10/8/08

La oración

Jesús necesitaba descansar, relajarse, pensar, pasar el mal trago de la decapitación de su pariente. Pero no lo dejamos, y después de atendernos, con una comida que nos deja saciados, a sus discípulos los manda para la otra orilla, y cuando los despide a todos, entonces y sólo entonces, llega su momento, el de la oración, tan vital y necesaria. Se eleva con ella, sube al monte, se une al Padre y se funde con Él. La oración siempre nos levanta.

Es la que nos da la confianza para seguir haciendo lo nuestro, lo de todos los días, aún a pesar de que puedan soplar vientos contrarios. Cuántas veces nos parece que las cosas no salen a nuestro entender, incluso da la impresión de que van en contra nuestra, o que te miran mal, o que comentan de ti, o que la sociedad...

¿Quién no ha perdido a un amigo? ¿Quién no se ha sentido traicionado?

Aquí es donde Jesús de nuevo me llena, el Dios Todopoderoso, me conmueve, ¿cómo puedo tener miedo si lo tengo a Él?

Porque lo que me paraliza, lo que me detiene, lo que no me deja ascender es el miedo, esos vientos contrarios que me inmovilizan, que me hacen perder la confianza, por eso San Pedro “empezó a hundirse y gritó: ¡Sálvame, Señor!”

Y enseguida Jesús, gran conocedor de mí, dándome la mano, me dice: “¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?”

Es cierto. He dudado. ¿Y cómo puede ser que dude de ti, Señor, cuando tú me acabas de decir “ven”?

A veces, en el silencio del corazón, medito sobre quién eres, sobre toda tu grandeza, sobre tu poder si yo me pongo en tus manos. ¿Y, cómo puedo dudar?

Realmente es falta de oración, es falta de encuentros, para conocerte tengo que encontrarme contigo a menudo. Tenemos que charlar, para que tú mismo me vayas enseñando tantas y tantas cosas.

¡Qué grande eres, Señor! Siempre atento a mi llamada, a mis necesidades. Y menos mal que tú lo haces, porque yo mismo me despisto en ocasiones. Pero tú me llamas, te adelantas a mí, a mi pensamiento. Y todo ello gracias a que me consagro a diario, en el primer momento del día, en cuanto tú me llamas para la oración.

¡Qué bien que estamos juntos! Por esto decimos: “Realmente eres Hijo de Dios.” Dios mismo.

Gracias, amigo Jesús, por esta amistad tan bonita, tan sincera, tan limpia. Y gracias por darme el ciento por uno, aunque a veces es mucho más.

1 comentario:

  1. Anónimo11/8/08

    Cierto es que el evangelio de este fin de semana es otra de las demostraciones del infinito amor que Dios tiene con nosotros, del inmenso amor que Jesús nos ha dado. Me gusta mucho tu oración y desde aquí me uno a ella. Besos

    ResponderEliminar