29/6/08

Los pilares de la Iglesia: San Pedro y San Pablo


Hoy, en la Iglesia, celebramos esos dos grandes pilares, fundamentos de la fe vivida por San Pedro y San Pablo. Ambos mártires por decir la verdad, por anunciar que el Reino de Dios es para todos los hombres. Fueron aniquilados por ser buenos, porque lo eran, como tantos y tantos hombres piadosos como los hay hoy.

Pero me gustaría incidir en esa pregunta que hace Jesús: “¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?”. Y claro está, los que no lo conocen bien, los que se dejan llevar por su conocimiento humano, no lo pueden retratar, y señalan eso, de que es un profeta, o similar. Y de pronto fija su mirada en los discípulos: “y vosotros: ¿quién decís que soy yo?”.

Él pregunta en plural, y San Pedro responde por todos ellos, por todos nosotros, en singular, haciéndonos todos uno: “tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. Y precisamente aquí nos mira uno a uno, y nos dice personalmente, a ti, a mí: ¡dichoso tú, porque eso te lo ha revelado mi Padre! No la inteligencia humana, no mi razón, sino la fuerza del amor que brota desde el corazón.

“Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará”.

¿Por qué hay tanto miedo entonces? ¿Por qué vas tú en contra de los fundamentos, los pilares de tu propia casa? ¿Por qué tiras piedras sobre tu propio tejado? ¿Buscas tú la destrucción de tu casa?

Y si no es así, por que tanto atacar al cura, al sacerdote, al ungido por el Espíritu Santo, a los llamados a pastorear al pueblo de Dios, a las doce tribus de Israel.

¿Cómo te puedes permitir hablar mal de lo tuyo, de ti mismo?

Quizás tu no formes parte de la Iglesia, ya que no se entiende tu postura destructiva. La Iglesia formada por Jesús en esta piedra, en Cefas, con sus discípulos, los apóstoles, los curas, los sacerdotes, y por todo el pueblo.

Herodes persiguió a los primero cristianos, y tú, con tus críticas malvadas, haces lo mismo o incluso peor. Toma ejemplo, tomemos nota todos, mientras Pedro estaba detenido, toda la Iglesia oraba incesantemente.

¿Hacemos hoy lo mismo? ¿Oramos sin cesar?

27/6/08

El bien trinfará sobre el mal, siempre.

Al final de una cena en un castillo inglés, un famoso actor de “teatro” entretenía a los huéspedes declamando textos de Shakespeare. Luego se ofreció a que le pidieran algún “bis”. Un sacerdote muy tímido preguntó al actor si conocía el Salmo 22”. El actor respondió: “Sí, lo conozco y estoy dispuesto a recitarlo, sólo con una condición: que después también lo recite usted”. El sacerdote se sintió un poco incómodo pero accedió a la propuesta. El actor hizo una bellísima interpretación, con una dicción perfecta de “El Señor es mi Pastor, nada me falta…” Los huéspedes aplaudieron vivamente. Luego llegó el turno del sacerdote, que se levantó y recitó las mismas palabras del Salmo 22. Esta vez, cuando terminó, no hubo aplausos, sólo un profundo silencio y lágrimas en algún rostro. El actor se mantuvo en silencio unos instantes, luego se levantó y dijo: “Señoras y Señores, espero que se hayan dado cuenta de lo que ha ocurrido esta noche: Yo conozco el Salmo, pero este hombre conoce al Pastor” .

