30/11/08

¿Me abrirás la puerta, cuando te llame?

Primer domingo de Adviento 29 Noviembre 2008-09

Hace no muchos días, fui a visitar a un amigo, un señor mayor, enfermo, y estuve tocando varias veces el timbre de la puerta. Al final, el resultado fue que me tuve que marchar. ¡No está en casa!, pensé.

Al día siguiente, me lo encontré por la calle, y le dije lo que me había ocurrido. Él me respondió que estaba en casa, pero que había comprado una oferta especial de altavoces, y unos auriculares muy buenos, a un precio excepcional, y aunque no le hacían falta -como él dijo- era una buena ocasión.

No está mal, las nuevas tecnologías realmente nos hacen avanzar mucho, pero también pienso que en otras ocasiones nos hacen retroceder.

Todo esto lo digo para que cuando llamen a la puerta no te despistes y no oigas nada, como ocurre tantas veces con la llamada de Dios. ¡No escuchamos! Y lo digo por mí y por ti, no por los que no creen, sino por los que creemos, por los que nos llamamos cristianos, pero que en algunas ocasiones podemos parecer lo contrario.

En este adviento, deberíamos de plantearnos sobre nuestro final. ¿Nos pillaría ahora en pecado, ajenos a la gracia? Por eso hemos de estar “velando”, vigilantes de nuestra actitud, no de la de los otros, sino de la mía, ya que no sabemos cuándo será el momento de la llegada de Jesús. Y lo seguro es que todos nosotros seremos llamados al final, donde se nos pedirá cuentas de nuestras obras, nosotros mismos las veremos enfrente de nosotros, destapadas y sin secretos. Todo se sabrá.

Cuando pedimos por la conversión de los pecadores, parece como si lo hiciéramos por otros, como si no tuviera que ver con nosotros, cuando todos, absolutamente todos, somos pecadores.

“Lo que os digo a vosotros lo digo a todos: ¡Velad!”

He de replanteármelo todo, ver mis acciones, mis obras, y de todo corazón tengo que intentar mejorar, haciendo que todo mi entorno mejore, al menos un poquito, gracias a mí. Solo así estaré vigilante, cuidadoso y mimando la oración, deseando y suplicando al Señor, Dios todopoderoso, que me ayude, que con la ayuda del Espíritu Santo podamos restaurarnos para que no nos alejemos de ti. Sin tu ayuda estoy perdido, Señor.

Por cierto: el Señor busca una casa, un corazón para poder nacer de nuevo, ya que todas las posadas, hoteles, spa, todo está ocupado. El corazón rebosa de propiedades, de deseos, y no oye la llamada de la Puerta-alma.

¿Puede nacer mi Hijo en tu casa? ¿Qué respondes?

A pesar de nuestros olvidos, Tú, Señor, eres nuestro Padre, y nosotros, todos, somos obra de tu mano.

1 comentario:

  1. Anónimo29/11/08

    El hombre es trascendente no por lo que sabe, sino por lo que hace con lo que sabe.
    Si uno te dice que eres un camello no le hagas caso, si te lo dicen dos, mírate al espejo.
    Que todos los seres esten donde estén, sean libres y felices para siempre.

    ResponderEliminar