25/2/09

NUEVA OPORTUNIDAD

¿Qué es el miércoles de ceniza? Contesto tu pregunta, y aprovecho la ocasión para publicarla en el blog.
En esencia es una nueva oportunidad para intentar superar tantos problemas como tenemos, con nosotros mismos y con los otros semejantes a nosotros.

¿Qué puedo superar?

Mis miedos a no caer bien a mis compañeros, a dejar mi lengua quieta, sin criticar a todo viviente, empezando por mi amiga que quedó embarazada de un corner.

Es una ocasión única para elevarme como persona, cuidando a mis mayores, practicando la oración, escuchando la Palabra de Dios, como si de verdad estuviera escrita para mí. Participando en los sacramentos que la Iglesia me pone para conseguirlo con más facilidad.

Tengo que repensar en esa escala de valores, para equilibrarme como persona que soy, renunciar a lo que no me ayuda, y quedarme con tiempo para lo importante.

Si tu vida está un poco acelerada, es un buen tiempo para reflexionar y tomar cartas en el asunto. Te podría recomendar algún libro bueno para tu salud de santidad, pero igual me tachan de publicista.

Hay un obispo vietnamita, que estuvo en prisión por serlo, que realizó los ejercicios espirituales en el 2000 para la Curia Romana, y de ahí salió un libro. Una maravilla. Son capítulos cortos y se pueden ir leyendo poco a poco. Y desde luego en estos cuarenta días hay tiempo suficiente para finalizarlo.
Pero no dejes pasar esta ocasión por nada del mundo, no vaya a ser que luego no hayas hecho nada, y otro año perdido.

¡Haz algo, propóntelo, y lo conseguirás!

Vívelo dentro de la Iglesia, aunque oigas que éste y aquél... no te preocupes, en todos los tiempos han hablado algunos choricillos, pero junto a estos han estado verdaderos santos. En la Iglesia somos de carne y hueso, y nos equivocamos, por eso necesitamos estos tiempos de reflexión y replanteamientos.

Si apagas la televisión tendrás mucho tiempo, y es gratis.

¡Perdóname si en algo te he molestado, Padre!



24/2/09

LAS TARDES MÁS BUENAS DEL AÑO

Las tardes más buenas del año (capítulo 11 del libro¡Qué alegría!)
Lo repongo por unas peticiones.
22 diciembre 2005

¡Ave María Purísima!

