaba sobre ellos, por el bautismo.

¿Dónde pasaba todo esto? Era en tu pueblo, en tu ciudad, en esos barrios llenos de intereses creados, de politiqueo, de políticas de ladrillazo. Era en Betania, al otro lado del río. Era un poco antes del bautismo, antes de la renuncia al mal de todo corazón, era antes de la conversión.

Por la Navidad, se formó la Sagrada Familia, y por ella la luz, por su Hijo, la luz ya no faltó nunca más. Tan sólo quedaron sin ella los que voluntariamente se alejaron de la Luz.

Si nos alejamos del Bien, ¿a dónde vamos? Creo que al mal.

¿No parece ya que este mundo está necesitado de luz?

Si tú y yo, portáramos una antorcha, si aquél de allá y este de aquí abajo, si vosotros doce, si aquellos de más lejos, si todos cogiéramos una antorcha, el mundo volvería a brillar de tanta Luz.

Entonces: ¿Tú quién eres?

1 comentario:

  1. Anónimo14/12/08

    Intento ser la llama de una cerilla, para unirme a miles de llamitas como la mia y así formar una gran antorcha que ilumine el mundo.

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