29/11/09

Cuestión de Amistad

En estos tiempos que vivimos y que son los mejores para conseguir la tan deseada santidad, hoy nuestro Dios, nos promete el envío de un vástago de la casa de David, y nada menos que un vástago legítimo, que hará justicia y derecho sobre la Tierra. Pero aquí y ahora, ¿quién se puede salvar ante la justicia de Dios? ¿quién por sus méritos propios lo puede conseguir?

Yo no. Y quizá a la inmensa mayoría les pase lo mismo. Por eso yo le pido que me enseñe esos camino que conducen a Él, aunque a veces, no se cómo, me pierdo en un cruce de la vida, por esas sendas, le pido que me ayude, cada día que pasa. Veo lo poquito que soy si Él no está continuamente conmigo, como así ocurre. Él no se cansa de enseñarme, me hace caminar con lealtad, por su gran misericordia, a través de su mirada tan tierna y salvadora. Parece que está mirando hacia abajo, y de repente te das cuenta que te mira fijamente. Que su corazón se une al tuyo si se lo pides, si guardas su alianza.

Es un amigo atento, pendiente de mí, de ti, siempre dispuesto a echar una mano, de día o de noche, no le importan las horas trabajadas. Él me colma de amor, de atenciones, siempre recibo muchísimo más que doy. Sus matemáticas, como dice el P. José Emilio, son especiales. Da siempre, sin llevar la cuenta.

Y ahora en este tiempo, me dice que no tenga miedo de nada, cuando haya signos en el sol, en la luna. Cuando la Tierra enloquezca por la angustia de las gentes. Habrán hombres que quedarás sin aliento, por el miedo y la ansiedad de lo que se viene encima.

Pero en este primer domingo de adviento, Él nos dice a todos: “Levantaos, alzad la cabeza”, lo que es lo mismo que decirnos, que mantengamos nuestra dignidad, y para ello nada mejor que apartarse del vicio, de las bebidas, de los agobios, de todo lo que puede embotar nuestra mente. Necesitamos estar despiertos, pidiendo continuamente su ayuda y su fuerza, de lo contrario, no hay posibilidad de salvación.

Y por supuesto, un buen método es poner nuestra alma en manos de la Santísima Virgen María, para que ella, con ese amor de madre, la purifique, para así acabar en las manos del Señor, su tierno hijo. Me resulta imposible no honrar a la memoria de su amado esposo San José.

Gracias a todos vosotros, gracias de todo corazón.

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