30/6/12

¿Estás dispuesto a aprender?

Me asombra Tomás, el apóstol, cuando no cree y necesita tocar las llagas, las heridas del difunto Jesús, para ver que es Él, que ha resucitado de entre los muertos. Pero lo que más me asombra es que tocando a un hombre “ve”, redescubre a Dios, su Señor.

Nosotros mismos cuidando a los enfermos, lavando y limpiando sus heridas, y no siempre son del cuerpo, sino del corazón, esas pequeñas discordias familiares, vecinales, quitando leña, como solemos decir, podemos apagar un fuego, podemos limar asperezas.

Pero aún así, hay quien no cree, y si no se cree es imposible pedir un milagro. Jesús mismo, en su pueblo Nazaret, sólo pudo salvar a unos enfermos, imponiéndoles las manos, porque no encontró fe, ni entre los suyos mismos, los de su familia.

La cercanía física no acredita casi nada, hay quienes pueden trabajar con alguien toda su vida y no conocen a su compañero. ¡Qué triste es! Así es como vivimos, y a esto lo llamamos vida. ¿Realmente es esto vida? ¿No es más un pasar el tiempo, esperando la muerte?

En aquel tiempo, a los contemporáneos de Jesús, a vecinos y algún que otro familiar, les resultaba escandaloso, no ya que les pudiera enseñar, sino que fuera Él mismo quien lo hiciera.

Y esto seguro que a ti también te ha pasado alguna vez, posiblemente en tu propia casa, con algún hijo tuyo, ¿cómo pretendes enseñarme a mí que soy tu padre? Y añadimos –y no confundo los tiempos verbales- ¡Pero si yo soy tu padre!

Quizás en alguna ocasión sea cierto, quizás. Pero en otras no lo será. Del más pequeño, del más humilde, podemos aprender algo. Pero el verdadero problema radica precisamente en nosotros, en que permanecemos sellados a todo lo que nos venga de los nuestros, porque si viene uno con un nombre pomposo, vestido con lujo, con palabras muy aparatosas, a ése sí, le hacemos caso en todo, aunque no tenga ni idea.

¿Cuántas veces el problema no está en que no oímos, que no queremos oír? Creo que aquí radica el problema, en esa etiqueta inicial, que a uno lo desacredita, y a otro lo eleva a las alturas. ¿Cuál es el criterio? La estupidez que llevamos a cuestas, nuestra soberbia, esa arrogancia que nos hace ser superiores, a los que creemos humildes.

No me extraña que muchos digan que ellos no ven ni oyen a Dios. La arrogancia no les deja ver, y Dios actúa ahí, en las semillas, desde la humildad. Si yo soy Yo, Él no puede ser nada. Todo mi Yo me “engorda”, se hincha, no dejando espacio ni físico ni espiritual a nadie, absolutamente a nadie.

La frase “nadie es profeta en su tierra”, la deberíamos cambiar por esta pregunta: ¿sabes que hay profetas a tu alrededor? ¿No lo ves? Pues eso no lo arreglan los médicos de cuerpos. ¿Tú que opinas?

¡Que el Señor de la Misericordia, cuya fiesta celebramos el segundo domingo de la Pascua, y su Santísima Madre, la Virgen María, Madre de Dios y Madre nuestra, os colmen de bendiciones y de salud a todos!

23/6/12

SAN JUAN BAUTISTA

¿Qué será de este niño?


Desde la humildad, el silencio, hemos de crecer en la conversión lenta pero decidida a la escucha de la Palabra de Dios, tanto en las sagradas Escrituras, como en el Sagrario, como en la exposición del Señor, y él, siendo nosotros humildes pero valientes para obedecer, dará testimonio a través nuestro.

“El niño crecía y su espíritu se fortalecía”. Y esto ocurre siempre que el señor nos prepara para una “misión”, para que podamos responder a la pregunta inicial. Pero, ¿Quién es ese niño? ¿Serás tú?

Todos somos elegidos, pero unos con mayor responsabilidad, y a mayor responsabilidad, cuantos más talentos son otorgados, es necesario más humildad, y fortaleza en la fe, para vivir el ahora, el ya, este instante, y luego, sin pensar más, el mañana ya llegará.

¿Qué será de este niño? ¿Cuál será la misión? ¡Que más da! Si es cosa del Señor, seguro que es lo mejor.

Y a modo muy especial, recordar como a veces, lo que no comprendemos, lo que creemos una injusticia, los caminos torcidos de Dios, nos conducen precisamente a Él.

¡Cuando Dios quiere una obra, utiliza los obstáculos como medios!