Estamos ya en las fiestas navideñas, los días más bonitos del año. La reunión con la familia, el retorno a los hogares de todos los que están distantes, la gran familia. Fiestas de muchas luces, aquí, en nuestra cultura, de belenes, de regalos, fiestas de buenos deseos, fiestas llenas de paz. Antes para mí eran así también, pero no. No eran ni parecidas. ¿No me comprendes? Bueno, voy a intentarlo.
Un día mi hijo pequeño me dice: “toma, papá, un caramelo muy bueno”. Y yo lo cogí, y lo destapé. ¿Qué había dentro del envoltorio tan bonito? No había nada. Él se había comido el caramelo, por eso sabía que estaba muy bueno. A ti también te lo habrán hecho en alguna ocasión, ¿no? Son cosas de los críos; la verdad es que nos reímos los dos juntos y preparamos la broma para que otro cayera en ella.
No, no digo que debajo de todo este montaje comercial de la Navidad no haya nada, eso no sería cierto. Hay y mucho. Hay muchas familias que viven un poco mejor por estas fechas, con sus comercios, los talleres artesanales, los hornos y todos los dulces típicos de nuestra cultura, los turrones de Jijona, pueblo de unos siete mil habitantes y, sin embargo, unos dos mil trabajan en esos turrones que todos los años dan la vuelta al mundo por ser uno de los mejores. Prácticamente casi todas las familias viven y trabajan en estos días para el turrón. ¿Esto es malo? Yo creo que no, en absoluto. El hombre tiene derecho a vivir una vida digna y feliz.
Pero yo a veces, por mí lo digo, me pregunto: “¿Es esto la Navidad? ¿Tan sólo es esto? ¿De dónde sale todo este ruido?”. Muy fácil: es la cultura del consumismo. Igual que las ramas se sujetan en el tronco -bien visible-, todo se sujeta por las raíces -ocultas bajo tierra-. Esto ya lo habíamos comentado, ¿entonces...? Es nuestra cultura. ¿Recuerdas cuando eras pequeño cómo tus padres ponían el belén, el nacimiento, los pastorcillos, los reyes magos, los animalitos, la leña...? Eran, y son, nuestros belenes. Eran, y son, nuestros villancicos, cultura popular, cultura religiosa, cultura de convivencia, cultura de respeto... y todo esto era barato. ¡Cómo nos recogíamos todos con nuestros padres! Éramos como esos pollitos que corretean, siguen a su mamá gallina, al papá gallo.
Estoy seguro de que todo esto despierta viejos y preciosos recuerdos, ¡qué ratos más buenos! Y mi pregunta viene aquí: “¿por qué ahora no? ¿Por qué privamos a nuestros hijos de esto?”. Ay, las prisas, el follón de todos los días, el no tener tiempo para nada. Cada vez estamos más sujetos, somos más esclavos... del consumismo desbordado. Y encima, en estas fiestas hay que comprar, porque toca, es bonito. Ahora el hombrecito rojo que trepa por el balcón, como un ladrón, ¡y cuántos hay! Parece una plaga. ¿Es bonito? No sé, no me gusta. Además de no cumplir la normativa fundamental de la imaginación -que desciende mágicamente por una chimenea con su carro tirado por renos-, éste no se parece en nada. Con una escala de cuerda, trepando con dificultad por una ventana, por una terraza, parece más un ladrón de película que alguien que te va a regalar algo.
Bueno, tienes razón, cada uno que ponga lo que quiera, pero este sujeto rojo se coloca en un plis-plas, mientras que nuestro belén llevaba -y lleva- días de montaje. Muchos ratos de gozar, trabajo laborioso por parte de todos, donde los pequeños son parte de la escenificación. Ellos ponen las figuritas y luego, todos juntos, cantamos unos villancicos, de siempre, los nuestros... Hay diferencias entre lo uno y lo otro.
¿Qué quieres que te diga? Me gusta muchísimo más nuestro belén y te recomiendo de todo corazón que pruebes a ponerlo con tu familia, con unas figuritas humildes, baratas, las que tú escojas, y verás de nuevo renacer tu ilusión, algo brotará de nuevo dentro de nosotros. ¿Y si eres como esos pastorcitos: pobres, sin dinero, que dormían al raso viendo las estrellas encima de ellos...? Entonces, ¿no existe para ellos la Navidad? ¡Claro que sí! En estas fiestas debemos pensar más que en ninguna, en la necesidad de compartir con los que nada o muy poco tienen. Viven con nosotros, los vemos a diario, les podemos ayudar un poco. Seguro que sí. También podemos colaborar con estas organizaciones que tanto bien hacen, como Cáritas, Manos Unidas, y muchas otras... aquí, junto a nosotros, y allá, en esos países donde hay tanta necesidad, pero necesidad de verdad, de supervivencia, o se les ayuda o mueren. Y también tienen niños, abuelos, familias enteras que parece que los grandes gobiernos se olvidan de ellos, ya que ni petróleo ni nada valioso tienen. ¡Cómo somos! ¡Qué inhumanos, qué hipócritas, donde tanto hablamos de dignidad!
Por eso yo, desde mi humilde posición, reclamo, aconsejo volver a nuestras raíces, que tanto bien han hecho a nuestros mayores.
Te contaba cómo hacíamos las estrellitas plateadas para el belén en casa de mis padres, esto recuerdo que te lo conté hace algo de tiempo. Pues aún hacíamos más, mucho más. Cuando llegaba el mes de noviembre, había un maestro que nos reunía a todos los alumnos -que queríamos, por supuesto-, tanto los de su clase como los de las otras. Todos éramos de la misma escuela del pueblo. Nos preparaba unos villancicos, los ensayábamos todos juntos, para cuando llegase el día veinticuatro de diciembre, el día de la Nochebuena, la noche más buena de todas, ya que esta noche nació nuestro Señor, Jesús, hijo de María y de José, el carpintero de Nazaret.
Pues en estos días preparatorios, ensayábamos los villancicos, y además íbamos a los bares a recoger las chapas metálicas de los botellines de cerveza, de refrescos, y luego él, con los chicos más mayores, provistos de un martillo, las iban chafando una a una, y, por cierto, la parte del corcho a modo de junta, que luego pasó a ser de plástico, la retirábamos con un pequeño cuchillo. Se aplastaban bien, dejándolas planas, muy planas, y otros chicos, con un clavo, las perforaban de una en una por el centro, quedando la chapa planita y agujereada, y las tirábamos en una caja de cartón. Y la caja se llenaba, ya lo creo, había muchísimas chapitas. Por cierto, tienes que pensar que antes bebidas de estas se consumían pocas, es decir, íbamos al bar y podíamos recoger tres, cuatro, siete... y para de contar. Era todo un trabajo. Íbamos a recogerlas muchas tardes y, como éramos muchos niños para tan pocos bares, no era de extrañar que fueras y ya hubieran estado recogiéndolas; de tal modo que nos sentábamos un rato junto a la estufa de leña por si acaso caía alguna más.
