19/4/09

Hay más de bueno que de malo

Hay historias que son más creídas que otras, y no es precisamente porque sean más creíbles, sino algo tan sencillo como que nuestra predisposición sea más favorable para creer. Y en otras ocasiones, aunque la evidencia sea desbordante, aún así, no creemos.

¿Por qué? Un padre le cuenta una historieta a su hijo, sobre algo que ocurrió hace mucho tiempo: ¡se lo cree sin más! Pero ahora le cuentas algo que a ti te va bien, que tan sólo hay que probarlo, y no: ¡es que yo no soy así! Pero, ¿cómo eres tú? ¿Tan bien te conoces?

Tomas, uno de los apóstoles, tampoco podía creer si no metía el dedo en las llagas, y tocando al hombre, reconoció al Dios: “¡Señor mío y Dios mío!”. Para creer es necesario recibir esa gracia, ese regalo, y tener un poco abierta la puerta. Muchos justifican el no creer por los curas, pero no sirve. Del mismo modo no podríamos creer en nuestros militares, ni en nuestros anestesistas, porque por un anestesista corrupto y vicioso, el resto no lo son. ¿Cuántas intervenciones quirúrgicas se realizan al día en nuestro país? ¿Cuántos anestesistas intervienen? Por uno que hubo, ¿todos son corruptos?

La mayoría de ellos son unas bellísimas personas. Y me refiero a todos, a los sacerdotes, a los militares y a los anestesistas. Por cierto, yo tengo un amigo anestesista, Rafa, y se desvive por su trabajo. Sin embargo, todos recordamos a uno que en Valencia contagió a muchos pacientes de hepatitis, porque él era un drogadicto y utilizaba las mismas jeringuillas. Perdóname, pero... es el mismo ejemplo.

Hace unas noches, estando de guardia con Vicente, un médico fabuloso, me decía que ha aprendido a perdonarse los propios errores. ¿Tú nunca te has equivocado? No, no eres infalible, ni todas tus fuerzas son suficientes. Creo que necesitamos la ayuda de la Madre, la Santísima Virgen María, para poder caminar con humildad.

Yo creo en la Misericordia del Señor, fiesta que celebramos hoy, porque un Papa, que muy pronto puede ser nombrado santo, Juan Pablo II, puso en este segundo domingo de Pascua la festividad de la Misericordia de Dios, precisamente porque la experiencia de paz, de amor, de sentirnos amados, de felicidad, es una experiencia para todos. Para cada uno de los hombres, creyentes, más creyentes, menos creyentes... Él sabe lo que hace, ¿no te parece? ¿Vas a juzgar tú a alguien?

Y tú, ¿por qué sólo hablas del pecado? ¿A quién vas a convencer a fuerza de látigo?

Cuando entro en el Sagrario, en la Capilla de la Adoración, jamás me he sentido reñido, ni insultado, ni... sólo amor y paz.

La Misericordia de Dios, es decir, su infinito amor, me llena de gozo y alegría. ¿Acaso la Virgen María no sentiría algo así?

Estos días le pregunté a mi hijo pequeño qué significaba para él la Pascua. Con sus trece años, me dijo: “¡la posibilidad de reencontrarnos con Dios!”.

“¡Bendito seas, Señor!”, fue mi exclamación, porque te haces visible a los humildes.

“Dichosos los que creen sin haber visto”.

Gracias.

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