6/4/09

Un regalo precioso, para reflexionar, sin prisas.

Santo Padre, soy el padre Guillermo M. Cassone, de la comunidad de los padres de Schönstatt en Roma, vicario parroquial en la parroquia de los santos patronos de Italia, San Francisco y Santa Catalina, en el Trastévere.
Después del Sínodo sobre la Palabra de Dios, reflexionando sobre la proposición 55: "María Mater Dei et Mater fidei", me pregunté cómo mejorar la relación entre la Palabra de Dios y la piedad mariana, tanto en la vida espiritual sacerdotal como en la acción pastoral. Me ayudan dos imágenes: la Anunciación, para la escucha; y la Visitación, para el anuncio. Santidad, le pido que nos ilumine con su enseñanza sobre este tema. Gracias por este don.

Benedicto XVI:

Me parece que usted mismo ha dado también la respuesta a su pregunta. En realidad, María es la mujer de la escucha. Lo vemos en el encuentro con el ángel y lo volvemos a ver en todas las escenas de su vida, desde las bodas de Caná hasta la cruz y hasta el día de Pentecostés, cuando estaba en medio de los Apóstoles precisamente para acoger al Espíritu Santo. Es el símbolo de la apertura, de la Iglesia que espera la venida del Espíritu Santo.
En el momento del anuncio del ángel podemos ver ya la actitud de escucha, una escucha verdadera, una escucha dispuesta a interiorizar: no dice simplemente "sí", sino que asimila la Palabra, acoge en sí la Palabra. Y después sigue la verdadera obediencia, como una Palabra ya interiorizada, es decir, transformada en Palabra en mí y para mí, como forma de mi vida. Es algo muy hermoso ver esta escucha activa, o sea, una escucha que atrae la Palabra de modo que entre y se transformé en Palabra en mí, reflexionándola y aceptándola hasta lo más íntimo del corazón. Así la Palabra se convierte en encarnación.
Lo mismo vemos en el Magníficat. Sabemos que es un texto entretejido con palabras del Antiguo Testamento. Vemos que María es realmente una mujer de escucha, que en el corazón conocía la Escritura. No sólo conocía algunos textos; estaba tan identificada con la Palabra, que en su corazón y en sus labios las palabras del Antiguo Testamento se transforman, sintetizadas, en un canto. Vemos que su vida estaba realmente penetrada por la Palabra; había entrado en la Palabra, la había asimilado; así en ella se había convertido en vida, transformándose luego de nuevo en Palabra de alabanza y de anuncio de la grandeza de Dios.
Me parece que san Lucas, refiriéndose a María, dice al menos tres veces, o tal vez cuatro, que asimiló y conservó las Palabras en su corazón. Para los Padres, era el modelo de la Iglesia, el modelo del creyente que conserva la Palabra, que lleva en sí la Palabra, y no sólo la ley; que la interpreta con la inteligencia, para saber qué significaba en aquel tiempo, cuáles son los problemas filológicos. Todo esto es interesante, importante, pero más importante aún es escuchar la Palabra que se ha de conservar y que se hace Palabra en mí, vida en mí y presencia del Señor. Por eso me parece importante el nexo entre mariología y teología de la Palabra, del que hablaron también los padres sinodales y del que hablaremos en el documento postsinodal.
Es evidente que la Virgen es palabra de la escucha, palabra silenciosa, pero también palabra de alabanza, de anuncio, porque en la escucha la Palabra se hace de nuevo carne, y así se transforma en presencia de la grandeza de Dios.

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