¿Cuántos años hace? Déjame hacer memoria... Mi primer recuerdo viene de Gandesa, un pueblo de Tarragona, en la sierra, entre los años 1961 y 1964. Preparábamos todo esto y, además, ensayábamos los villancicos. ¡Era precioso!
El día veintidós sonaba la lotería. Todos los hogares con las radios encendidas, los que la tenían, y los niños de San Ildefonso cantaban los números premiados. Pasaba este día, y el veintitrés a ensayar con nuestro maestro, por la tarde, con un frío intenso, todos a escuela. Allí el maestro nos esperaba, entrábamos y era como en un ensayo general, veíamos más de un centenar de panderetas, confeccionadas con nuestras chapas perforadas, unidas por un clavito, de dos en dos, a una tablita fina de madera que algún carpintero había cortado. ¡Todos teníamos nuestra pandereta! Algunas que sobraban las llevaba él y, si algún chico se había puesto enfermo, él le daba “la suya”. Eran nuestras panderetas, las habíamos hecho nosotros, al menos en su fase primera, porque luego eran algunos padres y el mismo maestro en su casa quienes las iban finalizando. Éramos más de cien niños, qué ilusión. Nos sentíamos profundamente felices. El maestro nos sabía llenar de felicidad, era uno de los nuestros, nos comprendía, se ilusionaba, había amor en él hacia sus “muchachos”. Siempre nos llamaba “mis muchachos”.
Llegaba el día veinticuatro, el gran día, y había que esperar. Mirábamos todo desde la perspectiva de la espera, era el gran día, la gran tarde. Saldríamos a cantar nuestros villancicos, con nuestras panderetas. Todo gratis. Absolutamente gratis. ¡Tanta felicidad y gratis!
El aire vibraba, nosotros, nuestros padres, nuestros vecinos, todo el pueblo vibraba de ilusión. Había mucho amor, en la noche donde el amor triunfaba. El maestro, que era católico, iba por la mañana a informar por dónde íbamos a pasar, ya que el pueblo lo dividía, cruzaba por la mitad, una carretera nacional y, tanto para ir a la escuela como para volver, teníamos que cruzarla, atravesarla en un punto concreto... Todo, todo lo tenía planeado. ¿Semáforos? Que va, teníamos algo mejor, mucho mejor. Ahora lo comprenderás. Todos colaboraban de algún modo.
La guardia civil estaba en el cruce exacto por donde todos nosotros pasaríamos. Perdona. Me estoy yendo por las ramas. Vuelvo atrás.
Las cinco de la tarde, tapados con nuestros gabanes de entonces, con nuestras bufandas, y el que tenía guantes de lana los llevaba puestos. En pequeños grupos pasábamos al otro lado del pueblo, por el cruce que justo allí, siempre el veinticuatro a esa hora, estaba la guardia civil, con sus capas grandes. Daban el alto a los vehículos, nos sonreían y nosotros cruzábamos protegidos. Éramos importantes, las autoridades de esa tarde.
Por una acera, a unos cuatrocientos metros, estaba el grupo escolar, nuestra escuela de todos los días, pero hoy era la gran tarde, una tarde muy especial, única. Subíamos los escalones que había, unos ocho, no lo recuerdo con exactitud, y entrábamos al fondo a la izquierda, nuestra clase, mejor dicho, la del maestro. Él, allí, con sus hijos, también en edad escolar, y las cajas de panderetas. “Cariño, coge tu pandereta y cuídala”. Y la cogíamos, una cada uno, todos con la nuestra, y las hacíamos sonar pegando contra la palma de la mano izquierda. Y empezábamos. ¡Qué jolgorio! Intenta imaginártelo, más de cien panderetas sonando revueltas por el pasillo, y nuestro maestro ni se inmutaba, no le molestaba aquel ruido. También recuerdo a su mujer junto a él. Una señora mucho más bajita. Y tampoco parecía que le molestaran nuestros ruidos. Se sonreía. Disfrutaban viéndonos a nosotros disfrutar allí. ¡Era nuestra tarde, pero aún no empezaba! ¡Era la tarde de los muchachos! Venían padres también y, cuando él lo decidía, nos hacía salir a todos a la calle, pero no a la acera, sino al centro, y ocupábamos la calzada, era como una invasión: él en medio, con su esposa, y “sus muchachos” rodeándolos, delante, detrás, a los lados; en formación natural, pero en silencio, para escucharlo a él perfectamente. Y los padres detrás y delante, como protectores. El maestro llevaba las panderetas restantes y un saquito colgado del brazo.
Silencio. Lo mirábamos. No se oía nada. “¡Muchachos!” -nos llamaba la atención- “Campana sobre campana”. Y todos, siguiendo su entrada, empezábamos a cantar y a tocar nuestra pandereta. Él nos llevaba cada año por un recorrido. ¿Por qué? Muy sencillo. “Cariños, llevamos la alegría del niño Jesús a todos los que hoy no la tienen”. Es decir, íbamos a cantar a todos los que estaban enfermos, para recordarles que Jesús no se olvidaba de ellos. Allí, nosotros, a puerta abierta y sin entrar, todos en la calle, formando un abanico sobre la casa, cantábamos, con fuerza: “Cantad, muchachos, que Jesús hoy tiene que nacer en muchos corazones”. Y allí le cantábamos todos, él el primero.
Perdona, ¿te acuerdas que al comenzar te decía que hay que renacer? Hay que renacer a nuestra historia. Somos lo que somos y no lo podemos negar.
Sigo. Aquí estoy. Algún año pasábamos por alguna casa en la que había alguien en las últimas, muy enfermo, a punto de fallecer. Entonces... seguíamos sin dejar de cantar, pero nos decía el maestro: “piano, muy piano”, que significaba cantar muy despacito, a poco volumen. Y cuando le preguntábamos por qué, nos decía: “así su alma nos oye como un susurro y se alegra”. Y seguíamos. ¿Por cuánto tiempo? Generalmente, entre dos y tres horas. Recorríamos todo el pueblo, todas las casas de enfermos. ¡Ah, el saquito! Era para los caramelos, para algún dulce que nos regalaban. El maestro lo iba recogiendo. En alguna que otra vivienda le daban algún dinero en monedas, todo iba al saquito. ¡Con qué naturalidad lo guardaba todo en el saquito!
