11/12/10

Reflexion matrimonial para el Adviento. P. Alberto Eronti.

Pensando en la “espiritualidad matrimonial”: Los discípulos de Emaús (Lc. 24,13-35)

Pasaron ya varios días desde que llegó a mis manos una lámina de la revista “Umbrales”, editada por la Comunidad de los padres Dehonianos. La lámina lleva transcriptas, del lado izquierdo, unas palabras del P. León Dehon que me impresionaron: “El culto del Corazón de Jesús no es para nosotros una simple devoción, sino una verdadera renovación de toda la vida cristiana”. ¡Hermosa y profunda afirmación!

Del lado derecho está el icono de Quinto Regazzoni titulado: “Nuestro corazón ardía”. En el mismo están, sentados en torno a una pequeña mesa, Jesús en el centro, a su derecha un varón y a su izquierda una mujer. Sobre la mesa hay una plato con la imagen del Cordero inmolado. A los pies de ambos acompañantes de Jesús están escritos sus nombres: “Cleofás” y “María de Cleofás”. Se trata, obviamente, de los llamados comúnmente “discípulos de Emaús”. Pero, ¿un varón y una mujer?, ¿no eran acaso dos varones? Regazzoni escribe, además a los pies del icono: “Nuestro corazón ardía mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras”

El Evangelista San Lucas sólo nombra a uno de ellos, Cleofás, pero no al otro o a la otra. ¿Qué asidero evangélico habría para decir que eran varón y mujer y que, además era un matrimonio? El Evangelista San Juan al relatar la escena de la crucifixión escribe que “estaban junto a la cruz de Jesús su madre, la hermana de su madre, María de Cleofás y María Magdalena” (Jn. 19,25-26). Según la costumbre de la época a los hijos varones se les conocía por el nombre y se hacía referencia al nombre de su padre; así en el caso de Pedro Jesús le llama “Simón, hijo de Juan”. Igualmente a las mujeres casadas se les decía su nombre y el del marido: “Susana, (mujer) de Cusa”, “María (mujer) de Cleofás”. Si bien no hay una certeza total de que se tratara de los esposos Cleofás y María, no hay forma de probar que no fueran, al menos partiendo de los Evangelios.

Es así que reflexionando sobre la vida conyugal, es realmente sencillo asumir este texto de San Lucas como la más bella descripción de lo que es el amor y la vida de un varón y una mujer unidos en Jesucristo por el Sacramento del matrimonio. El rito de la celebración de la boda es un final y un comienzo. El final de un tiempo en el que un varón y una mujer se enamoraron, se conocieron y concluyeron que eran el uno para el otro. Esto es lo que llamamos noviazgo. El Sacramento, a su vez, es el inicio de un camino “hasta que la muerte nos separe”. Tras la celebración de la boda, el joven matrimonio se va. Se va a vivir su vida, la que soñaron y planificaron. El camino es largo, llevará años recorrerlo. Es un caminar entre Jerusalem y Emaús, para volver un día a Jerusalem a dar la buena noticia que el amor está vivo y es pleno. Pero, han de caminar juntos y no todo es fácil en el caminar.

¿Qué hacían Cleofás y María en su caminar? San Lucas escribe que: “comentaban lo sucedido…conversaban y discutían” ¿No son estos tres verbos una descripción de la vida conyugal? En el diario vivir los esposos comentan los sucesos de la vida y de su vida, conversan sobre ellos y sus hijos, discuten hasta llegar o no a un acuerdo. Ahora bien, los esposos, que se unieron en el altar, no salen a caminar solos, el Señor los ha bendecido por la persona y las manos del sacerdote y se les ofrece para “caminar con ellos”.

Cleofás y María estaban tan centrados en su tema, que no tuvieron ojos para “reconocer” a Jesús en el caminante que se les aparejó. Es así que busca introducirse en lo que les ocupa y preocupa: “¿Qué conversación es esa que os traéis en vuestro caminar?”. Como suele ocurrir frecuentemente los cónyuges responden un tanto sorprendidos y algo molestos: “¿Eres tu el único…que no se ha enterado de lo ocurrido…? Jesús, que quiere tender un puente entre ellos dos y entre ellos y él les pregunta a su vez: “¿Qué? Es así que los esposos le cuentan de qué hablaban y de su desazón por lo que habían esperado y lo que finalmente ocurrió. La expresión “nosotros esperábamos…”, es reveladora de su actitud interior: estaban centrados en ellos y no atinaban a mirar más allá, a ampliar su visión de los hechos. Le contarán al Caminante que después de tres días ha habido rumores que el cuerpo de Jesús no estaba en el sepulcro, que se habían aparecido ángeles, “pero -terminan lacónicamente- a él no lo vieron”.

La reacción del Caminante es llamativa por lo segura y enérgica: “¡Qué torpes sois y qué lentos para entender…! Y es así que les fue explicando lo que para los esposos era inexplicable. Al aproximarse a la aldea de Emaús, el Caminante hace ademán de seguir su marcha, pero algo ya estaba ocurriendo en el interior de Cleofás y María, por eso más que invitarle le ruegan: “Quédate con nosotros, que está atardeciendo y el día ya declina” El texto dice literalmente: “Él entró para quedarse” y agrega luego: “Recostado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo ofreció. Se les abrieron los ojos y le reconocieron”. En ese instante Jesús desapareció…, ya había hecho su labor y los esposos lo reconocieron y se les iluminó lo que habían vivido.

En la vida matrimonial los esposos conjugan los tres verbos señalados, también hay momentos y sucesos que los muestran lentos, torpes para comprender. Momentos que se centran en ellos, que se enfrentan entre ellos, y que no logran tener una mirada de fe hacia lo que viven y experimentan. Sin embargo, según el relato de San Lucas, esas experiencias están destinadas a producir un doble encuentro: de los esposos entre sí y de ambos con Aquel que camina en ellos y junto a ellos. Sólo si aceptan que Jesús se les una, que le pidan que les ayude a entender lo que les desborda, podrán superar la oscuridad de sus vidas y entrar en la luz. Pero el Caminante no sólo pone luz en lo oscuro, sino que hace de toda alegría una plenitud. Por esto “el corazón les ardía”, el Amor había abrasado la vida y el amor de ambos. ¡Es cuando el amor se hace ardiente!

Al elaborar una espiritualidad conyugal, es fundamental reflexionar que no es casualidad que el primer milagro Jesús lo realizara, en Caná, como un servicio al amor de unos jóvenes esposos y por la acción mediadora de María (Jn.2,1-11). Tampoco es casualidad que la primera aparición del Resucitado, en el Evangelio de Lucas, sea a un matrimonio. Ambos sucesos debieran constituir la base firme de toda espiritualidad matrimonial.

¡Que bueno sería que los matrimonios tuvieran en sus hogares los iconos de la boda de Caná y de los discípulos de Emaús!

P. Alberto E. Eronti
Diciembre del 2010.

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