Nuestra Señora del Perpétuo Socorro


Examina el cuadro de la derecha. Atemorizado por la visión de dos ángeles que le muestran los instrumentos de la Pasión, el Niño Jesús ha corrido hacia su Madre, perdiendo casi una de sus pequeñas sandalias en su precipitada huida. María lo sostiene en sus brazos de manera protectora y amorosa. Pero presta atención a sus ojos. Su mirada esta fija no en Jesús sino en nosotros. ¿No es este detalle un toque de genialidad? ¿Qué mejor manera de expresar el interés de Nuestra Señora en nuestras vidas y crecimiento espiritual?
Las pequeñas manos de Jesús también están sujetas a las de María como una forma de recordarnos a nosotros que, así como en la tierra él se puso enteramente en su manos buscando protección, así ahora en el cielo él nos confía a cada uno de nosotros en sus tiernos y amorosos cuidados.
Este es el mensaje principal del cuadro, un icono bizantino, que no obstante, esta repleto de otros símbolos. He aquí algunos de ellos:
1. Iniciales en griego para "Madre de Dios"
2. Corona. Fue añadida al cuadro original por orden de la Santa Sede en 1867. Es un tributo a los muchos milagros obrados por Nuestra Señora bajo la advocación del "Perpetuo Socorro".
3. Estrella en el velo de la Virgen. Ella es la Estrella del Mar… que trajo la luz de la luz al mundo en tinieblas… la estrella que nos conduce al puerto seguro del Cielo.
4. Inicial griega para "San Miguel, el arcángel". Sostiene la lanza y la esponja de la Pasión de Cristo.
5. Inicial griega para "San Gabriel, el arcángel". Sostiene la cruz y los clavos.
6. La boca de María. Es pequeña para significar un recogimiento silencioso. Ella habla poco.
7. Los ojos de María. Son grandes para todos nuestros problemas. Están vueltos siempre hacia nosotros.
8. Túnica roja. Los colores que llevaban la vírgenes en los tiempos de Cristo.
9. Iniciales griegas para "Jesucristo".
10. Las manos de Cristo. Con las palmas boca abajo y dentro de las de su madre, indican que las gracias de la redención están bajo su custodia.
11. Fondo amarillo. Es el símbolo del cielo, donde Jesús y María están ahora entronizados. El amarillo también brilla a través de sus ropas, mostrando así la felicidad celestial que puede traer a los cansados corazones humanos.
12. Manto azul oscuro. Es el color que usaban la madres en Palestina. María es las dos cosas a la vez: virgen y Madre.
13. Mano izquierda de María. Sostiene de manera posesiva a Cristo. Ella es su madre. Es una mano consoladora para todo el que acuda a ella.
14. Sandalia caída. ¿Ha casi perdido Jesús su sandalia corriendo hacia María en busca de consuelo ante el pensamiento de su Pasión?


ORACIÓN
¡Santísima Virgen María, que para inspirarme confianza habéis querido llamaros Madre del Perpetuo Socorro! Yo os suplico me socorráis en todo tiempo y en todo lugar; en mis tentaciones, después de mis caídas, en mis dificultades, en todas las miserias de la vida y, sobre todo, en el trance de la muerte. Concédeme, ¡oh amorosa Madre!, el pensamiento y la costumbre de recurrir siempre a Vos; porque estoy cierto de que, si soy fiel en invocaros, Vos seréis fiel en socorrerme. Alcanzadme, pues, la gracia de acudir a Vos sin cesar con la confianza de un hijo, a fin de que obtenga vuestro perpetuo socorro y la perseverancia final. Bendecidme y rogad por mí ahora y en la hora de mi muerte. Así sea.
¡Oh Madre del Perpetuo Socorro! Rogad a Jesús por mí, y salvadme.

22/6/08

Soy como un extraño para mis hermanos.

Cuántas veces nos ocurre, que tenemos la sensación de estar actuando bien, y sin embargo, no nos entienden. Creo estar diciendo unas bellas palabras, y por el contrario, a tenor de lo que me responden, me parece que ni las oyen. Lo digo en plural y lo digo en singular, porque pienso en ti y en mí, y me es difícil pensar en singular, porque lo que es bueno para mí te lo deseo a ti también. Porque si a mí no me gusta que me critiquen, tampoco yo lo debo de hacer, tampoco tú lo debes de hacer, tampoco debemos hacerlo.

Qué fácil es cuchichear de alguien, qué fácil buscar el traspié. Cuántas veces la boca dice lo que no sabe, y cuánto daño se puede llegar a hacer, sin pensar en las consecuencias. ¿Eres cristiano?

Entonces, ¿por qué no actúas como tal? ¿No sabes que para Dios no hay nada imposible, que Él nos examina y ve en lo íntimo de cada uno, en el corazón? Hay quienes tienen un corazón de cristal, por lo transparente, y hay quienes tienen el corazón de plomo, por lo de sucio y contaminante.


Es justo en estas situaciones, cuando sé que hablan sin saber, que critican sin conocimiento de causa, es justo cuando me siento como un extraño, incluso para mis hermanos, y sin embargo, me devora el celo por las cosas de Dios. No me importa que me afrenten, sé bien para quién trabajo, por quién lo hago.

Los que estén libres de pecado que tiren la primera piedra. La Iglesia, nosotros, no tenemos el enemigo fuera, sino dentro. Cada vez que criticas y pones verde a uno de estos mis pequeños, a Mí me lo estás diciendo, a Mí me estás criticando. ¿Te suena?

¿Por qué te metes tanto con el cura? ¿Sabes lo que estás diciendo? ¿Por qué te metes tanto “conmigo”?