Era nuestra tarde-buena. Nos sentíamos, éramos, los chicos más felices del mundo. Fíjate si éramos importantes que al cruzar, ahora todos juntos, la carretera nacional, los guardias civiles nos saludaban militarmente. El maestro nos explicaba que éramos una formación y que tenían obligación de hacerlo, pero también era un saludo, una muestra de cariño. Por cierto, un año fuimos todos al cuartel, más allá de nuestra escuela, a las afueras, porque una señora estaba enferma y el maestro allí nos encaminó. Si hubieras visto cómo nos aplaudían, cómo nos sonreían, cómo nos felicitaban y cuántos caramelos nos daban... bueno, al maestro.
Había algunas paradas obligadas. Al inicio, todos cantábamos mirando a la escuela. Eran las primeras voces nuestras. Otra parada era el Ayuntamiento, con el alcalde y los suyos abriendo las puertas de par en par, creo que ellos también eran muy felices. Y la última parada era siempre la misma: la iglesia. El cura, con aquel gorro que llevaban, nos esperaba con las puertas abiertas. Sonreía y nos decía: “no toquéis nada”. El maestro le contestaba: “no se preocupe, los muchachos no tocarán nada”. Y era así: tantos como éramos y él nos conocía bien a todos. Entrábamos, nos situaba frente al belén, al nacimiento, y allí nos hacía cantar “con más amor si podéis, el niño es pequeño y no lo podemos asustar”. Y repasábamos todo el repertorio.
¡Era la tarde más feliz! Todo el pueblo, la guardia civil, incluso el cura, todas las autoridades, todos estaban bajo nuestras voces. Y aquí terminaba la tarde. Bueno, faltaba la misa del gallo, donde se cantaban también villancicos, pero ya no éramos los muchachos los dueños, ahora íbamos con los padres y toda la iglesia cantaba bajo la dirección del señor del órgano. Ya no podíamos llevar nuestra pandereta, que estaba en casa en algún lugar preferente.
¡No se me olvida, no, claro que no! ¿Cómo se me va a olvidar? ¿Y el saquito? Bueno, ya no era un saquito. Era un señor saco, repleto y con bastante peso. El maestro lo vaciaba completamente en la iglesia, quedando todo su contenido al descubierto, y era nuestra delicia. Nos contaba y, sencillamente, dividía. Los caramelos para los muchachos. Empezaba a repartir hasta que no quedaban. A sus dos hijos igual que a todos los demás. Allí éramos todos “sus muchachos”. Y con el resto hacía lo mismo, incluyendo a los padres que habían colaborado. Por supuesto, acordándose del carpintero, al que llevaba algún trozo de turrón duro a su casa.
Las monedas se quedaban todas en la iglesia: “tome, padre, usted sabrá dónde colocarlas, dónde harán más falta”. Todos sabíamos que eran para unas familias muy pobres que vivían en las afueras, y se les ayudaba como se podía, ¡todos lo sabíamos! Así se hacía con todo el contenido del saquito, hasta que nada quedaba. Sus muchachos eran los agraciados. No te puedes imaginar la de caramelos que nos tocaban a cada uno. Era todo nuestro. Éramos los más importantes del mundo, ya que nuestro mundo era nuestro pueblo. Y nuestro maestro, con nosotros.
De repente, el maestro llamaba nuestra atención: “muchachos” -ya en la puerta de la iglesia, en la calle, nos decía-: “¿aún os quedan fuerzas para cantar un último villancico?”. Gritábamos: “sííííí”. ¿Para quién era este último villancico? ¿No te lo imaginas? ¿No recuerdas que iba todo el rato cogida de su brazo su esposa? Sí, era para ella, Doña María, que era su nombre, y ella lo miraba, feliz, y nos escuchaba como si fuéramos un coro de ángeles. “¡Gracias!”, nos decía al finalizar. El maestro, ahora sí, nos decía: “acordaos que esta noche nace el Niño, dejad vuestro corazón abierto para que Él pueda entrar. Feliz Navidad a todos”.
Y así terminaba nuestra tarde-buena. ¡Qué derroche de amor y qué bien lo pasábamos! Éramos niños muy felices, con muy poco, la Navidad comercial casi no existía. El señor de rojo, que sube por los balcones, no era de los nuestros, nada tenía que hacer con nuestros villancicos y nuestros belenes. Ahora teníamos nuestra pandereta, “guardadla como oro en paño” -nos decía el maestro-. Siempre colocada junto al belén que teníamos en casa. Allí estaban los pastorcitos, que éramos nosotros. Nosotros cantábamos a Jesús nacido, para nosotros, para Él y para muchos enfermos, para todo el pueblo, para todo el mundo. Al igual que hicieron los pastores cuando el ángel les dijo: “vengo a traeros una buena noticia que será causa de gran alegría para todos; os ha nacido un salvador”. Y glorificaban al rey: “gloria a Dios en las alturas y paz a los hombres”. Los humildes, los más humildes de aquellos tiempos, los pastores que pasaban la noche al raso, vigilando el ganado, se juntaron en la Adoración del Niño con los tres reyes magos, reyes de poder y magos de saber, pero todos adorando al verdadero Rey. Al Salvador. Al que nos llena el corazón de paz, de inmensa paz, de profunda alegría, como a nosotros “los muchachos” del maestro, porque para Dios todos somos iguales, somos sus hijos.
Sin gastar una peseta, teníamos paz, vivíamos la Navidad, con todo su sabor, sin ruidos comercialotes. Cada cosa tiene su tiempo.
Creo que si meditamos esto con un poco de silencio todos sacaríamos conclusiones muy valiosas. Hoy hay que vivir como hoy, pero no podemos olvidar nuestras raíces, nuestra tradición, lo que es nuestro. Creo que lo uno y lo otro no tienen por qué estar reñidos.
En honor a la verdad, voy a decirte algo más del maestro. Era Don José y su esposa era Doña María. Sí, sí, oyes bien, José y María. José Escobedo y María García, aunque yo entonces los llamaba papá y mamá. Porque así era, mi padre y amigo Don José, mi madre especial Doña María.
Esta Nochebuena del año 2005 no saldrán a cantar, no saldremos “los muchachos” a cantar. Ellos ya fallecieron. Pero te puedo decir, asegurar, que de alguna forma cantarán por todos nosotros desde el cielo. En la misa del gallo, estarán, será en sufragio, pero estarán. Cierra los ojos y recuerda, piensa en lo que te he contado.
No podemos olvidar nuestras raíces, no queremos, las tenemos en Nazaret, en Belén, en la Sagrada Familia... en nuestras familias.
¡Me llena de felicidad ser hijo de Dios!
¿Y tú? No tengas miedo, no te lo pierdas.

