1/11/08

TODOS LOS SANTOS

Recuerdo la primera vez que murió alguien muy cercano a mí, y muy querido, era mi abuela materna, que a mi corta edad de seis años dejé de disfrutarla. Ese día, mi padre recibió un telegrama, qué mal presagio eran entonces los telegramas, lo leyó, se quedó muy serio. Pensativo y en silencio, salimos de la estafeta de Correos de Gandesa, y ya en la calle, me dijo: ¡La abuela está en el cielo!

La tristeza me golpeó por primera vez, ¿cómo podía ser, con lo que yo la quería? Debía, sin lugar a dudas, de tratarse de un error. La realidad se impuso, soberana y fría, era cierto, a mi abuela no la vería más, en esta vida. ¡Estaba en el cielo! ¿Cómo sabía mi padre que estaba en el cielo? Era muy sencillo, era una señora que había sufrido muchísimo en la vida, y sin embargo había seguido siendo muy buena y cariñosa. ¡Cuántas personas hay así!

Mi abuela debió de ver que eran realidad las palabras del Apocalipsis al llegar allí, una muchedumbre inmensa, imposible de contar, de todas partes, de todos los países, gentes que hablaban de mil modos diferentes, y que todos ellos eran santos. Unos muy conocidos, como san José, san Antonio Abad, san Antonio de Padua, san Antonio María Claret, y para que no me digas partidista, ¿por qué no? También san Francisco, san Agustín, y más de estos conocidos, como nuestra doctora santa Teresa de Jesús. Pero junto a ellos, mi abuela vio a un gentío enorme, ignorados por casi todos, tan sólo recordados por los familiares.

A mi abuela nada más llegar ya le dieron el diploma de santa, y así habían muchos más. Recuerdo que me dijo que también estaban tus familiares; ahora no sé si me lo dijo o lo he soñado, no importa, lo cierto es que allí estaban, en presencia de Dios, siendo consolados y mimados todos, allí estaban por la gran misericordia de Dios, que nos mandó a su Hijo para que nos pudiéramos salvar, Él es nuestro Salvador, y los que crean esto se salvarán.

Hay tanta gente buena, aquí, entre nosotros, tan discreta, tan amable, tan misericordiosa, que a veces nos pasa desapercibida por completo pero por suerte no es así en Dios. Él todo lo ve, lo oculto y lo que está claro, no hay dudas para Él.

¿Quién puede subir al monte del Señor-Cielo? ¿Quién puede estar con Él? Los hombres inocentes y de buen corazón, los que confían plenamente en Él, esos son los que reciben la bendición de Dios.

Queremos ser santos, Señor, por eso venimos a tu presencia, aunque de momento sea velada, pero sabemos que un día te veremos tal y como eres.

¿Crees que es así de fácil?

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