1/5/11

Beato Juan Pablo II

desde el hospital como cátedra

Juan Pablo II: un testigo excepcional

+ José L. Redrado, O.H.

Secretario del Pontificio Consejo para la Pastoral de la Salud

¿Sabéis dónde ha dado el Papa Juan Pablo II la lección más sublime? ¿Cuál es su cátedra de gran autoridad? El hospital. Allí, enfermo, sufriendo, nos ha dado una lección, nacida desde la experiencia. Lo hemos visto sufrir como los demás, sufrir en una cama, entrar y salir del hospital, ser sometido a operaciones, análisis, curas. Después del Vaticano y Castelgandolfo, el hospital ha sido la tercera residencia de este Papa. Ha sido un sufrimiento - el del Papa - lleno de fuerza, de esperanza; el sufrimiento de un hombre de fe que se pone en manos de la Providencia; un sufrimiento donde hemos visto la fuerza de Dios en la debilidad del hombre. Esta misma lectura podemos hacerla en el momento de su ancianidad que transpiraba espíritu, fuerza de Dios, mientras el cuerpo estaba cargado de años, “encorvado”, débil.

Este Papa pasará a la historia por sus numerosísimos viajes, por sus numerosos escritos, sínodos, beatificaciones, canonizaciones, por su apertura al Este, por su tenacidad en la búsqueda de la unidad y de la paz, pero me atrevo a decir que será recordado de modo particular por su relación con el sufrimiento y con los enfermos.

1. Un Papa testigo

He visto en este Papa un testigo; he visto la fuerza de Dios que obra en la debilidad; he visto la mano de Dios que sostiene un cuerpo roto, fatigado, dolorido.

Los últimos momentos de este Papa fueron de gran conmoción, de gran solidaridad; han suscitado en todos, creyentes o no, un río de oraciones, de testimonios, sobre su persona, sobre lo que ha hecho y ha sido este Papa para la Iglesia, la sociedad, la gente. Un Papa que ha sufrido, que no ha escondido su enfermedad, que la ha llevado como un atleta hasta el final. A todos nos ha dado una gran lección de vida. Nada ha sido improvisado, fue un final coherente con un iter más que lógico en su vida. Un Papa que viene no sólo de lejos, sino que viene del sufrimiento, pegado a su propia vida, formando parte de la misma: en familia donde crece huérfano; en la sociedad de su tiempo en la que debe experimentar el trabajo duro, alternado con su preparación al sacerdocio. Ya sacerdote, fue atraído en su ministerio por tres amores que cultivó hasta el final: la familia, los jóvenes y los enfermos.

2. Enfermo entre los enfermos

Es significativa la visita que el Papa hizo al obispo Deskur en el Policlínico Gemelli al día siguiente de su elección; aquí recordó el Papa cuanto había dicho a los cardenales la mañana anterior, “que apoyaba su ministerio papal, sobre todo, en aquellos que sufren y que unía sus oraciones al sufrimiento, a la pasión, al dolor”. “¡Carísimos hermanos y hermanas, me encomiendo a vuestras oraciones!”. Y despidiéndose dijo: “Cristo está entre vosotros, en el corazón de los enfermos, en el corazón de los ‘Samaritanos’ que sirven a los enfermos”.

El hospital ha sido para este Papa la mejor cátedra; verlo en el hospital, verlo “enfermo entre los enfermos” nos ha enseñado más que con sus escritos, más que con sus viajes. Verlo en la etapa final de su vida es la catequesis más rica, más sublime de este Papa. Su serenidad, con confianza en la Providencia, el verlo tan preparado, mirando la muerte de frente, sin esconderla, sin miedo, llegando al abrazo final con esa paz y confianza, todo ello fue una lección que todos hemos aprendido de él y que los medios de comunicación nos lo hicieron vivir profundamente.

En una de las ocasiones, desde el Policlínico Gemelli, el Papa daba al mundo el siguiente testimonio: “En estos días de enfermedad he tenido la ocasión de comprender mejor el valor del servicio que el Señor me ha llamado a dar a la Iglesia como sacerdote, como obispo, como sucesor de Pedro: este servicio pasa también a través del don del sufrimiento...”.

Y alentó también a los enfermos “a ser testigos generosos de este amor privilegiado a través del don de vuestro sufrimiento, de grande alcance para la salvación del género humano”.