Señor Jesús, ayúdanos a multiplicar la oración y a dividir la murmuración, mejor dicho, ayúdanos a callar. ¡Hipócritas! No juzgues y no serás juzgado.

Me alegra ponerme de tu parte, y no ser un servidor de lo superficial, de lo terrenal, del dinero, y me alegra precisamente, porque sé con certeza que Tú estás conmigo, que también Tú te pones de mi parte.

Qué fácil es criticar al cura, a mí, y yo te pregunto: ¿Por qué no te quitas tus porquerías desde el silencio, desde la oración?

Cuando digo a “mí”, ¿quién es “mí”?

15/6/08

La mies es abundante

Cuánta actualidad hay con este evangelio de hoy. Cuánta gente se siente abandonada, paralizada por motivo de otros. Estos días hemos visto, con la huelga de camioneros, la dependencia de unos con los otros. El cirujano no tenía leche, al maestro le escaseaban las lentejas, todos lo hemos notado, y algunos hablan de pérdidas millonarias en sus respectivos negocios. Los agricultores han tenido que tirar sus productos del campo. Los ganaderos se han visto obligados a vaciar depósitos de leche, etc. Todo un cúmulo de despropósitos.

Sólo faltaba el furor del mal, quemando unos camiones, cuando sus chóferes estaban durmiendo dentro. El mal, de noche, amparándose en su propia maldad, con alevosía y nocturnidad, actuando de un modo criminal, asesino. Cierto es, no han sido todos, sino unos pocos descerebrados. Igual no eran ni camioneros.

El Señor Jesús, al ver todo esto, se compadece, porque están extenuados, abandonados, como ovejas sin pastor. ¿Por qué ha tardado tanto el gobierno de España en reaccionar?

“La mies es abundante, pero los trabajadores son poco; rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies”. ¡Cuánto trabajo hay hoy en día para el pueblo cristiano!

¿Por qué será que llegados a este punto siempre pensamos que es para otros, que no es para mí?

Acaso la confusión sea en que a los doce discípulos los llama por sus propios nombres, de modo personal. ¿Y tú? ¿A ti no te llama?

Id y proclamad que el evangelio de Dios está junto a ti, en esos enfermos, ayúdales. En resucitar, en levantar muertos. ¡Cuántos muertos hay andando por todas partes! Hay quien vive, pero está muerto a todo, porque no participa del bien a los demás, sólo piensa en él. ¡Cuántos que se llaman cristianos y no lo son... ! Limpiad leprosos, abandonados, marginados... Echad demonios, tirad el mal de vuestra alma, los malos deseos. Y todo esto hacedlo gratis, dadlo gratis, porque gratis lo habéis recibido.

¿No estás oyendo cómo te llaman por tu nombre?

En esta sociedad todos tenemos cabida, todos nos necesitamos, todos necesitamos más humanidad, todos necesitamos del amor, todos somos hombres, el camionero, el cirujano, el agricultor, el ganadero, y tú, sí, tu. Tú también eres hombre.

¿A qué estás esperando? No te ofendas, pero participa.

10/6/08

Adoración Monte Sión desde Argentina

“Por la lanza en su costado
brotó el río de pureza,
para lavar la bajeza
a que nos bajó el pecado”
(Himno del Salterio)

Buenos Aires, 30 de mayo del 2008

Al Círculo de Adoración “Monte Sión”.

Desde hace años, la “circular” de junio brota del “Costado” abierto de Cristo en la Cruz. Este año la escribo con unos días de adelanto, puesto que hoy celebra la Iglesia el Corazón de su Señor y Maestro. La contemplación del Corazón de Jesús nos conmueve. No se puede contemplar sino por la “Ventana del Costado”, ventana siempre abierta, siempre manando, cual manantial de hondura.

El lanzazo fue el último golpe del hombre, cuando parecía que el “amor más grande” ya lo había dado todo al entregar el hálito de vida a su Padre. No fue así, aún había más para dar, cuando la lanza perforó el pecho, desde dentro “brotó sangre y agua”. Es que Dios no conoce lo que sí conocemos los hombres: el amor medido. La “medida” del amor de Dios es la no medida.

Meditar en el Corazón de Jesús me conmueve. ¡Dios tiene corazón, corazón de carne! Es un corazón como el de “cualquiera”, como afirma San Pablo. Entonces me conmuevo pensando que se alegró como hombre, disfrutó como hombre, se ilusionó como hombre; se desencantó como hombre, se dolió como hombre, sufrió como hombre. ¡Qué camino tan nuestro, tan mío, Jesús!