Posdata: te agradezco que aún sigas ahí. ¡Feliz Navidad!

22/2/09

La fe es confiar

Érase una vez un hombre tan sencillo y bueno, que nunca pensaba mal de nadie, ni comentaba nada dañino para nadie, y eso que tenía motivos para hablar mucho de muchos.

Él vivía en el Reino de Dios, donde otros bien sentados, bien colocados, apoltronados en sus sillones como se suele decir, hablaban de Dios horas y horas. Tenían normas para regirlo todo. Eran especialmente “importantes” y siempre estaban sentados cerca del Señor, tapando toda posibilidad de proximidad.

Pero los humildes y mansos de corazón, los que confiaban en Jesús de la misericordia, siempre encontraban un modo de acercarse a Él, por el amor que le sentían, llevaban la fuerza del Espíritu Santo en su corazón, y sabían que Dios puede abrir caminos en el desierto, y ríos en el yermo. ¡Ah de los que están apoltronados, sean lo que sean, sencillos seglares, religiosos, obispos, cardenales, y no dejáis que mis pequeños se acerquen a mí!

Por eso el hombre tan sencillo y manso de corazón callaba, porque sabía que el Reino se predica andando, no sentado cómodamente, y diciendo que son los otros los que actúan mal siempre. Además de atreverse a decir como aquellos fariseos: “blasfema”.

“¡No juzguéis, y no seréis juzgados!”

Los sencillos siempre encuentran el camino recto hacia Jesús, Él así lo quiere, y así nos ayuda a conseguirlo, por su amor.

Los sencillos ponen la fe de llevar al amigo enfermo, de alma y cuerpo. ¿No sufren los sencillos? Igual que los fariseos, pero por su fe, lo llevan de otro modo.

¿Cuál es esa fe? Es la que me dice que hoy es un día estupendo, muy bueno si lo aprovechas en cosas positivas. El ambiente es delicioso, no hay prisas, puedes hacer todo lo que quieras. Hay tiempo para todo.

Fe es un confiar, un entregarse plenamente a Dios, y no preocuparse por nada. Podemos pedirle lo que queramos, y Él nos lo envía todo.

¡Vivimos en su Reino! Eso sí, si lo deseamos de corazón.

Es como si Dios nos dijera: “Hay tantas cosas que no te puedo dar, sencillamente porque no me las has pedido nunca. Pídemelas y Yo, encantado, te las daré. No te agobies por nada, tú haz lo tuyo, y yo lo mío, que estoy deseando hacerlo.”

Y después de ver lo que hicieron los cuatro sencillos, con su amigo, y cómo los atendió el Señor, que cuando se marchaban decían: “Nunca hemos visto cosa igual”. Sólo nos queda dar gracias por todo al Señor, porque Él, siempre y en todo momento, camina junto a nosotros.

Pídele lo que necesites, sea lo que sea, con esa confianza, fiándote de a quién se lo estás pidiendo.

¡El Reino de Dios está aquí, con nosotros, ya!

15/2/09

Si quieres, puedes


Desde siempre, las enfermedades más desagradables han sido las de la piel, las que se ven. Ver una úlcera con su mal aspecto, con su olor, echa hacia atrás al más pintado.

Sin embargo, a Jesús se le acerca un enfermo de piel, un leproso, y lo hace de rodillas, porque sabe a quién se está dirigiendo, y le pide: “Si quieres”. Antepone el deseo de Jesús al suyo propio. Es como decir: “Hágase tu voluntad.” Acepta de Dios lo que le mande, “si quieres, puedes limpiarme”. No duda del poder de Dios, de Jesús, acepta lo que le dé, aunque él pide lo que cree mejor para sí mismo: la limpieza de cuerpo y alma.

Estas enfermedades son visibles, bien por llevar un vendaje, o bien porque están en la misma piel. Pero hay otras enfermedades que no se ven, se pueden intuir por algunos síntomas o por aspectos de la persona.

