20/3/08

Jueves Santo. Amaos como Yo os he amado.

Con este titular comienza una de las páginas más bellas de la historia del hombre, de la salvación, del Nuevo Testamento, del pueblo cristiano. No amarás a tu prójimo como a ti mismo, sino como Cristo nos ha amado.

En este evangelio de San Juan, se nos anuncia ya la fiesta de la Pascua, la antigua, la del pueblo judío, cuando fue liberado por Dios de Egipto, y cómo ahora por la sangre del nuevo Cordero, de Cristo mismo, somos salvados por amor.

El amor predomina durante toda la celebración, es como la obra maestra que nos va colocando cada pieza en nuestro corazón. Cuántas veces es el Señor el que nos ha dicho, ¡vamos, levantaos! y ahora es Él quien se levanta, el que se pone en actividad, en actitud de servicio, y por eso se quita todo lo que le molesta, el manto, -representación del poder-, y san Pablo nos recordará en ese cántico: “que se despojó de su rango-divino-y tomó la condición de esclavo.”
Así es, se puso a servirnos, necesitando agua para ello, siempre símbolo del bautismo, del perdón y también de comunión -cuando se añade agua al vino antes de su transformación.-

Y echando agua se puso a lavarles los pies, algo propio en aquellos tiempos, de los esclavos de la casa. Pero Jesús, dando ejemplo, como toda su vida, vive y muere, por amor, no con palabritas, sino con hechos, con el buen deseo de servir, de ayudar al otro, si pensar que yo estoy muy cansado, sin pensar en falsas superioridades.

Perdóname, pero este amor, recuerda al de la madres, a las mamás que siempre están dispuestas, que parece que son de piedra, y es que las mujeres en eso de amar son verdaderas maestras.

Jesús pide ese amor maternal, que nos pongamos de rodillas, no por derecho o deber, sino por amor al otro. Si Dios se pone de rodillas ante mí, ¿qué tendré que hacer yo? Sólo de pensarlo me entra una emoción por dentro, una especie de escalofrío, por eso san Pedro responde aquello: tú no me lavarás a mí, y Jesús lo machaca con la frasecita: “si no te lavo, no tienes nada que ver conmigo.”

Necesitamos el perdón de los pecados, el sacramento de la reconciliación, hemos de estar limpios y de nuevo san Pedro vuelve a contestar: “no sólo los pies, sino también las manos -las obras, los hechos- y la cabeza -pensamientos, miradas...-

Hemos de estar limpios, para sentirnos libres de actuar, y el pecado nos ata, nos hace esclavos, de ahí la limpieza del corazón, el hacernos pequeños, arrodillarnos ante el otro, amando por encima de todo.

Por eso la beata madre Teresa de Calcuta, decía al periodista mientras lavaba las heridas a los leprosos: “hay cosas que sólo se pueden hacer por amor”. Y está claro, ése es el amor de Dios, el que Él nos da.

Me gustaría saber unas cosillas:
Señor arquitecto, cuando pasas junto al fontanero, ¿le saludas amablemente?
Señor cirujano... tú y yo... ídem, eadem, ídem. Más de lo mismo.
Señor alcalde, el último barrendero, ¿piensas que también tiene una familia?
Hijo, ¿cuidas a tus padres, abuelos con respetuoso amor?

¿Y yo? ¿Cuál es mi actitud, cuales mis hechos?

Señor, perdón, porque he pecado, contra el cielo y ante ti. Y levantándose partió hacia su padre.

2 comentarios:

  1. ¿QUIEN LAVO LOS PIES A JESUS?

    NADIE. Ni Pedro, el apóstol impulsivo que se adelantaba a todo y a todos. Tampoco lo hizo Andrés, su hermano, tal vez el primero en acercarse a Jesús en el comienzo de Su ministerio.

    Ni Jacobo ni Juan, su hermano el discípulo amado, que recostaba su cabeza en el pecho del Señor y le confiaba sus íntimos secretos.

