16/10/10

Una vez más, y las que hagan falta.


Domingo XXIX T. Ordinario

17 de octubre de 2010

La oración es necesaria y vital, es decir, de capital importancia en la vida cristiana. ¿Cómo se puede ser humilde, si no es desde la oración? ¿Cómo perdonar aquella ofensa que tanto daño y tantas lágrimas provocaron en mí? La oración es fundamental para todo, para la humildad, para poder perdonar a mis hermanos...

En el campamento de la Esperanza, en Chile, al principio, las familias montaron las tiendas de campaña de modo precario, pero una cosa si tenían: la fe de ver cómo serían devueltos a la superficie de la tierra. Aquellas mujeres comenzaron a rezar y a llenar el espacio con sus plegarias llenas de confianza, aún a pesar de la desazón de sus corazones en más de un momento. Es normal, son y eran sus mujeres, sus familiares y sus mineros estaban a setecientos metros de profundidad.

Hoy hemos visto las imágenes llenas de luz, esas imágenes que hablan por sí mismas; pero en el principio, ¿quién estaba con ellos?

Una tarde, entró en mi ordenador un e-mail diciéndome que debíamos empezar a rezar en cadena por aquellos hombres y sus familias, para que no perdieran la fe en esa esperanza.

Hoy, Jesús en el Evangelio, nos recuerda la viuda que pedía justicia a un juez, “que ni temía a Dios ni le importaban los hombres”. Y finaliza este relato con una pregunta: “Cuando venga el hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?

Las mujeres del campamento mantuvieron la fe en la soledad de esas noches heladas, en mitad del desierto, donde ni las zorras se acercaban, pero ellas allí rezando y rezando, pidiendo al Padre de todos por aquellos treinta y tres hijos suyos, sus maridos, sus papás...

Nosotros, gracias a Amparo, mi compi, comenzamos una de tantas cadenas de oración en el mundo entero. Desde la oración mandábamos el mismo mensaje de esperanza. Recuerdo que estando en la ermita rezando el rosario, con unas sesenta personas más, la sensación fue muy buena. En muchísimas misas, los sacerdotes incluían esta misma plegaria.

La oración nos llena de fe, de esperanza, de paz. Es decir, vayas a donde vayas, sea cual sea el viaje que vas a comenzar, es necesaria la oración, porque de este modo “obligamos” a actuar a Dios mismo, porque Él ve en nosotros la pequeñez, pero también ve la confianza que tenemos. Nosotros ponemos nuestras manos, pero debido a nuestra insuficiencia, Él actúa, y ¡cómo lo hace! Una maravilla, y al igual que la pobre viuda encontró la justicia, así también esos mineros hermanos nuestros.

Hay una imagen de unos de ellos al salir, y lo primero que hacen es ponerse de rodillas para dar gracias a Dios.

¡Qué bello!

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