¿Cómo ver la envidia? ¿Cómo ver la estafa, la prevaricación, la apropiación indebida? ¿Cómo diagnosticar todo esto? Está claro, con la ayuda de un juez. Pero, ¿y si el juez también padece alguna enfermedad?

Yo lo tengo claro, me tengo que acercar a Jesús y decirle: “Amigo, yo quiero esto, pero como no sé si es lo mejor, mira, yo te lo pido, y Tú me concedes lo mejor para mí; si quieres”.

Y Jesús, verdadero hombre y verdadero Dios, que me conoce, como también a ti, por lástima, por quererme muchísimo, por vernos sufrir tanto y no poder hacer nada nosotros, nos limpia de las enfermedades. De todas.

¿Cómo explicar la muerte de seres tan queridos y de forma tan rara, accidentada, antes del tiempo natural?

Yo no puedo, pero acepto, intento aceptar, porque creo que es lo mejor, aunque no lo pueda comprender. Si tú lo puedes explicar, escríbemelo en un documento de Word, y me lo mandas. Yo lo publicaré con tu nombre.

Pero lo que sí que tengo claro es que yo, enfermo y lisiado, cuando acudo al Señor, siempre me atiende, y dentro de su iglesia, donde hay muchos enfermos y algunos muy graves, pero dentro de ella, Él me envía a mí y a todos vosotros un buen remedio: los diferentes sacramentos.

Y para mayor gozo, con la Virgen, esa Virgen de Guadalupe, que desde México nos bendice a todos los hijos, desde aquel Indio puro de corazón, hasta todos nosotros.

“Señor Jesús, si quieres, puedes limpiarme.”

Gracias por tu atención.

14/2/09

Reflexión para hoy, día de San Valentín

Que el silencio te abrace, te envuelva y te proteja.
En el silencio sé creador.
Y el Creador se pondrá en contacto contigo.

11/2/09

HOY FIESTA DE NUESTRA SEÑORA DE LOURDES

Mi conversión ocurrió en Lourdes, de la mano de la Virgen María, conocí al Señor, y en eso estoy, estamos. Gracias











Gracias Madre por darme todo lo que me has dado.
Todo ocurrió una noche, como lo cuento en los libros, allí, en la gruta hiciste un gran milagro para mi Vida. Te conocí, te hablé, y me respondiste. GRACIAS



8/2/09

Hay tiempo para todo

Hoy, Jesús nos demuestra que Él tiene tiempo para todo, para curar todo aquello que nos paraliza, que detiene nuestra acción. Lo que no nos permite seguir adelante. De hecho, una simple fiebre, de la índole que sea, nos deja parados, tirados en la cama. Imposible abrir los ojos. La suegra de Pedro estaba en la cama con esta misma circunstancia. No podía consigo.

Me encanta lo que sigue: yo estoy paralizado, y Él viene a mí, ¡qué precioso! Me coge la mano, ¡qué pasada!, y me levanta. Me reestablece a la vida, me devuelve a la normalidad. Y ahora yo, que he recibido, me toca dar. Por eso esta buena mujer se puso a servirles, como era su costumbre. A mí me pasó esto en Lourdes, vino y me tocó. Y de la emoción lloré de alegría. Cambió mi vida, y hoy seguimos juntos. Hay quien dice que no tiene tiempo para nada, y a otros, en cambio, les sobra para darse a los demás, del modo que sea.

Curiosamente venían de la sinagoga, de la oración comunitaria, de dar gracias, que es lo que significa eucaristía en griego, acción de gracias. A la misa acudimos a dar gracias a Dios, al Señor Jesús, que nos toca, entra en nosotros, siempre por el regalo de Él, “la cogió de la mano”.

Con esto nos rellenamos de santidad, es decir, no vamos porque somos santos, sino porque lo queremos ser. Y poco a poco lo seremos, con la oración, con nuestro trabajo de servir a otros, desde la responsabilidad que tengamos, y de nuevo con la oración.

Y por la tarde, cuando el resto de los hombres regresaban de sus labores, cogieron a los enfermos y se los llevaron.

Y Él, allí, sin protestar de nada, para todos tenía una sonrisa. ¡Cuánto haríamos nosotros a veces con una simple sonrisa! Con tan sólo un gesto tan pequeño. Curó a muchos enfermos y expulsó a muchos demonios; las envidias, las codicias, las avaricias... verdaderos demonios también hoy. Luego, al empezar l nuevo día, antes de que saliera de nuevo el sol, cuando todos se incorporaban a las labores cotidianas, Él se puso a orar en silencio, solo. El alma necesita de este encuentro con el Creador. En la oración se sigue completando el proceso de recargar las pilas, en busca de la santidad, en el diálogo privado.

Pero la gente lo seguía buscando, ¡no me extraña! Su respuesta fue universal, o lo que es lo mismo, católica, “vámonos a otra parte”.

PD: Quiero dar las gracias al Padre Alberto Eronti, de Buenos Aires, y al Padre Teótimo, de Lourdes.

Recordar a todos que el miércoles 11 es la fiesta de María en Lourdes. ¡Celebrémosla a tope! ¿Cómo? Muy sencillo, con algún rosario de más, y ofrezcámoslo por los sacerdotes y seminaristas. “Sintió lástima porque parecía que andaban como si no tuvieran pastor.”

