25/8/12

¡Cómo sabes que no te gusta si no lo has probado!

Ya en aquellos tiempos, le decían los mismos seguidores de Cristo, al Señor Jesús, “dura es esta enseñanza, ¿quién puede escucharla?”

Hoy ocurre lo mismo, ¡ni más ni menos!, en todos los tiempos, caminar junto a Jesús ha sido difícil, muchos lo critican y abandonan, porque Él nos dice cosas, nos da palabras de Vida eterna, y yo, sin embargo, prefiero esas cosas, más terrenales, más de la carne, que me hacen sentir mejor, más feliz. Pero ¿es esto cierto, soy realmente más feliz?

Ya el mismo Josué cuestionó a su pueblo a quién debían seguir, o mejor dicho, a quién querían seguir. Es decir, al Señor como verdadero Dios, o a otros señores, a los falsos dioses, a ciertas posesiones, a ciertas ilusiones... Él, Josué, declaró a todos desde su libertad, como la tuya y la mía, para obrar bien o para obrar mal, para desear lo uno o desear lo otros, él dijo: “Yo y mi casa serviremos al Señor.” Y san Pablo dice más o menos lo mismo, pero si embargo muchos al leer, o escuchar: “las mujeres que se sometan a sus maridos...” Por esta palabra, “someter”, ponen el grito en el cielo, sin haber escuchado el comienzo de este relato, “sed sumisos unos a otros con respeto cristiano”. Luego está hablando de un modo cristiano, tal y como los seguidores de Cristo deberíamos hacer, y cómo Él, el Señor, quiere que lo hagamos. Eso en aquellos años, donde la mujer no pintaba nada en la sociedad. Es todo un canto de alabanza hacia la mujer, y para afirmar esto, tan sólo hay que escuchar lo que dice a los maridos: “amar a la mujer es amarse a sí mismo”. Y prosigue redondeando y elevando el tema sobre el cual estamos reflexionando: “Nadie jamás ha odiado su propia carne”. Y aún más: “Como Cristo hace con su Iglesia”, porque Él dio la vida por ella, es decir, pide a los esposos que las quieran hasta incluso entregar su vida por ellas.

¿Aún piensas que hay un menosprecio en la figura de la mujer, con relación hacia los esposos?

Quizás tengas razón, y hoy se llame violencia de género, pero ésta, está muy alejada de las enseñanzas de Dios. Ya entonces, muchos no creyeron que Jesús era el Hijo de Dios, Dios mismo, y por eso lo abandonaron, no entendieron lo que significa amar a sus enemigos, no entendieron lo que significa respetar a sus esposas, “y muchos de sus discípulos se fueron y no volvieron a ir con Él”.

Y Jesús al resto les preguntó, como también nos pregunta a nosotros: “¿También vosotros queréis marcharos?” ¿Qué contestas tú?

¡Qué difícil es seguir al Señor, porque es muy difícil creer que el otro tiene incluso más razón que yo mismo! ¡Qué felicidad! Es seguirte, Señor Jesús, porque nosotros sabemos que Tú tienes palabras de Vida eterna.

Tú eres el Señor, mi Dios. ¡Te bendigo, Señor, en todo momento

19/8/12

Tendriamos que dar más ejemplo

Un amigo me decía días atrás: “¡Yo no voy nunca a la iglesia! ¿Para qué voy a ir?” Tranquilamente le dije que quizás tenía razón, para qué ir, si el ejemplo que damos los que vamos es muy flojo. ¿Cómo van a ir para hacer lo que hacemos nosotros?

Miremos juntos, pongamos unas cámaras de video y grabemos la misa. Al empezar, unos pocos, antes de proclamar el Evangelio algunos más, y para la comunión todos los que van. ¿Acaso la misa se puede separar de todo un Cuerpo? ¿Sirve la comunión, para toda la misa?

Es cierto, quizás mi amigo, Vicente, tenga razón. Criticamos cuando el sacerdote mira varias veces el reloj. Incluso en la consagración -¿tendrá prisa?-. en otras ocasiones ni tan siquiera nos deja hacer los tres silencios: acto penitencial, post-homilía y post-comunión. El silencio es parte de la celebración, y no lo digo yo, sino la “Editio Typica Tertia Missalis Romanis”, o dicho de un modo más claro, la Ordenación General del Misal Romano, que se aprobó en el año 2002, hace justamente ahora siete años, y que en España se publicó en el 2005, por los co-editores litúrgicos.

