20/9/09

Somos humanos y reaccionamos como humanos

Qué humano es el miedo ante las adversidades, ante las enfermedades pesadas, ante la muerte. Somos humanos y reaccionamos como humanos, tan sólo quien se pone en los brazos de María, quien pide ser cambiado por ese Niño que lleva en brazos, quien acoge al prójimo y se emplea a fondo en él, entregándose, ¡ése es el primero de todos!

La pasión, qué humana que es también, la codicia, igualmente. ¿Pero para qué sirve? ¡Cuánta envidia! ¿Cuántas malas intenciones en todo tipo de personas! ¡Cuántos conflictos, cuántas tribulaciones! A veces oigo: “Señor, me has abandonado, no has escuchado mi súplica” ante un familiar enfermo o incluso cuando ha fallecido.

¡Qué humano es todo esto! Pero sin embargo no encuentran la paz. El tormento sigue su camino. Si pensáramos lo que pedimos, muchas, muchísimas veces, nos daríamos cuenta de que nuestra invocación está llena de egoísmo, para satisfacernos, para rellenar la gran jarra de las pasiones.

El misterio del dolor, de la muerte, ¡cuántos santos lo alaban! Qué necesario que es, porque “el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán...” Pero después “resucitará”. La vida continuará, hay vida después de esta vida, y allí de nada servirán las posesiones, sino el amor que hayamos puesto en ésta, nuestra vida.

De ahí lo importante que es confiar como los niños en sus padres, que jamás piensan mal de ellos. ¿Qué niño puede pensar que su padre lo vaya a lanzar por un acantilado? Sencillamente, no lo piensa, camina junto a su padre, sin sospechar nada peligroso.

Ése es el amor que nos pide Jesús. ¿Acaso no sufriremos más, por falta de esa confianza? Hay relatos de santos, que en el momento de su muerte, se quedaron como dormidos. Por ejemplo, Santa Catalina Labouré, y tantos otros.

El Señor nos pide algo muy sencillo, pero a veces muy complicado por mi egoísmo. Él sólo nos pide que lo queramos, que confiemos.

“Jesús, en ti confío”. Pero enséñame a hacerlo.

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