23/12/09

N a v i d a d 2009, escrito por el P. Alberto Eronti, desde Buenos Aires, Argentina

“María, tus hijos somos
el canto de tu ternura,
espada de tus combates.
tesoro de tu conquista,
santuario de tu presencia,
Iglesia de Jesucristo.

Siempre estoy en casa,
porque siempre tú.
siempre me acompañas” (*)


Queridos amigos:

El año 2009 se acerca a su fin, como es habitual en estas fechas hago este saludo, enmarcado entre las celebraciones de la Navidad y Reyes. Sin duda alguna la “globalización” del mundo nos ha hecho vivir intensamente algunos sucesos: calentamiento global, crisis económica mundial, terrorismo, inseguridad, migración… A lo vivido planetariamente hemos de sumar nuestras propias vidas, con sus ilusiones y desilusiones, éxitos y fracasos, alegría y sufrimientos,… Es nuestra historia, es la historia de cada uno y al término de otro año que pronto será “pasado”, celebraremos de nuevo el nacimiento del Hijo de Dios y el inicio de un nuevo año.

¡El nacimiento del Dios hecho hombre! ¡Dios naciendo! ¡Dios encerrado nueve meses en el vientre de la Mujer, María! ¡Dios aprendiendo a ser hombre: comer, sonreír, llorar, caminar…! Este hecho ocurrido hace ya más de 2000 años, sigue aconteciendo, sigue ocurriendo, ¡Dios no ha dejado de nacer! Es que Dios nace también en cada niño, sigue naciendo en cada joven, continúa naciendo en cada hombre o mujer de “buena voluntad”. Por esto es que la fiesta tiene su particular y extraña fascinación: sentimos que no es ajena a nosotros, porque nosotros también hemos nacido, aprendido y proyectado como hombres e hijos de Dios. El nacimiento de Jesús de Nazareth, acaecido en Belén de Judá, es para cada uno y en cada uno de nosotros porque ha venido a enseñarnos “el camino del hombre”.

Se puede ser hombre y mujer de muchas maneras, pero sólo una es de plenitud. Es a esta manera única a la que apunta la Navidad. La celebración de la fiesta de la ternura, el amor y la paz, no es un hecho social, señala más allá, es un hecho profundamente humano y divino. Contemplar al Niño con los ojos de María y José, significará contemplar lo mejor de nosotros mismos. Es esa “mejor parte” de la que habla Jesús a Marta de Betania, señalando a la hermana menor sentada a sus pies. Celebrar la Navidad cristianamente, es hacerlo en clave contemplativa, en clave de adoración y estupor de niños. Es como despertar energía, anhelos e ideales dormidos o atontados por el diario vivir. La Navidad de Jesús, el Hijo de Dios, es pura energía vital, es alegría y paz, es promesa cumplida y esperanza cierta.

En la Nochebuena del próximo 24 de diciembre, nos encontraremos -como cada año- junto al pesebre. Querríamos tener los ojos fascinados de María y su corazón pleno de ternura, el sentir de José contemplativo y sólido cuidando el Tesoro de María. La sorpresa alegre de los pastores oyendo el canto de ángeles y, sin duda, pertenecer al grupo de los “hombres de buena voluntad”.

El cambio de año va acompañado siempre de algunas palabras “clásicas”: felicidad, buenos augurios, salud, paz, ir a más y mejor. Es que el cambio del almanaque pareciera ejercer un particular influjo psicológico y vital: ¡recomenzar!, ¡otra oportunidad! Si es así, será bueno imaginar y reflexionar sobre los anhelos, necesidades, desafíos, que tenemos por delante. Cada recomenzar, cada cambio, encierra en sí una oportunidad y es bueno hacer lo posible para que, en lo que de nosotros depende, no se escurra como agua entre los dedos. Para acometer esta realidad, será bueno recordar que no estamos solos. No estamos solos porque muchos que queremos y nos quieren nos acompañan; pero sobre todo no estamos solos porque Dios está con nosotros. Navidad es justamente esto: Dios con nosotros, Dios para nosotros, Dios en nosotros. Decir Dios con nosotros, es decir que lo mejor de cada uno pude crecer, desarrollarse, plenificarse. Dios, dice el profeta, es “amigo del hombre”. Es en amistad con él que estamos llamados a crecer, que no es otra cosa que dejar ir a más lo mejor de nosotros mismos. ¡Renacer!, es el mensaje de Navidad y es la apuesta para el nuevo año. ¡Amén!

Un cordial saludo. Que Dios les muestre su rostro y los bendiga:



P. Alberto E. Eronti

(*) Joaquín Alliende Luco

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