Entonces: ¿Por qué no se guardan los tres silencios? Perdona, en la página treinta y uno, al final de la misma encontrarás “El Silencio”.

Como nos dicen, el silencio es parte de la celebración, y ha de guardarse, es silencio sagrado. Y se marcan estos tres momentos para recogerse en el interior, meditar sobre lo que se ha oído y por último poder alabar a Dios dentro de mí ya, por eso Jesús hoy nos recuerda: “Os aseguro, si no coméis de mi carne y bebéis mi sangre, no tenéis vida en vosotros.” O sea, que estoy muerto en vida. Que sólo la tristeza, la angustia, el rencor, los celos, las envidias, el pensar mal... viven en mí. Nada más.

Cuando me acerco al altar, el sacerdote me dice: “El Cuerpo de Cristo”, y yo digo “Amén”. Que es lo mismo que decir “así lo creo yo también”. Que el verdadero cuerpo y sangre pasan al mío para darme vida, aquí y ahora, y allá, en la eternidad.

Cristo viene a mí, y yo soy Él. ¡Qué maravilla!

Y entonces hago Comunión –Koinonía en griego–; es cuando formo y forma parte de mí. Yo soy Él, y Él es yo. Y todo esto aún sigue, ya que esa palabreja griega viene de otra que es Koinonós, que se traduce por “compañero”, “participante”.

La comunión es el fruto del Espíritu Santo, y nos hace sentirnos verdaderos hijos de Dios.

Y me pregunto, ¿esto se puede hacer a medias? ¿Se puede vivir sin sentir? ¿Seguiré llegando tarde a misa, por vagancia, porque quizás no siento nada?

Qué necesitados estamos de verdaderas catequesis, no me extraña que no demos el ejemplo debido.

¿Se guardarán los tres silencios, con el profundo y debido respeto?

Todos servimos al mismo, posiblemente con estos calores deberíamos cuestionarnos si servimos, o si simplemente vamos.

¡Va por todos nosotros, grandes y pequeños! Quien tenga oídos que oiga

12/8/12

LO QUE ALIMENTA DE VERDAD

No digo tener yo la razón, lo que sí que digo es lo que siente mi corazón, lo que me hacen sentir y lo que veo de prodigioso con mis propios ojos. Tú, lo puedes llamar como quieras: signos, milagros, proezas, fenómenos, no me importan las palabras que puedan definir un hecho, lo que sí me cautiva es el sentimiento que se puede generar en el corazón de cada hombre.

Hoy, voy a contar una pequeñas historia. Una señora de cuarenta y pocos años, con varios hijos, separada varias veces de sus maridos, y que vive su vida. Desde hace varios años está con una depresión que la deja postrada, tirada en el sofá, sin gana de vivir y deseando la muerte, como el profeta Elías. Tumbada, todo el día durmiendo, desnutrida por no querer comer. Su vida ha estado marcada de médicos de pago, se ha gastado mucho, primero uno le diagnostica una cosa, para posteriormente otro negarlo y cambiar el tratamiento. Así han pasado los años, toda la familia volcada en ella, pobrecita, mírala que enfermita está, qué pena que me da.

Un buen día, no hace mucho, su hermana mayor le arremete con que ella no la puede ver así, abandonada en sí misma y sin aportar nada positivo por su parte. ¡Ya está bien de tanto abandono! Dúchate, hueles fatal y no me extraña que des asco. Y luego vente conmigo que te voy a llevar a la iglesia.

Como puedes pensar, esta conversación tiene matices que no expongo por no alargarme más, pero es totalmente cierto lo que te estoy contando.

Ella, la enferma, más arreglada y limpia, acude y con su hermana se marcha al sagrario. Allí, de rodillas, hace lo que le ha indicado. Las lagrimas resbalan por sus mejillas, no se mueve. Mira fijamente al “cajoncito” y encuentra que está tranquila, más serena que en todos estos años. La misa comienza, y Jesús, tomando la palabra, nos dice: “No critiquéis... todo el que escucha lo que dice el Padre aprende, y viene a mí”.

