11/4/09

Sábado Santo. Un hombre bueno me ha amado, y yo no me he enterado

Ayer veíamos cómo nuestro médico caminaba acompañando a su amor, a la enfermera que trabajaba en el mismo hospital. Ella no lo sabía, no percibió nada de él, pero repensándolo en los días sucesivos, sí que se percató de detalles que él había tenido con ella, como su amabilidad que era muy grande. Pero también lo era con otros. Era su carácter.

Fue al entierro, y escuchó las palabras que dijo el sacerdote en una pequeña y emocionante homilía. Ella no iba jamás a la iglesia, pero hoy unas palabras salidas desde el corazón le han tocado, ha caído en la cuenta: “Es cierto, él me producía bienestar, era muy fácil estar junto a él. Me llenaba de paz, incluso en los momentos de tanta tensión, como ocurría a menudo en las puertas de urgencias.”

El sacerdote habló de cómo Jesús se dio a los hombres. Él dio su vida por salvarla a ella, y también Cristo murió por los hombres, ¿también por mí? Aquellas palabras la tocaron: “Un hombre bueno me ha amado, y yo no me he enterado. Yo que tanto anhelo el amor puro.”

¿Sabes lo que significa morir? ¿Sabes por qué murió Jesús? Proseguía el sacerdote, que por cierto se llama Joseph.

Ella atendió con todo su ser, y la pregunta retumbó de nuevo en ella, pero ahora en su interior. ¿Por qué moría Jesús? Ella lo había oído decir muchas veces, por amor, pero Joseph le dio un enfoque novedoso para ella, y muy llamativo.

“Murió por obediencia, por amor al Padre, Él no se apartó de la Cruz, conocía el significado. Por esa Cruz, Él, Jesús, nos salvaba a todos, como había hecho ese médico en extremo. Porque el mismo médico había salvado ya a muchos de la muerte física, pero ahora lo hacía con su propia vida.

Al mal, sólo se le puede vencer desde el bien. La Cruz significa aceptar tanto lo bonito como lo que no me gusta tanto.

Déjame que te cuente, porque quizás pienses que la cruz solo es pesadez. Escúchame bien:

Iban dos caminando, y uno llevaba una vieja cruz enorme, tanto que casi no podía con ella; mientras que el otro llevaba una cruz nueva, muy pequeña. Éste sonreía, pero el otro también daba la impresión de alegría. Ambos llegaron a un pequeño barranco, pero era muy profundo, la caída era mortal. El primero tendió su cruz enorme y cruzó usándola de puente. El otro no podía, puesto que su cruz era demasiado corta. ¿Qué le sucedió?

El sacerdote no respondió a esta pregunta, no lo sabía, eso era cosa de Dios. Lo que estaba claro era que la Cruz es necesaria para la salvación. ¿Acaso hemos de ser masoquistas? Se preguntaba la enfermera.
Pero el sacerdote prosiguió casi respondiendo a sus dudas: “Sólo por amor se puede aceptar la voluntad de Dios. Recuerden que Él nos ha hecho libres para todo, para lo bueno, e incluso para actuar mal. Él nos ama tanto y nos respeta tanto que nos quiere como somos, con todas nuestras debilidades, nos conoce y espera de nosotros que le pidamos ayuda. Él siempre está de guardia. Siempre está atento a mis necesidades. Con Él el viaje es de otro modo, hay gozo siempre.

¿Hay aquí alguien, que cuando entra en la Capilla de la Adoración, sienta que el Señor Jesús le reprenda por algo? ¿No sienten cómo un inmenso Amor nos rodea y comprende, mejor que nosotros mismos?

Tú y yo hemos de poner de nuestra parte, pero hemos de pedirle a Él que prosiga nuestra labor. Sin Él nada podemos. “Es su inmenso Amor, lleno de misericordia, el que siempre nos está esperando para ayudarnos, como buen Padre que es.”

Cuando besas la Cruz, ¿aceptas las cruces de tu vida desde tu corazón?

El amor vence a todas las normas, esto fue lo que una y mil veces les dijo a los fariseos. Que comprendieran que el Reino que Jesús trajo, ya en la tierra estaba, y por eso había que vivir desde el amor, y no desde las normas, que tantas veces resultaban frías e injustas.

¡Que Jesús nos bendiga, y que la Virgen María y su esposo San José, nos conduzcan hasta Él! ¿Tú lo crees así? Éstas fueron las palabras finales del sacerdote en su homilía, en la misa funeral del buen médico.

¡Feliz Pascua!

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