    Ni Mateo, el publicano perdonado y ennoblecido. Ni Tomás, tan pronto a dudar de su Maestro. Ni Felipe, quien fue testigo del poder sobrenatural del Señor desde su primer encuentro.

    Ni siquiera lo hizo Judas Iscariote, para intentar huir de la mirada de Jesús y así esconder de alguna manera, al agacharse, sus terribles pensamientos de traición y entrega del Señor.

    Tampoco nadie, al comienzo de la escena, había intentado quitarle el lebrillo y la toalla de las manos diciendo:¡No, Señor, déjame a mí! Todos contemplaron el accionar del Señor confusos, tal vez avergonzados, pero ni uno hizo un solo gesto para revertir la situación.

    ¡Cómo iban ellos a lavar los pies de sus compañeros, si no hacía mucho estaban peleando y discutiendo sobre quien sería el mayor en el reino de los cielos ¡

    ¡Acaso no se disputaban los lugares a la derecha y la izquierda del trono de Cristo, cuando El instalara Su reino con toda Su Gloria!

    No estaban preparados espiritualmente para humillarse y adoptar la actitud de un esclavo. En la arrogancia de sus pensamientos se veían a si mismos como autoridades y no como siervos.

    Y Cristo, entonces, se despoja de su manto, símbolo de dignidad y autoridad- así como para venir a este mundo a cumplir Su Obra de redención, se había despojado de sus atributos y glorias celestiales- y, humildemente arrodillado, comienza a lavar los pies de sus discípulos: Pedro, Jacobo, Mateo, Juan, Tomás, Felipe, Judas el zelote, Bartolomé, el otro Jacobo, Andrés, Simón el cananita…y aún a Judas, el traidor.

    Ya están todos con sus pies limpios, refrescados, cómodamente reclinados terminando su celebración de la Pascua.

    Queda sólo Jesús, con Sus pies sucios del camino polvoriento, con las marcas de las sandalias en ellos y sintiendo el cansancio de las millas recorridas. Con el dolor en el corazón de que ni siquiera en ese momento tan especial, alguno de sus discípulos le hiciera esa pequeña manifestación de cariño.

    Y así, al terminar la Cena, esos pies benditos se encaminan hacia Su propio Calvario.

    ¡Cristo, mi Cristo! Nadie lavó Tus pies doloridos y sudorosos! Nadie refrescó Tu piel
    agrietada por el polvo del camino. Así como nadie libró Tu alma de la suciedad de mi pecado. Nadie pudo ayudarte cuando en la cruz, lavaste la magnitud de mis culpas…

    ¡Cristo, mi Cristo! Ayúdame a seguir Tu ejemplo de humildad, de entrega, de morir a Ti mismo para poder darme vida. Ayúdame a bajar mi cabeza, a doblegar mi soberbia, a pisotear mi orgullo. Dame el lebrillo y la toalla y ese corazón enorme, inmenso de amor para que yo pueda seguir Tu ejemplo de abnegación y servicio,y lavar al enfermo, al enemigo, al que me cae mal. Amen

    “PORQUE EJEMPLO OS HE DADO, PARA QUE COMO YO HE HECHO, VOSOTROS TAMBIÉN HAGÁIS.” Juan 13:15

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  2. Anónimo21/3/08

    Jesús va a enfrentar la muerte

    y se despoja de todo, de todo lo que estorba.

    Como esta mesa que ahora es desvestida, Jesús será desvestido,

    será maltratado, será azotado, será herido por nuestra rebelión.

    El altar que recibió el pan y el vino de la alegría

    recibirá por mantel el cuerpo agonizante del Señor.

    La mesa de la comunión se volverá mesa solitaria, abandonada.

    Nuestro Señor quedará al desnudo, avergonzado delante de todos,

    pero su amor por el mundo perdido será más fuerte,

    aceptará entonces la humillación, y será obediente hasta la muerte,

    y muerte de cruz.

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