Ella vivió la escucha, las palabras de la Palabra, le tocaron. Su atención era máxima. Llegó el momento de comulgar, fue con su hermana y lo hizo, y el que “coma de este pan vivirá para siempre”.

¿Quieres saber un poco más? Ella se ducha a diario y se arregla, no está bien todavía pero —y aquí viene la mano de Díos— ha ido al médico de cabecera, y tras unos análisis completos, ha acertado. La ha tomado en serio. Le ha retirado casi toda la medicación y está muchísimo mejor, ya no quiere morir. Su médico de cabecera siempre estuvo ahí, ¿y por qué no fue? Tú puedes llamarlo como quieras pero, ¿por qué ahora ha ido al médico sin gastarse un euro? ¿No será obra del Señor? Quién come de su pan, tiene vida, y fortaleza para avanzar por estos camino, a veces tan duros y complicados.

Aún no he terminado, ella, por si te interesa, reza todos los días el rosario, cuando friega lo hace mentalmente, aunque no lo lleve en la mano ella aprovecha cualquier ocasión para rezarle a la Santísima Virgen María. No ha sido la única vez que ha asistido a la Iglesia, y te cuento esto porque esta señora no había pisado una iglesia desde su primera comunión. Es más, la ha atacado siempre que ha podido, a los curas...

Hay milagros, ¿o no lo hay en la vida diaria? Ella cree que sí, yo sé que si, y ella sabe que la oración le está ayudando en todo, en lo material y en lo espiritual.

Me entran ganas de hacer una pregunta, pero no la hago, no quiero criticar. Pero reflexiona sobre ella y sobre ti.

5/8/12

Santo cura de Ars. Una de sus catequesis

Consideradlo, hijos míos: el tesoro del hombre cristiano no está en La tierra, sino en el cielo. Por esto nuestro pensamiento debe estar siempre orientado hacia allí donde está nuestro tesoro. El hombre tiene un hermoso deber y obligación: orar y amar. Si oráis y amáis, habréis hallado la felicidad en este mundo. La oración no es otra cosa que la unión con Dios. Todo aquel que tiene el corazón puro y unido a Dios experimenta en sí mismo como una suavidad y dulzura que lo embriaga, se siente como rodeado de una luz admirable. En esta íntima unión, Dios y el alma son como dos trozos de cera fundidos en uno solo, que ya nadie puede separar. Es algo muy hermoso esta unión de Dios con su pobre creatura; es una felicidad que supera nuestra comprensión. Nosotros nos habíamos hecho indignos de orar, pero Dios, por su bondad, nos ha permitido hablar con él. Nuestra oración es el incienso que más le agrada.
Hijos míos, vuestro corazón es pequeño, pero la oración lo dilata y lo hace capaz de amar a Dios. La oración es una degustación anticipada del cielo, hace que una parte del paraíso baje hasta nosotros. Nunca nos deja sin dulzura; es como una miel que se derrama sobre el alma y lo endulza todo.
En la oración hecha debidamente, se funden las penas como la nieve ante el sol. Otro beneficio de la oración es que hace que el tiempo transcurra tan aprisa y con tanto deleite, que ni se percibe su duración. Mirad: cuando era párroco en Bresse, en cierta ocasión, en que casi todos mis colegas habían caído enfermos, tuve que hacer largas caminatas, durante las cuales oraba al buen Dios, y, creedme, que el tiempo se me hacía corto.
Hay personas que se sumergen totalmente en la oración, como los peces en el agua, porque están totalmente entregadas al buen Dios. Su corazón no está dividido. ¡Cuánto amo a estas almas generosas! San Francisco de Asís y santa Coleta veían a nuestro Señor y hablaban con él, del mismo modo que hablamos entre nosotros. Nosotros, por el contrario, ¡cuántas veces venimos a la iglesia sin saber lo que hemos de hacer o pedir! Y, sin embargo, cuando vamos a casa de cualquier persona, sabemos muy bien para qué vamos. Hay algunos que incluso parece como si le dijeran al buen Dios: «Sólo dos palabras, para deshacerme de ti ... »
Muchas veces pienso que, cuando venimos a adorar al Señor, obtendríamos todo lo que le pedimos si se lo pidiéramos con una fe muy viva y un corazón muy puro.