10/6/08

Adoración Monte Sión desde Argentina

“Por la lanza en su costado
brotó el río de pureza,
para lavar la bajeza
a que nos bajó el pecado”
(Himno del Salterio)

Buenos Aires, 30 de mayo del 2008

Al Círculo de Adoración “Monte Sión”.

Desde hace años, la “circular” de junio brota del “Costado” abierto de Cristo en la Cruz. Este año la escribo con unos días de adelanto, puesto que hoy celebra la Iglesia el Corazón de su Señor y Maestro. La contemplación del Corazón de Jesús nos conmueve. No se puede contemplar sino por la “Ventana del Costado”, ventana siempre abierta, siempre manando, cual manantial de hondura.

El lanzazo fue el último golpe del hombre, cuando parecía que el “amor más grande” ya lo había dado todo al entregar el hálito de vida a su Padre. No fue así, aún había más para dar, cuando la lanza perforó el pecho, desde dentro “brotó sangre y agua”. Es que Dios no conoce lo que sí conocemos los hombres: el amor medido. La “medida” del amor de Dios es la no medida.

Meditar en el Corazón de Jesús me conmueve. ¡Dios tiene corazón, corazón de carne! Es un corazón como el de “cualquiera”, como afirma San Pablo. Entonces me conmuevo pensando que se alegró como hombre, disfrutó como hombre, se ilusionó como hombre; se desencantó como hombre, se dolió como hombre, sufrió como hombre. ¡Qué camino tan nuestro, tan mío, Jesús!

Es así que, meditando en ese Corazón único, hay algo que me ha tocado el alma en este tiempo: la capacidad de confiar y de confiarse, que mostró Jesús. ¿Cómo aprendió a confiar?, al lado de su Madre, aprendiendo de su Madre y de José. Confió en los Doce Apóstoles. Confió y se confió a Pedro, el que iba a morir por él, pero que después lo negó tres veces; también tres veces le preguntó por su amor y tras cada respuesta -“tú sabes que te amo”- le confió sus “ovejas”. A Judas, el que lo “vendió”, le renovó una y otra vez su confianza, tanto que en la noche trágica del Huerto de los Olivos al encontrarlo acompañado de soldados le saludó diciendo “amigo, a lo que has venido”.

Confianza es amor, confianza es lealtad, confianza es fidelidad; confianza es, en definitiva, un amor más fuerte que el desencanto, la negación y la venta. Al crearlo, Dios confió y se confió al hombre. Al hacerse hombre, el Padre confió y le confió su Hijo al hombre. Al invitarnos a sellar una Alianza con él, Dios sigue confiando y confiándose en el hombre.

Recuerdo una frase de mi padre cuando yo era un adolescente de 16 años: “No se puede vivir sin confiar y confiarse”. Estas palabras me marcaron a fuego, porque la conclusión es que quien no puede confiar tampoco puede amar, ya que amar es confiarse a otro y confiar la vida a ese otro.

Hoy constato lo difícil que es confiar. Difícil confiar en las personas y sus promesas, difícil confiar en las instituciones, difícil confiar y confiarse a otro u otros. Donde no hay capacidad para la confianza, no hay posibilidad de amor, de construir proyectos juntos, de fascinarse por ideales y valores. Hay déficit de confianza en la comunidad de los hombres, por eso seguramente hay déficit de amor. Sin amor no hay horizontes y por ende no hay capacidad para construir, sacrificarse y darse cada día. “Los hombres no son islas”, tituló lúcidamente uno de sus libros el monje trapense Thomas Merton. No, no somos islas, pero la pérdida de la confianza hiere la capacidad de amar y puede enfermar al hombre aislándolo.

Tras su regreso de Milwaukee, alguien le preguntó al Padre Kentenich: “Padre, ¿en quién se puede confiar hoy todavía?”. El Padre habló del tema durante tres días. El núcleo de su enseñanza es simple y esencial: si el hombre funda su confianza en lo frágil, se le quebrará antes o después; pero si la funda sobre roca, en Dios, podrá superar todos los desencantos y vivir en la confianza total. Estas palabras estaban respaldadas por el testimonio de vida del Fundador: prisionero en el campo de concentración de Dachau, exiliado en Milwaukee por 14 años, con dos guerras mundiales en sus espaldas, amado por muchos, rechazado y combatido por otros; ¿cómo no se quebró su confianza?

La fuente en la que bebió y fundó su confianza, nos orienta a vivir la nuestra: María. Para él, ella fue la “entrada” al mundo de la Trinidad y por eso de la confianza y del amor sin medida; lo expresa de una manera sapiencial cuando ora a la Trinidad diciendo que “por ella (María) nos sumergiste en la hondura de Cristo”. Pero ser sumergido en la hondura de Cristo significa vivir una bi-unidad con él, una bi-unidad que es la plenitud de nuestra filialidad ante el Padre. La filialidad ante Dios y en Dios es lo que nos capacita para confiar y amar sin medida. El Padre Kentenich lo expresa así: “La meta de la educación y la auto-educación, es llegar a ser como Cristo, porque es en él en quien somos verdaderos hijos… Cristo es la raíz más honda de nuestra filialidad y el fundamento sobre el que descansa el espíritu y sentimiento filial al que estamos llamados…”

Sin filialidad no hay experiencia de arraigo en Dios, que es Padre y siempre Padre. Sin filialidad no hay abandono confiado, no hay posibilidad de recibir amor para poder dar amor. No en vano el Padre Fundador decía que “hoy no basta con creer, esperar y amar; hoy hemos de ser un milagro de fe, confianza y amor”. Estamos en una época en la que, solo los sean plenamente hijos podrán confiar y amar, porque sus vidas están fundadas sobre la roca inconmovible y no sobre arena frágil de las meras fuerzas humanas.

En la adoración Eucarística Jesucristo, el Hijo de Dios, se nos confía y confía, y nos da su amor para que, aliados a él, también el nuestro sea un amor extremo.

Desde el Santuario Sión del Padre, les envío un cordial saludo. Que Dios les muestre su rostro y les bendiga:

P. Alberto E. Eronti

3 comentarios:

  1. ¡¡GRACIAS!! cuando lo asimile y lo medite, te mandaré mi comentario, pues ésto necesita "masticarlo"

    ResponderEliminar
  2. Anónimo13/6/08

    Cuanta densidad.

    ResponderEliminar
  3. lo prometido es deuda.
    Oración
    ¡Que grande es tu amor Dios!
    Quieres tener necesidad de los hombres para darte a conocer a ellos,y así unes tu acción y tu Palabra divina a las acciones y palabras de personas que no son ni perfectas, ni mejores que otras.
    ¡Que grande es tu amor Dios!
    No te asusta ni nuestra fragilidad ni nuestro pecado; así lo dispusiste, para que tu vida curase nuestros males.
    ¡Que grande es tu amor Dios!
    Renuevas tu alianza gracias a quien parte el pan de vida, a quien pronuncia las palabras del perdón,
    a quien vocea buenas nuevas,
    a quien sirve a los hermanos, testigos de tu amor infinito que hacen visible el Reino .
    Te pedimos, Dios: haz que éstas personas no falten nunca.
    Amén.

    ResponderEliminar