17/6/12

SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS




Entre los múltiples temas que se repiten a lo largo de la Biblia, hay dos que van unidos tanto en boca de los Profetas como en las enseñanzas de Jesús, se trata de la conversión y el corazón. La “conversión” siempre supone un cambio, un modo de vivir diferente, una escala de valores distinta. La meta siempre es la misma: “ir a más”, “ser mejor”. Tanto el “ir a más”, como el “ser mejor” ha de realizarse en función de un “modelo”: Dios. He aquí lo que está en el corazón mismo del mensaje bíblico. La “conversión” del hombre y el “corazón nuevo” suponen que los rasgos de Dios-Amor se realicen más y más en el hombre.

¿Qué importancia reviste este tema hoy? Su importancia es tal que del mismo depende tanto la felicidad personal como la comunitaria. Muchas veces me preguntan: “¿De qué vino a salvarnos Jesucristo?”, o “¿Qué necesito que se salve en mí?”… La Iglesia católica enseña que Dios es la garantía de la humanización del hombre, cuando el hombre se aleja de Dios se aleja de su “modelo”. Un hombre alejado de Dios corre el peligro de perder humanidad y desfigurarse en su ser y hacer. Por lo tanto a la pregunta de si necesito o no “salvación”, desde la fe en Jesucristo respondemos: sí, el hombre necesita ser “salvado”, ayudado a no caer en lo primitivo, en los bajos instintos, en la desfiguración de lo humano. Alguna vez escribí que nadie sabe cuánto amor es capaz de dar, pero tampoco sabe cuánto de malo es capaz de realizar. El ser humano es “capaz” para el bien y para el mal, para la belleza y la fealdad. Justamente, Jesús ha venido para enseñarnos el camino del bien, de la belleza, de la mejor y más noble humanidad. Él, que vino a enseñarnos el camino de la mejor humanidad, fue torturado y crucificado por la maldad, el desamor, el interés, el poder…

No hace falta ser muy listo para percibir el aumento de lo que los dos últimos Papas llaman: “una creciente des-humanización del hombre”. Es más, la sufrimos en carne propia todos los días: inseguridad física, inseguridad económica, inseguridad laboral, prepotencia del poder político y de las corporaciones, manifestaciones callejeras violentas que responden a intereses ocultos (o no tanto), robos, drogas… Son estas las realidades que señalan una humanidad urgentemente necesitada de “humanización” y por lo tanto de “salvación” y de “conversión”.

En este mes que la Iglesia acentúa la devoción al Corazón de Jesús, a Jesús Sumo y Eterno Sacerdote y al Corazón Inmaculado de María, me ha parecido importante que este mensaje volviera a centrarnos sobre la actualidad “del corazón nuevo y del espíritu nuevo”. La Biblia hace referencia a la existencia “del corazón de piedra”. No han faltado personas que me han dicho que les parecía muy duro el término. Si hoy vuelvo sobre ello, no es por todo lo desagradable que sale en los periódicos y en los medios sobre la violencia o el horror que producimos a diario, vuelvo sobre el tema por una vivencia que no se publicita, pero que me ha dejado entristecido y dolido.

Una joven mamá llevó a su hijita de un año a un Hospital público en plena celebración del Bi-Centenario. Le diagnostican un edema pulmonar agudo, la pequeña queda internada en terapia y con respirador. La madre podrá verla sólo una vez al día, pero no tocarla. Pasan dos días, no hay mejoría y tampoco informes de los médicos, nadie sabe nada, nadie dice nada. Todo es espera, incertidumbre y angustia para la familia. Por fin, aunque la niña no mejoraba, dejan que la madre la toque. Viendo lo despeinada que estaba su hijita, toma un peine fino y se lo pasa por los cabellos. Cuál no sería su sorpresa y horror, cuando vio que el peine sacaba piojos de la pequeña cabeza. Gritó angustiada, vino una enfermera y tras enterarse del motivo del grito le dice a la madre: “Si le parece que está mal atendida, llévesela de acá”. En eso interviene la médico pediatra quien, al enterarse de la reacción histérica de la mamá, dice agresivamente: ¿Qué preferís?, ¿la salud o que esté sin piojos…?” La nena falleció al día siguiente…

Objetivamente hablando, las reacciones de la enfermera y de la pediatra son comportamientos de “un corazón de piedra”. Pero, y aquí está “el punto” de esta reflexión, tanto la una como la otras son también mamás, tanto la una como la otra querrían y quieren lo mejor para sus hijos. Pero hay algo, hay una realidad que produce reacciones de corazones de piedra. Cuando las conductas de “un corazón de piedra se multiplican, la sensibilidad también se endurece. Se trata de la realidad agobiante que vivimos: hospitales públicos en los que muchas cosas no funcionan o no hay, cuando debiera haberlas. Disposiciones irracionales de algún funcionario que logran formar en las calles, frente a los Bancos, colas interminables de ancianos que sufren frío o calor, para cobrar su jubilación, muchas veces insuficiente. Calles de la ciudad por las que no se pueden transitar sea por colapso del tránsito, sea por manifestaciones o piqueteros agresivos…

Las reacciones propias de “un corazón de piedra”, son las que nacen en la zona débil de todo hombre cuando se experimenta atropellado, ninguneado. Jesús, en el Huerto de los Olivos, le dice a su Padre “mi alma está triste hasta morir” (Mt.26,38). Su tristeza se debía a que sabía todo lo que en su cuerpo y en su espíritu iba a producir la maldad de muchos. ¡Qué rápido cambió el grito de “¡Hosanna!”, por el de “¡Crucifícalo!”. Fueron los corazones de piedra de unos pocos, los que lograron la conducta de piedra de una multitud confundida.