7/2/09

PERTENECER A LA IGLESIA

Publicado por Eduardo Climent
Hoy, y en este evangelio,(Mc 6, 30-34) se nos presenta Jesús como buen pastor, que reúne, instruye y alimenta su rebaño, el nuevo pueblo de Dios. Dirá Jesús:

“Yo soy el buen pastor, que conozco a mis ovejas y las mías me conocen a mí” (Jn 10,14).

El pueblo de Dios se organiza en la corresponsabilidad y está presidido por los pastores, teniendo por cabeza a Cristo.

- Su condición: es la libertad y la dignidad de los hijos de Dios.
- Su ley: es el mandamiento nuevo del amor: “amaros los unos a los otros como yo os he amado”.
- Su finalidad: realizar el reino de Dios en este mundo.

Desgraciadamente, en bastantes casos la anexión a la Iglesia se produce por el mero hecho de haber nacido en familia y país cristiano y ser bautizado como tal. Es una pertenencia puramente socio-religiosa sin compromiso personal, pero no podemos quedarnos en un cristianismo tan solo heredado y cultural. Hemos de pasar de la masa amorfa y sociológica a pueblo de Dios, comprometido con la misión evangelizadora de Jesús.

Se necesitan, se buscan, buenos pastores, comunidades y cristianos adultos, conscientes, responsables, bien formados y libremente comprometidos con el evangelio de Cristo y con el servicio al reino de Dios.

Quien sigue a Jesús sabe mirar la vida de la gente con compasión (pasión con ellos). Y, luego, hace lo que puede por aliviar el sufrimiento de las personas. Es lo que hizo Jesús, trabajar con y para los hombres.

Este seguimiento trata de hacer una fe madura, lo que conlleva:

- Una imagen de Dios en la que lo imaginativo ha de quedar superado por la persona de Jesús tal como aparece en los evangelios, como imagen del amor de Dios al hombre.
- Una madurez de conciencia fundamentada en la responsabilidad personal, como respuesta a una llamada que Dios nos hace.
- Una actitud positiva hacia la Iglesia que consiste en sentirse miembro responsable de la misma, mediante la adhesión personal a su misión, viviendo con los demás y para los otros, para la difusión de la justicia, de la paz y del amor.

Así pues, los cristianos creemos en un Padre incomprensible. Esa creencia es siempre un riesgo, una apuesta, un acto de confianza aunque no entendamos muchas cosas. Nos gustaría que las cosas fueran de otra manera, pero no lo son, y por ello pensamos que Dios es injusto o no hay Dios. Como dijo San Pablo: “Yo busco a Cristo crucificado, mientras otros buscan prodigios y sabidurías”

2/2/09

Necesitamos Luz

Vivimos momentos de gran oscuridad, la mentira es casi obligada en determinados “estatus” de esta sociedad, que en muchos momentos está llena de egoísmo y avaricia.

La crisis es ahora la responsable de todo, casi se podría decir aquello de que algunos se excusan como pueden, y cualquier pretexto les sirve, pero mientras todo este mar anda revuelto, unos van poniendo fuerza en reformar la ley del aborto, de la eutanasia.

¿Acaso estos no tienen trabajo? ¿No hay muchos más temas que están hiriendo y matando? Mira África, da un paseo virtual por el Congo, millones de muertos. El hombre sigue destrozando 1/3 del mundo, el hambre, el no tener para comer. No digo que no me gusten las verduras, o que prefiera la comida del tal o cual. No, no estoy hablando de esto. Hablo, grito del hambre. ¿Cuántos niños, como mis hijos y los tuyos, morirán hoy por no tener comida?

Y mientras tanto algunos politiquillos, pensando en leyes para aniquilar a más niños indefensos.

¿Es preciso en esta sociedad liberar el aborto?, si no, ¿cómo se podrían mantener todo tipo de relaciones sexuales fuera de sitio? Hace unos pocos días oía decir: “Ir con unas y otras, eso sí, pero trabajar por los más necesitados, no.”

Día del hambre, mucho pin, mucha estupidez, muchas pegatinas, muchos lacitos, pero: ¿de dónde sale todo ese dinero? ¿Por qué en vez de gastarlo en tonterías ridículas, no lo aportamos de verdad en entidades serias? ¿Cuántos de los que llevan el lacito tan mono, y no han dado ni un solo euro para combatir la hambruna?

Una nevada nos paraliza, enfrenta a unos y otros. Un partido de fútbol hace que nos olvidemos de que todos tenemos derecho a vivir, y que nada es nuestro, que hemos de intentar compartir.

Y en medio de todo este fango humano, no hay otra cosa más necesaria que hablar de la ley del aborto, hay que ser modernos, hemos de acabar con una vida, pero eso sí, con la ley de nuestra parte.

¿Esto es la modernidad? No me extraña que con semejantes mandatarios haya tanto hambre en el mundo. En vez de intentar mejorar la vida, ses empeñan en poner trabas y más trabas.

¿Cómo no vamos a tener crisis? ¡Qué hipócritas!