Es así que, meditando en ese Corazón único, hay algo que me ha tocado el alma en este tiempo: la capacidad de confiar y de confiarse, que mostró Jesús. ¿Cómo aprendió a confiar?, al lado de su Madre, aprendiendo de su Madre y de José. Confió en los Doce Apóstoles. Confió y se confió a Pedro, el que iba a morir por él, pero que después lo negó tres veces; también tres veces le preguntó por su amor y tras cada respuesta -“tú sabes que te amo”- le confió sus “ovejas”. A Judas, el que lo “vendió”, le renovó una y otra vez su confianza, tanto que en la noche trágica del Huerto de los Olivos al encontrarlo acompañado de soldados le saludó diciendo “amigo, a lo que has venido”.

Confianza es amor, confianza es lealtad, confianza es fidelidad; confianza es, en definitiva, un amor más fuerte que el desencanto, la negación y la venta. Al crearlo, Dios confió y se confió al hombre. Al hacerse hombre, el Padre confió y le confió su Hijo al hombre. Al invitarnos a sellar una Alianza con él, Dios sigue confiando y confiándose en el hombre.

Recuerdo una frase de mi padre cuando yo era un adolescente de 16 años: “No se puede vivir sin confiar y confiarse”. Estas palabras me marcaron a fuego, porque la conclusión es que quien no puede confiar tampoco puede amar, ya que amar es confiarse a otro y confiar la vida a ese otro.

Hoy constato lo difícil que es confiar. Difícil confiar en las personas y sus promesas, difícil confiar en las instituciones, difícil confiar y confiarse a otro u otros. Donde no hay capacidad para la confianza, no hay posibilidad de amor, de construir proyectos juntos, de fascinarse por ideales y valores. Hay déficit de confianza en la comunidad de los hombres, por eso seguramente hay déficit de amor. Sin amor no hay horizontes y por ende no hay capacidad para construir, sacrificarse y darse cada día. “Los hombres no son islas”, tituló lúcidamente uno de sus libros el monje trapense Thomas Merton. No, no somos islas, pero la pérdida de la confianza hiere la capacidad de amar y puede enfermar al hombre aislándolo.

Tras su regreso de Milwaukee, alguien le preguntó al Padre Kentenich: “Padre, ¿en quién se puede confiar hoy todavía?”. El Padre habló del tema durante tres días. El núcleo de su enseñanza es simple y esencial: si el hombre funda su confianza en lo frágil, se le quebrará antes o después; pero si la funda sobre roca, en Dios, podrá superar todos los desencantos y vivir en la confianza total. Estas palabras estaban respaldadas por el testimonio de vida del Fundador: prisionero en el campo de concentración de Dachau, exiliado en Milwaukee por 14 años, con dos guerras mundiales en sus espaldas, amado por muchos, rechazado y combatido por otros; ¿cómo no se quebró su confianza?

La fuente en la que bebió y fundó su confianza, nos orienta a vivir la nuestra: María. Para él, ella fue la “entrada” al mundo de la Trinidad y por eso de la confianza y del amor sin medida; lo expresa de una manera sapiencial cuando ora a la Trinidad diciendo que “por ella (María) nos sumergiste en la hondura de Cristo”. Pero ser sumergido en la hondura de Cristo significa vivir una bi-unidad con él, una bi-unidad que es la plenitud de nuestra filialidad ante el Padre. La filialidad ante Dios y en Dios es lo que nos capacita para confiar y amar sin medida. El Padre Kentenich lo expresa así: “La meta de la educación y la auto-educación, es llegar a ser como Cristo, porque es en él en quien somos verdaderos hijos… Cristo es la raíz más honda de nuestra filialidad y el fundamento sobre el que descansa el espíritu y sentimiento filial al que estamos llamados…”

Sin filialidad no hay experiencia de arraigo en Dios, que es Padre y siempre Padre. Sin filialidad no hay abandono confiado, no hay posibilidad de recibir amor para poder dar amor. No en vano el Padre Fundador decía que “hoy no basta con creer, esperar y amar; hoy hemos de ser un milagro de fe, confianza y amor”. Estamos en una época en la que, solo los sean plenamente hijos podrán confiar y amar, porque sus vidas están fundadas sobre la roca inconmovible y no sobre arena frágil de las meras fuerzas humanas.

En la adoración Eucarística Jesucristo, el Hijo de Dios, se nos confía y confía, y nos da su amor para que, aliados a él, también el nuestro sea un amor extremo.

Desde el Santuario Sión del Padre, les envío un cordial saludo. Que Dios les muestre su rostro y les bendiga:

P. Alberto E. Eronti

8/6/08

¿Enfermo o sano?

