Me asombra Tomás, el apóstol, cuando no cree y necesita tocar las
llagas, las heridas del difunto Jesús, para ver que es Él, que ha
resucitado de entre los muertos. Pero lo que más me asombra es que
tocando a un hombre “ve”, redescubre a Dios, su Señor.
Nosotros
mismos cuidando a los enfermos, lavando y limpiando sus heridas, y no
siempre son del cuerpo, sino del corazón, esas pequeñas discordias
familiares, vecinales, quitando leña, como solemos decir, podemos apagar
un fuego, podemos limar asperezas.
Pero aún así, hay quien no
cree, y si no se cree es imposible pedir un milagro. Jesús mismo, en su
pueblo Nazaret, sólo pudo salvar a unos enfermos, imponiéndoles las
manos, porque no encontró fe, ni entre los suyos mismos, los de su
familia.
La cercanía física no acredita casi nada, hay quienes
pueden trabajar con alguien toda su vida y no conocen a su compañero.
¡Qué triste es! Así es como vivimos, y a esto lo llamamos vida.
¿Realmente es esto vida? ¿No es más un pasar el tiempo, esperando la
muerte?
En aquel tiempo, a los contemporáneos de Jesús, a vecinos
y algún que otro familiar, les resultaba escandaloso, no ya que les
pudiera enseñar, sino que fuera Él mismo quien lo hiciera.
Y esto
seguro que a ti también te ha pasado alguna vez, posiblemente en tu
propia casa, con algún hijo tuyo, ¿cómo pretendes enseñarme a mí que soy
tu padre? Y añadimos –y no confundo los tiempos verbales- ¡Pero si yo
soy tu padre!
Quizás en alguna ocasión sea cierto, quizás. Pero
en otras no lo será. Del más pequeño, del más humilde, podemos aprender
algo. Pero el verdadero problema radica precisamente en nosotros, en que
permanecemos sellados a todo lo que nos venga de los nuestros, porque
si viene uno con un nombre pomposo, vestido con lujo, con palabras muy
aparatosas, a ése sí, le hacemos caso en todo, aunque no tenga ni idea.
¿Cuántas
veces el problema no está en que no oímos, que no queremos oír? Creo
que aquí radica el problema, en esa etiqueta inicial, que a uno lo
desacredita, y a otro lo eleva a las alturas. ¿Cuál es el criterio? La
estupidez que llevamos a cuestas, nuestra soberbia, esa arrogancia que
nos hace ser superiores, a los que creemos humildes.
No me
extraña que muchos digan que ellos no ven ni oyen a Dios. La arrogancia
no les deja ver, y Dios actúa ahí, en las semillas, desde la humildad.
Si yo soy Yo, Él no puede ser nada. Todo mi Yo me “engorda”, se hincha,
no dejando espacio ni físico ni espiritual a nadie, absolutamente a
nadie.
La frase “nadie es profeta en su tierra”, la deberíamos
cambiar por esta pregunta: ¿sabes que hay profetas a tu alrededor? ¿No
lo ves? Pues eso no lo arreglan los médicos de cuerpos. ¿Tú que opinas?
¡Que
el Señor de la Misericordia, cuya fiesta celebramos el segundo domingo
de la Pascua, y su Santísima Madre, la Virgen María, Madre de Dios y
Madre nuestra, os colmen de bendiciones y de salud a todos!
Verdaderamente estimulante y muy pedagógico. Gracias, Tono. Gracias a todos vosotros que mantenéis vivo este "blog" que tanto bien lleva haciendo desde que se creó.
ResponderEliminar¡Miau!
Es cierto. Una vez te conté que cuando me "paraba a escuchar" era cuando percibía todas esas cosas a las que te refieres. Entonces respondiste... ¡que me parara más a menudo! ;-)
ResponderEliminar***