¿Por qué escribo esta circular sobre este tema, cuando la Patria acaba de celebrar, su Bi-Centenario? Porque la celebración de los 200 años nos encuentra más desintegrados de lo que imaginamos, pero nadie que ame a la Patria querría que lo que la marcó en buena parte su segundo siglo, sea la impronta del que se inicia. La propuesta está en asumir el compromiso de hacer todo lo posible para transformar todo lo que haya de “piedra” en la vida social, en “carne”. Por eso, lo primeo es trabajar sobre la propia conducta y sobre el propio corazón. Recién entonces se podrá influir sobre la comunidad social.

La Virgen nos fue dada por Jesús como la “Educadora del corazón de carne”. Esta educación ella la hace en la fuerza de la Alianza de Amor. Al enseñarnos a amar con y como ella, nos sumerge en Cristo y nos da ser “imágenes y semejanza” de Dios. Ella nos da corazón y conducta de puro amor, para una Patria nueva y para un mundo nuevo.

Que en la Adoración Eucarística, Jesús nos de un corazón semejante al suyo. ¡Así sea!

P. Alberto E. Eronti

9/6/12

Corpus Christi

Estaba con mi familia al fondo de la iglesia, cuando de pronto, el sacristán, el señor Adolfo, vino a mí, y me dijo que me necesitaba para llevar el Palio en la procesión.

¡Quedé como aturdido! No sabía qué decir. Pero fui tras él. Cogí el cuarto palo del lado izquierdo, y en silencio me mantuve en la sacristía. Los demás estaban hablando, pero yo estaba en completo silencio, de todo. Mi corazón desbordaba de alegría, pero no podía decir nada. ¡Claro que recuerdo la fecha, era en Junio de 2005! Mi primera procesión del Corpus. Antes no había ido, sólo siendo un niño, pero jamás había vuelto.

Mi primera procesión, porque verdaderamente el Corpus es “La” procesión, es la salida con el Señor Jesús a visitar a tantos como no pueden ir a la iglesia.

Delante de mí iba un señor, llamado José María, que algún golpecillo le di sin querer, ya que no sabía cómo se llevaba el palo. Detrás de mí, venía José Luis, un señor que descansa en paz junto al Señor Jesús, y fue éste quien en un momento de parada me dio unos consejillos. Yo sigo rezando por ti, José Luis, y por tu familia, como bien sabes.

Marchábamos al paso, poco a poco, y la banda de música tocaba tras nosotros. El incienso lo gozábamos de forma continua, pues delante de nosotros, dos seminaristas iban con el incensario. Hoy ya uno es sacerdote; el otro... ahí está. ¡Pero déjame seguir, no me hagas tantas preguntas! El sacerdote, Don José, portaba la Custodia con el Señor, justo un paso delante de mí, de tal modo que mi mirada coincidía y se encontraba continuamente con la de Jesús. Hacia el final de la procesión, colocaron una mesilla donde descansa y dieron la bendición a todos los presentes de corazón. Pero ésta no era la única mesilla. Aunque sí que fue aquí donde me llamó la atención una chica joven. ¡Cómo miraba al Señor! Y yo, vi su corazón, cómo le pedía al Señor Jesús. Éste le devolvió la mirada, le sonrió y le concedió el favor. Pero además derramó muchas más gracias, y yo allí, también derramé más lágrimas. ¡Cuánta delicadeza, cuánto amor nos das, Señor!

Comprendí que el Señor juega no a una banda, sino a muchas, y de paso alegra a éste, a aquél... incluso al señor que desde lejos contemplaba toda la escena, encendido de presencia, y el Señor Jesús era como su fuera caminando junto a nosotros, pero al mismo tiempo fuera entrando a todas las casa que lo solicitaban. Eran como “muchos” Señor Jesús, se daba a todos, y eso que algunos no le pedían nada, ni lo miraban de modo temeroso, sino porque Él quería dar. De tal manera, que nunca sabrán que fue Jesús el que les solucionó... no importa, lo llamarán un golpe de suerte. Aún así, qué bonito es.