Un viejo conocido tuvo que ser ingresado en un hospital, un día, por motivo de enfermedad. Ramón, que éste era su nombre, nunca antes había estado en esta situación de perder la salud, y tener que visitar las urgencias de un gran hospital. ¡Qué mal se sentía! Y además, no parecían hacerle un especial caso. Fíjate lo que ocurrió: le estaban atendiendo, cuando llegaron varios accidentados más, y tuvieron que dejarlo a él para atender a los más graves. Al final, tras unas ocho horas de estancia en urgencias, lo subieron a una planta donde se le realizarían más pruebas hasta lograr su recuperación.

Ramón era muy ordenado, y todo lo tenía bien planeado, a su debido tiempo. Era correcto en el trato, ni amable ni maleducado, pero sí frío, manteniendo las distancias.

Le entraron la bandeja de la comida, y la señora que estaba con el vecino de habitación le ayudó a colocarla bien, le subió la cama para que Ramón pudiera comer más cómodo. Y así, en varias ocasiones. Cuando ya llevaban varios días, Miguel, que era el vecino, le dijo:
- Don Ramón, ¿no nos conoce?
De pronto, Ramón, que era médico, se acordó de todo y sintió vergüenza del trato que les había dado en cierta ocasión, cuando Miguel tuvo el accidente. Él, renegando, fue al lugar de la urgencia, pero había tenido que dejar su consulta, y salir de su esquema rutinario bien organizado, para atenderlos en ese preciso instante, con la frialdad propia de él y en cambio ellos ahora estaban siendo tan humanos.

Ramón meditó todo esto, repasando aquellas frases del Evangelio “misericordia quiero”. No lástima ni pena, sino misericordia, es decir, sentir de corazón al otro, ponerse a su altura para comprender su problema, compartir la pena, para ayudarle a buscar soluciones. Al ver la Misa por la televisión escuchó de nuevo: “No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. Andad, aprended lo que significa misericordia...”

Ramón comprendió por fin todo. Cómo la señora de Miguel le ayudaba todos los días con una sonrisa sincera, y sin embargo él, jamás sonreía a nadie. Tieso como un palo. Entendió que la misericordia de Dios empapa la tierra casi sin darte cuenta, como aquella mujer que tanto servicio le estaba haciendo.

Ramón se replanteó todo en su vida, porque él también era un enfermo.

Y tú, ¿estás enfermo o sano?

1/6/08

La importancia de la Palabra

Cuántas veces hablamos por hablar, para no decir nada, y cuántas también para poner a alguien verde, la murmuración, ese pequeño “comentario inocente”.

¿Acaso tú nunca has hablado de nadie? ¿Nunca has criticado?

Estoy pensando lo mismo que tú: si supiéramos todo lo que podemos construir con una buena palabra, con una bendición, lo haríamos más veces. ¡Que Dios te bendiga! Y por el contrario: si supiéramos, o en el tiempo pudiéramos comprobar el daño que podemos hacer con una mala palabra, seguro que nos callaríamos.

¡Cuánta responsabilidad tenemos nosotros!

Hoy Moisés nos recuerda esto de las buenas palabras, y cómo debemos introducirlas en nuestro corazón, porque con ellas construimos una casa bien cimentada, sobre piedra, y aunque llueva abundantemente, aunque bajen los ríos de la oscuridad, aunque el mal nos ataque, la casa aguanta, y resiste todos los envistes que pudiera sufrir, porque la bendición siempre será más fuerte, más poderosa, que la maldición. Y esto lo podemos practicar escuchando la Palabra de Dios, en esa mesa que compartimos en la Santa Eucaristía, la Palabra que escuchamos y debemos meter en nuestra alma, para que en todo momento nos aleje de pronunciar esas malas palabras contra alguien, cotorreando como gallinas.

La casa cimentada sobre la piedra -como Dios quiere, que siempre es lo mejor para nosotros- aguanta contra toda corriente, y a pesar de que por alguna ventana, mal cerrada, o con alguna pequeña fisura, puedan entrar esos vientos raros, esas aguas atormentadas, aún así, la casa aguanta en su conjunto.

En todas las casas hay algunas manchas por humedad, siempre hay pequeños detalles por algún golpe, una tubería que no funciona bien. Aun así, la casa, la Iglesia fundada en esta Piedra, ahí está, sosteniéndose y dando fortaleza y cobijo a todos los caminantes que pasan por ella, recibiendo la bendición del Señor, escuchando su Palabra, para poderla poner en práctica las veinticuatro horas del día.

La puerta está abierta siempre, ¿quieres entrar?