22/3/08

Viernes Santo

Cuánto dolor, cuánto sufrimiento, y la muerte siempre fría y amarga, siempre dolorosa. Cuando nos toca de cerca, su hedor nos hiela, nos deja sin respiración. Siempre injusta, siempre inoportuna. Pero la muerte ahí la tenemos, nos acompaña durante toda la vida. Ante ella podemos observar dos posturas, una meramente humana y otra espiritual, religiosa. Siempre lacera nuestro ser, y volvemos a las mismas preguntas que los filósofos clásicos. ¿Qué es nuestra vida?

Y ahora empieza lo bueno, vivir, se trata de vivir. Y para esto precisamente, sufrió y murió Jesús, para que nosotros podamos Vivir. ¿Le hemos dado las gracias por morir por nosotros?

Con un solo ejemplo lo entendemos de mil maravillas. Un padre pierde al hijo, y al cabo de unos días lo localizan en el interior de un pozo, y cuando lo consiguen rescatar los bomberos, el padre, agradecido, les hace un buen regalo.

¿Y nosotros, qué regalamos a Jesús? ¿Realmente creemos que nos ha salvado por su muerte? Cargando con nuestros pecados subió al leño, la cruz, y así nos redimió. ¿Lo crees de verdad?

Cuando Jesús se refiere a que pase de él esta copa, ¿a qué se refiere? ¿Cuál era su dolor? Él sabía lo que le esperaba, la pasión, los cientos de golpes, la burla –golpe durísimo- los insultos... la muerte. Clavado en la cruz, por clavos de verdad, de hierro, de unos veinte centímetros aproximadamente. Para comparar un poco, coge una aguja fina, de esas que usan los diabéticos para pincharse, y clávatela. También puede valer una chincheta. ¡Qué dura puede ser a veces la realidad! Pregúntaselo a los padres que han tenido que verse en el entierro de un hijo, en esa agonía de semanas en el hospital. Pero la vida sigue, y es cierto, hay que seguir viviendo. Es nuestra obligación, pero a veces cuesta, nos duele mucho. Lo vivimos tan cerca, en algún familiar directo, en algún amigo íntimo...

Y Jesús, ¿cómo debió vivirlo? Y nosotros, ¿cómo vivimos todo su dolor, sabiendo que lo sufrió por nosotros?

Jesús sabía qué copa tenía que beber, cuál iba a ser su muerte, pero le debió de doler más el verse insultado y despreciado por todos. Abandonado incluso por sus más allegados. Los judíos allí presentes, continuaban movidos por el demonio, y seguían provocándole con las tentaciones, que durante toda la vida lo acompañaron, desde el desierto, al comienzo de su vida pública, hasta la cruz. Como nosotros, ¿tú no te sientes tentado? Mal asunto si no eres tentado.

También los romanos seguían con sus burlas y mofas, y para colmo, colgado entre dos asesinos ladrones, y de ellos uno no para de increparlo. Menos mal que el otro reconoce, no con los ojos humanos, sino con el alma. Ve a Dios mismo, y lo aclama como tal. Pide perdón, y recibe la promesa de la salvación instantánea al mismo momento de morir.
¿Cuál es su dolor? Está claro que el físico fue atroz, pero pienso que el Espíritu le ayudaba a soportarlo.

Creo que su gran dol0r fue ver lo que veía, lo torpes y ciegos que somos los hombres, que salvo excepciones, no parecemos involucrarnos con Él, nos da igual ocho que ochenta. La ceguera del hombre, ¡cuántos ciegos hay para sanar! Ese dolor debió de ser horroroso, y sigue siéndolo.

El corazón de piedra, de hierro, que no se estremece por nada, y que sólo desde el egoísmo más personal es alimentado. Se nutre a veces de hermanos nuestros. Pensemos en los niños de la guerra, en esas madres torturadas y en ocasiones asesinadas.

Hoy iré al oficio religioso, y ... ¿de qué nos tendremos que revestir? Nuestra aflicción sólo puede ser de corazón, en la fe las cosas son así, no es una calcamonía que nos adherimos y ya está.

Muere por mis pecados, por la maldad del mundo entero, y tan sólo con una gota de su sudor habría bastado para lavarnos si hubiéramos deseado de verdad no volver a caer, a pecar; pero no, lo hacemos una y otra vez.

Con una sola gotita nos habría blanqueado del todo y a todos, si nuestra constricción fuera más real. Y conste que para muchos lo es, pero esto es el mundo, el gran teatro del mundo, y la ceguera nos produce falta de visión, no dejándonos ver con claridad.

Por cierto, anda un señor por ahí, que dicen que es el mismísimo Jesús, pero que se disfraza continuamente. ¿Lo has visto tú? ¿Lo has reconocido?

4 comentarios:

  1. ante tales palabras empiezo por:

    Ya no hay un dolor humano que no sea mi dolor
    ya ningunos ojos lloran, ya ningún alma se angustia
    sin que yo me angustie y llore
    ya mi corazón es lámpara fiel de todas las vigilias,
    ¡oh Cristo!

    En vano busco en los hondos escondrijos de mi ser
    para encontrar algún odio: nadie puede herirme ya
    sino de piedad y amor. Todos son yo, yo soy todos,
    ¡oh Cristo!

    ¡Qué importan males o bienes! Para mí todos son bienes.
    El rosal no tiene espinas: para mí sólo da rosas.
    ¿Rosas de Pasión? ¡Qué importa! Rosas de celeste esencia,
    purpúreas como la sangre que vertiste por nosotros,
    ¡oh Cristo!»

    ResponderEliminar
  2. y sigo....


    A Jesús Crucificado

    A vos corriendo voy, brazos sagrados,
    en la cruz sacrosanta descubiertos,
    que para recibirme estáis abiertos,
    y para no castigarme estáis clavados.

    A vos, divinos ojos eclipsados,
    de tanta sangre y lágrimas cubiertos,
    que para perdonarme estáis despiertos
    y para no confundirme estáis cerrados.

    A vos, clavados pies para no huirme;
    a vos, cabeza baja, por llamarme;
    a vos, sangre vertida para ungirme;

    a vos, costado abierto quiero unirme;
    a vos, clavos preciosos quiero atarme
    con ligadura dulce, estable, firme.

    ResponderEliminar
  3. Anónimo25/3/08

    No hay mayor dolor que el del corazón.
    Cuando alguién...cuando un familiar... cuando un amigo, o lo que creias un amigo...Estos dolores se llevan muy mal.

    ResponderEliminar
  4. Anónimo27/3/08

    es cierto, yo lo he visto. Está en todos esos que están tan abandonados, los abuelos que aunque tienen familia viven solos

    ResponderEliminar