9/4/09

Jueves Santo 2009

¿Sería yo capaz de dar mi vida por otro? No te preocupes, hoy no te lo voy a preguntar a ti. Hoy sólo voy a pensar para mí, pero lo voy a publicar, aún no se ni por qué, porque ya ves lo que yo hoy, en este Jueves Santo, te puedo decir a ti. Pero aún así, lo voy a hacer.

Repito mi pregunta, ¿sería yo capaz de dar mi vida por otro? ¿Podría yo partirme en pedacitos, para llenar a muchos?

La respuesta es clara. Exactamente lo que estás pensando. Pero, ¿y el miedo? ¿la falta de decisión? ¿dónde se me quedan? Quizás debería preguntarme si estoy preparado para ello.

Hoy celebramos la institución de la Santa Misa, como Jesús quiso, un día antes de morir, repartirse entre sus discípulos. ¿Eran santos? No. Pero lo queremos ser, por eso comulgamos con el Señor Jesús, porque lo deseamos, aunque nuestra propia condición está tan mermada, y estamos tan lejos, que si Él no se entrega por y a nosotros, no hay forma de poder alcanzar el ser buenos. Como carne y hueso, somos muy limitados. Con impulsos que nos hacen desear la mencionada santidad, pero también hay otros que nos impulsan a lugares mucho más bajos.

Por eso en la Iglesia de todos los tiempos los hay buenos, regulares, y por supuesto malos. Pero no seré yo el que diga quién está en cada grupo.

¿Estás libre de pecado? ¿Por qué siempre que pedimos por la conversión de los pecadores, no pensamos que nosotros mismos lo somos? Y quizás lo seamos más que aquellos.

¿Estás libre de culpa? Entonces tú sabrás lo que tienes que hacer. De lo que no me cabe ninguna duda es sobre la santidad de la Iglesia, porque su fundador, Dios mismo, sí es Santo. Nosotros lo queremos conseguir, de ahí que busquemos todo lo que está a nuestra alcance para serlo.

Los sacramentos, verdaderas armas que nos llenan de Espíritu Santo. Como Dios mismo crece en nosotros, a merced de sus sacramentos. Y también el amor al prójimo, amando a tope, entregándonos a los demás, cada uno a los de su perspectiva, según sus posibilidades, en el trabajo, en las amistades, en los compañeros de orden, en el matrimonio, respetando al esposo o esposa.

Los esposos no se pueden santificar individualmente, porque Dios, en el sacramento del matrimonio, les ha revestido de Sí mismo. El esposo se santificará en la esposa, en los hijos, en el trabajo, en lo cotidiano. Pero no por un acto muy bueno que realizó aquel año. Eso es un extra, la vida está en lo cotidiano, y Jesús nos lo enseña con su ejemplo desde su Palabra. La Virgen María, desde la escucha interiorizada, nos permite, nos enseña a que se encarne en nosotros.

Jesús se dio a todos, y allí estaba Judas. Todos, no significa a los que me caen bien, sino a todos, pueblos de toda raza y religión.

Al lavar los pies, se nos hace recuerdo de todo esto, de estar al servicio de los demás, con acciones concretas, desde la humildad.
Llegar a esta humildad es dar un salto hacia la Santidad.

¡Mi felicitación en este día a todos los sacerdotes!

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