Son expresiones todas de ánimo y esperanza, que este Papa se las ha aplicado él mismo en la vida práctica, desde siempre, pero en especial desde el atentado del 13 mayo 1981 y en tantas ocasiones que le vimos enfermo en el Policlínico Gemelli hasta el final, siendo para todos cátedra, ejemplo de entereza y de fe en medio del sufrimiento, testigo excepcional; su testimonio vale más que cien libros, por eso es admirado, escuchado, porque antes que maestro es testigo y, por ello, atrae, evangeliza.

3. Una herencia para la Iglesia

Se hablará de este Papa por las muchas cosas que ha realizado en su largo pontificado pero, sobre todo, se hablará de él como del Papa que nos ha hablado del dolor y del sufrimiento habiendo tenido una experiencia personal de ellos como ninguno.

Junto a este gran testimonio personal del Papa está también otra herencia que deja en la Iglesia: la Carta Apostólica Salvifici doloris (11 febrero 1984) sobre el sentido cristiano del sufrimiento; el Motu proprio Dolentium Hominum (11 febrero 1985) instituyendo una Comisión, convertida después en Pontificio Consejo de la Pastoral de la Salud; y, por último, la institución de la Jornada Mundial del Enfermo (13 mayo 1992) que ha multiplicado en la Iglesia universal la atención al enfermo. Con estos “instrumentos”, con estas “mediaciones” el Papa quiso potenciar la solicitud de la Iglesia a favor del hombre que sufre y animar al ejército de “buenos samaritanos” que están a su servicio.

4. En unión con Juan Pablo II

Hace 25 años que el Papa me nombró Secretario del Dicasterio de la Salud que él había instituido y me siento privilegiado por los diversos encuentros que he tenido con él por razón del trabajo. Recuerdo que mi primer encuentro con el Papa Juan Pablo II fue en el año 1979, con ocasión del Capítulo General de la Orden Hospitalaria, y la última fotografía que tengo con él es del mes de enero 2005 con ocasión de la Asamblea Plenaria del Dicasterio; entre ambas fechas me he encontrado a Juan Pablo II unas ochenta veces por diversos motivos; quince veces fue invitado por el Papa, junto con el Presidente y el Subsecretario del Dicasterio, a comer. Un privilegio que llena de entusiasmo, admiración y devoción. Momentos en los que uno percibe, entre coloquios y frases, la persona del Papa: su serenidad, su capacidad de escucha, el tesón, su entusiasmo, su preocupación por los enfermos y el personal sanitario, su fe y su exhortación a estar muy presentes en el mundo de la salud.

Un día inolvidable, un encuentro excepcional con el Papa, fue el día 6 de enero de 1999: era mi consagración episcopal recibida de manos de Juan Pablo II; ese día y el siguiente, en Audiencia con mis familiares, fueron de una gran emoción para todos y, en particular, de una experiencia única para los míos.

5. El Papa nos ha dejado

Era la octava de Pascua, día 2 de abril 2005, primer sábado del mes. El hijo, el Totus tuus, es conducido al cielo por manos de María, la Madre que le ha acompañado en la vida terrena, en todas las circunstancias de su vida.

En la edición extraordinaria de L’Osservatore Romano (domingo 3 abril 2005), en primera página, se anunciaba la muerte del Papa con las siguientes expresiones: “Hoy, sábado 2 de abril, a las 21’37 horas, el Señor ha llamado a Sí al Santo Padre Juan Pablo II”. Y proseguía al pie de la foto del Papa también en primera página: “Nos has dejado, Santo Padre. Te has consumado por nosotros. En esta hora – para tí gloriosa, para nosotros dolorosa, nos sentimos abandonados. Pero cógenos de la mano y guíanos con aquella Mano Tuya que en estos meses se ha hecho en Ti también palabra: ¡gracias, Padre Santo!”.

Esta vida de sufrimientos, de dolor y de muerte ha engendrado vida y resurrección. Por eso la Iglesia lo glorifica públicamente con el honor de los altares poniéndolo como modelo, un ejemplo a imitar.

Desde el cielo, pedimos al nuevo beato, Juan Pablo II, que no se canse de animarnos a la fe, a la esperanza, a no tener miedo.

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