A partir de aquí, Él, mi amigo Jesús, aún se multiplicó más, o quizás yo lo vi más. Empezó a repartir y se volvía loco de alegría. En una de las calles, en la de San Cristóbal, había otro altarcito, donde lo llenaron de flores, pétalos de rosas, por miles. Y el Señor les derramó millones de gracias, bendijo a las familias enteras, a los campos, a sus cosechas. Aún conservo uno de estos pétalos de rosa, en el interior de uno de mis libros. En esta calle, si me lo permites, en una casa de esas de pueblo, con las puertas abiertas de par en par, allí, junto a sus hijas, estaba sentado un hombre que llamamos “el tío Cristo” que al llegar nosotros a su altura, como pudo, apoyándose de mil modos, se puso en pie para saludar con el corazón a Jesús. Allí, se fundieron en un abrazo inmenso.

¡Gracias Señor Jesús, por enseñarme!

Y tú, ¿vas a quedarte sentado? Otros, al pasar, se arrodillaban. ¿Y tú?

Alabado sea el Señor Jesús por siempre.

Sea por siempre bendito y alabado

2/6/12

LA SANTISIMA TRINIDAD

La Santísima Trinidad

Hoy todos nosotros celebramos, vivimos, la Santísima Trinidad: un solo Dios, y tres Personas distintas.

¿Cómo comprender esto? Es muy difícil, a no ser que sea desde el amor. ¿Cómo entender que María queda embarazada por obra del Espíritu Santo? Los mismos discípulos, que anduvieron tres años con Jesús, verdadero Hombre y verdadero Dios, que le vieron realizar tales proezas, no le comprendían. ¡Muéstranos a tu Padre y nos basta! ¿Tanto tiempo con vosotros y aún no me comprendéis? No lo entendían: ¡Enséñanos el camino y nos basta! Y Jesús, en alguna ocasión, se lamenta diciéndoles: “Hombres de poca fe”.

Aquí está la verdadera cuestión. En creer, en convertir el creer en saber. ¿Es científico? No lo es, pero sé que es así.

Sin ofender a nadie, ¿tú sabes quién es tu madre? Cierto, ella es. Pero permíteme la preguntita: ¿Y tu padre? ¿Cómo estás tan seguro? ¿Sabes que es él, o crees que es él? ¿Y científicamente lo sabes? ¿Acaso es matemático? ¿Llamaron al notario en el momento de tu concepción? Estoy contigo, no lo necesitas: yo tampoco. ¿Alguno de los presentes ha pedido la prueba del ADN? Lógico, es una estupidez, un gasto tremendo, no lo necesitamos. Mi madre lo es, y mi padre también. Lo sé, y basta. Esto está por encima de la comprensión, por encima de toda prueba matemática.

Pues algo así ocurre. Sé que Dios Todopoderoso, el Padre, nos dio a su hijo Jesús, verdadero Dios y verdadero Hombre, nos lo entregó por María, la santísima Virgen María, para sentir con nosotros, para vivir con nosotros, para hacernos hijos del Padre, para indicarnos el camino: Yo Soy el Camino. ¿Y por qué hizo esto el Padre?

Creo que es muy sencillo. En las Sagradas Escrituras, Dios va mostrando al hombre la forma de salvarse, la liberación del mal, cómo salir del mal camino. En definitiva, la manera de vivir en verdadera libertad. Y todo, como digo, de modo sencillo, porque Dios es Amor.

A Jesús, sus discípulos no le entendieron hasta Pentecostés, donde se les abrieron sus ojos espirituales. Entonces supieron con sabiduría de Dios porque el Espíritu Santo les enseñaba, a ellos, a nosotros, toda la verdad.

Dios es Amor, pero no un amor cualquiera, es una locura de amor. Por eso nos envía al Hijo, para que tengamos el camino, y nos regala el fruto de ese Amor, el Espíritu Santo, el Engendrador, el que nos hace saber incluso sin necesidad de comprender.

Un día dos niños de esos idénticos, gemelos, de esos que siempre van vestidos igual, estaban separados. Uno de ellos se cayó un porrazo y se golpeó en la rodilla. El otro hermanito, que estaba en casa enfermo, empezó a llorar, poniéndose la mano en la misma rodillita. ¿Quién se lo había dicho?

Un matrimonio, estando en una fiesta social, de pronto el marido sintió algo, y fue a buscar a su mujer. ¿Nos vamos, cariño? Sí, respondió la esposa. Luego, hablando, resultó que la esposa se empezaba a encontrar mal y había deseado irse. ¿Quién se lo dijo?

A veces, tú mismo, ves entrar a tu hijo y le dices: ¿Qué pasa? Y, efectivamente, algo pasó. ¿Quién te lo ha dicho?

¡Que Dios te bendiga, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo!

PD : ¿Sabes ya quién te lo dijo?