22/2/09

La fe es confiar

Érase una vez un hombre tan sencillo y bueno, que nunca pensaba mal de nadie, ni comentaba nada dañino para nadie, y eso que tenía motivos para hablar mucho de muchos.

Él vivía en el Reino de Dios, donde otros bien sentados, bien colocados, apoltronados en sus sillones como se suele decir, hablaban de Dios horas y horas. Tenían normas para regirlo todo. Eran especialmente “importantes” y siempre estaban sentados cerca del Señor, tapando toda posibilidad de proximidad.

Pero los humildes y mansos de corazón, los que confiaban en Jesús de la misericordia, siempre encontraban un modo de acercarse a Él, por el amor que le sentían, llevaban la fuerza del Espíritu Santo en su corazón, y sabían que Dios puede abrir caminos en el desierto, y ríos en el yermo. ¡Ah de los que están apoltronados, sean lo que sean, sencillos seglares, religiosos, obispos, cardenales, y no dejáis que mis pequeños se acerquen a mí!

Por eso el hombre tan sencillo y manso de corazón callaba, porque sabía que el Reino se predica andando, no sentado cómodamente, y diciendo que son los otros los que actúan mal siempre. Además de atreverse a decir como aquellos fariseos: “blasfema”.

“¡No juzguéis, y no seréis juzgados!”

Los sencillos siempre encuentran el camino recto hacia Jesús, Él así lo quiere, y así nos ayuda a conseguirlo, por su amor.

Los sencillos ponen la fe de llevar al amigo enfermo, de alma y cuerpo. ¿No sufren los sencillos? Igual que los fariseos, pero por su fe, lo llevan de otro modo.

¿Cuál es esa fe? Es la que me dice que hoy es un día estupendo, muy bueno si lo aprovechas en cosas positivas. El ambiente es delicioso, no hay prisas, puedes hacer todo lo que quieras. Hay tiempo para todo.

Fe es un confiar, un entregarse plenamente a Dios, y no preocuparse por nada. Podemos pedirle lo que queramos, y Él nos lo envía todo.

¡Vivimos en su Reino! Eso sí, si lo deseamos de corazón.

Es como si Dios nos dijera: “Hay tantas cosas que no te puedo dar, sencillamente porque no me las has pedido nunca. Pídemelas y Yo, encantado, te las daré. No te agobies por nada, tú haz lo tuyo, y yo lo mío, que estoy deseando hacerlo.”

Y después de ver lo que hicieron los cuatro sencillos, con su amigo, y cómo los atendió el Señor, que cuando se marchaban decían: “Nunca hemos visto cosa igual”. Sólo nos queda dar gracias por todo al Señor, porque Él, siempre y en todo momento, camina junto a nosotros.

Pídele lo que necesites, sea lo que sea, con esa confianza, fiándote de a quién se lo estás pidiendo.

¡El Reino de Dios está aquí, con nosotros, ya!

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