10/4/09

Por amor (Viernes Santo)

Era una noche muy fría cuando Laura regresaba del hospital a su casa. caminaba deprisa y muy tapada. Con la bufanda bien sujeta al cuello. Las manos portaban unos guantes forrados de lana, y aun a pesar de todo esto, el frío le penetraba por todas partes. Ya en la calle se estaba formando el hielo, como todas estas noches tan frías.

Un monstruo de hombre, un verdadero asesino, la está siguiendo sin que ella se de cuenta de nada. A grandes zancadas se está aproximando a ella, quien ya lleva las llaves en la mano, pues su apartamento está a tan solo unos cien metros. De repente sale ente unos coches un médico compañero y enamorado de ella, aunque ella no sabe nada de todo esto, quien está viendo las intenciones del perseguidor. Nuestro buen hombre se interpone en el camino del canalla, quien viéndose descubierto inserta un duro golpe con el cuchillo de cocina que llevaba oculto en su mano derecha.

Le ha traspasado literalmente el estómago, y la punta ha golpeado entre dos vértebras, produciendo una lesión en la médula, por lo que cae derribado al suelo, sin poder mover las piernas. Le ha producido una parálisis. El malvado asesino ha huido.

El doctor Jaime queda en el helado suelo, y con sus manos descubre la gran herida producida, y también puede observar la enorme hemorragia que tiene. Como puede levanta las manos, pidiendo auxilio, pero por su boca tan sólo un hilillo de voz aparece. Está muriendo solo, nadie lo ha visto.

En un segundo piensa que ha valido la pena, pues a Laura no le ha pasado nada.

Acude un señor joven y fuerte a socorrerle:

- Lo he visto todo, he llamado a emergencias y por supuesto a la policía. No tardarán ni cinco minutos.
- Estoy helado, el suelo está muy frío- dice como puede, con la respiración entrecortada y agónica.
- No se preocupe, deme la mano y verá cómo desaparece el frío.

Efectivamente, el doctor nota un calor muy agradable recorriendo todo su cuerpo, tiene la sensación de estar flotando, como si ya no tocara el pavimento.

Llegan los sanitarios e inmediatamente se disponen para socorrerlo, pero es tarde, acaba de perder la vida. La policía sale corriendo en busca del asesino, al que encuentran dos manzanas más allá, tal y como el señor que había llamado les había dicho, dándoles todo tipo de detalles sobre su persona y vestimenta.

Pero la pregunta que se hace el jefe de policía es, ¿Quién llamó? ¿Y dónde está el teléfono móvil? Lo buscan por la zona, pero es inútil, no lo hallan. La policía pide a emergencia que vuelva a llamar al número que dio la alarma, que les avisó. Lo hacen, pero la compañía de teléfonos les dice que ese número no ha existido jamás. Sin embargo, el asesino cruel les confirma que efectivamente había alguien con el doctor, que acudió a socorrerle, y que iba con muchos más amigos, por eso él tuvo que huir.

Laura, que no se ha enterado de nada, en el mismo momento de morir su doctor enamorado, se ha extrañado de un resplandor que ha inundado todo su apartamento, al mismo tiempo que un perfume de incienso ha rellenado su estancia. Ella ha pensado que son sus vecinos, porque muchas tarde encienden barritas de esas.

Pero es un perfume nuevo y precioso, se alegra de ello, y la llena de paz.

Al día siguiente tropieza por las escaleras con su vecina, quien le informa de que llevan varios días sin encender ninguna, pero que ayer al llegar ellos al rellano olieron a incienso, y pensaron que ella habría encendido, pues un poco más allá no olía a nada.

Laura no lo comprende, pero al salir a la calle y pasar por el sitio donde había muerto su enamorado anónimo, percibe el mismo olor. Se extraña muchísimo. Vuelve atrás y justo allí huele lo mismo, y al dar dos o tres pasos ya no lo hace. ¿Cómo puede ser?

En ese momento un coche de policía llega al lugar:

- ¿Es usted la enfermera Laura?
- Sí.
- ¡De buena se libró anoche! Menos mal que su compañero Jaime salió en su defensa. Él ha muerto, pero a usted la salvó. Lo ha declarado todo ese asesino que ya está entre rejas. ¿No sabrá quién nos avisó?
- No- contesta perpleja- ¿Jaime, el médico de mi hospital?
- Sí, trabajaban juntos, y al parece él estaba enamorado de usted.

Laura no puede articular palabra. El salvó por amor, y ella no lo sabía. No se podía imaginar que la amara, ni mucho menos a tal extremo. Ahora comprende lo del perfume, y quién debió de ser el que llamara a emergencias.

Es una historia agridulce, pero la historia de Jesús muriendo por obediencia al padre, por su amor al Padre, entregándose completamente, es una gran historia. Y es que la obediencia sólo se entiende si se hace por amor.

Ojalá esta Semana Santa nos llene a nosotros de más amor, en todos los planos de nuestras vidas.

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