Y hoy, en medio de toda esta oscuridad, viene la Virgen María, como Candelaria, para iluminarnos, para traernos al Salvador de todos los pueblos. Hagamos procesión en el Amor, y seamos pequeñas lamparitas, que arriman el hombro donde podemos.

Ser Cristiano es mucho más. Demostrémoslo.

1/2/09

La verdadera autoridad

Jamás el mal podrá con el Bien, y este domingo vuelve a quedar al descubierto. Se hace realidad la afirmación.

Jesús enseñaba a sus discípulos, con cualquier pretexto, siempre que lo quisieran, siempre que deseamos oírlo, Él, nos lo explica todo en privado. ¿Y que es este privado? ¿Qué quiere decir?

Yo lo interpreto como que es a mí a quien enseña. Exacto, veo que lo has comprendido: es a ti a quien explica todo, tanto en la capilla de la Adoración, como en tu propia casa, cuando coges las Sagradas Escrituras, las lees, y le pides a Él, por mediación de la Santísima Virgen María que te “enseñen”, y a buen seguro lo hará con autoridad.

Es decir, dice y hace sin contradecirse, y esto es la autoridad. Porque es cierto, y me alegra que me lo recuerdes, muchos hacemos aguas, ya que no somos capaces de hacer lo que decimos.

A veces es imposible, somos hombres de carne y hueso, y por tanto débiles. Con frecuencia nos preocupamos por lo que no nos importa lo más mínimo, mientras me centro en una tontería, me olvido de dar gracias por todo lo que tengo, por todo lo que soy.

¿Acaso si morimos ahora, nos llevaremos la casa o el coche con nosotros? No, no somos dueños de nada, lo tenemos, por así decirlo, alquilado a bajo precio, pero no es nuestro.

El mal que está como un okupa dentro de los hombres, sabe muy bien que no tiene poder, ninguno. El único poder lo tiene el Creador, por eso le dice: “Jesús de Nazaret, ¿qué quieres de nosotros? ¿has venido a acabar con nosotros?”

Y no al revés, el bien sí que tiene poder para acabar con el mal, por eso responde: “Cállate y sal de él.” ¡Qué maravilla! Me encanta, porque además de enseñarnos a ser los hombres más felices del mundo, nos libra del mal, y esto tan sólo es así porque es el Santo de Dios. El único que tiene la autoridad de actuar sobre todo y sobre todos. Y continuamente nos dice: “No os preocupéis, confiad en mí, ¿acaso no me conocéis?”

Ésta sería una buena pregunta: ¿Sabemos quién es Él? ¿Confiamos realmente en Él? Y si lo sabemos, ¿por qué no confiamos más en Él?

Estos días todos hablan de la crisis, y bien cierto que va a ser una gran crisis, como de hecho ya lo es. Hay muchos millones de personas que viven en ella. Es verdad, ¿cómo negar lo evidente?

Crisis y muy preocupante, y no me refiero a la económica, sino a la moral, a la que hace que todo lo demás caiga.

¿Acaso la avaricia de los bancos no nos ha traído parte de todo esto?
¿Acaso la avaricia de los constructores despiadados, pensando tan sólo en forrarse a toda costa, no están ahora viendo cómo todo su mundo se está cayendo?

¿Acaso la destrucción de la familia no es una grave crisis? Cuántos matrimonios engañan y han engañado a sus parejas, ¿no es esto una crisis peor que unos cuantos millones de euros?

¿Cuántas veces los padres hemos olvidado que tenemos el deber y la obligación de educar a nuestros hijos? ¿Acaso la falta de esta educación no genera una verdadera crisis?

Podrían también hablar de todos los que callamos para que no nos venga nada peor, por cobardes, ¿acaso no es renunciar de alguna manera a Dios? ¿Acaso no es negarlo? Y esto ¿no es una verdadera crisis?

Pero no, ahora, la crisis es la otra, ¿cuál? Y tu consejo a tu sobrinita de buena familia, para que abortara y no hubiera más escándalo, ¿no ocasionó también una crisis?

Perdonadme todos, no pienso en nadie, ni quiero ofender, pero ¿no sería actuar con autoridad, el corregir todos estos errores?

Pidamos a Jesús fuerzas para vivir plenamente sus palabras de ánimo, y que la alegría y la ilusión no permitan que olvidemos lo verdadero: Dios. Que sepamos darle gracias por todo, absolutamente por todo.

¿Me estás pidiendo consejo? Para mí es muy sencillo, adorar al Señor en su Capilla, en el Sagrario, y en la celebración de la Santa Eucaristía.

¿Más aún? Bien, yo aconsejaría exponer solemnemente al Señor todos los jueves, por ejemplo, al menos media hora, y finalizar dando la bendición a todos: los presentes y los ausentes.

¿No crees que Él traspasa los muros de la Iglesia? Claro que sí, y que alcance a todo el pueblo, los que están y los que no están.

Si en España, o cualquier otro país, se hiciera en todas las iglesias al mismo tiempo, esto cambiaría rotundamente.

A mí no me vale que me digas que somos pocos. Yo cuento con los millones de ángeles, y con los millones de santos, con toda la comunión de los santos.

Somos muchos más, no nos preocupemos por lo que nonos toca. Nosotros hagamos lo nuestro, y Él que haga lo suyo. ¡Segurísimo, siempre ha sido así!