5/7/09

¿Estás dispuesto a aprender?

Me asombra Tomás, el apóstol, cuando no cree y necesita tocar las llagas, las heridas del difunto Jesús, para ver que es Él, que ha resucitado de entre los muertos. Pero lo que más me asombra es que tocando a un hombre “ve”, redescubre a Dios, su Señor.

Nosotros mismos cuidando a los enfermos, lavando y limpiando sus heridas, y no siempre son del cuerpo, sino del corazón, esas pequeñas discordias familiares, vecinales, quitando leña, como solemos decir, podemos apagar un fuego, podemos limar asperezas.

Pero aún así, hay quien no cree, y si no se cree es imposible pedir un milagro. Jesús mismo, en su pueblo Nazaret, sólo pudo salvar a unos enfermos, imponiéndoles las manos, porque no encontró fe, ni entre los suyos mismos, los de su familia.

La cercanía física no acredita casi nada, hay quienes pueden trabajar con alguien toda su vida y no conocen a su compañero. ¡Qué triste es! Así es como vivimos, y a esto lo llamamos vida. ¿Realmente es esto vida? ¿No es más un pasar el tiempo, esperando la muerte?

En aquel tiempo, a los contemporáneos de Jesús, a vecinos y algún que otro familiar, les resultaba escandaloso, no ya que les pudiera enseñar, sino que fuera Él mismo quien lo hiciera.

Y esto seguro que a ti también te ha pasado alguna vez, posiblemente en tu propia casa, con algún hijo tuyo, ¿cómo pretendes enseñarme a mí que soy tu padre? Y añadimos –y no confundo los tiempos verbales- ¡Pero si yo soy tu padre!

Quizás en alguna ocasión sea cierto, quizás. Pero en otras no lo será. Del más pequeño, del más humilde, podemos aprender algo. Pero el verdadero problema radica precisamente en nosotros, en que permanecemos sellados a todo lo que nos venga de los nuestros, porque si viene uno con un nombre pomposo, vestido con lujo, con palabras muy aparatosas, a ése sí, le hacemos caso en todo, aunque no tenga ni idea.

¿Cuántas veces el problema no está en que no oímos, que no queremos oír? Creo que aquí radica el problema, en esa etiqueta inicial, que a uno lo desacredita, y a otro lo eleva a las alturas. ¿Cuál es el criterio? La estupidez que llevamos a cuestas, nuestra soberbia, esa arrogancia que nos hace ser superiores, a los que creemos humildes.

No me extraña que muchos digan que ellos no ven ni oyen a Dios. La arrogancia no les deja ver, y Dios actúa ahí, en las semillas, desde la humildad. Si yo soy Yo, Él no puede ser nada. Todo mi Yo me “engorda”, se hincha, no dejando espacio ni físico ni espiritual a nadie, absolutamente a nadie.

La frase “nadie es profeta en su tierra”, la deberíamos cambiar por esta pregunta: ¿sabes que hay profetas a tu alrededor? ¿No lo ves? Pues eso no lo arreglan los médicos de cuerpos. ¿Tú que opinas?

¡Que el Señor de la Misericordia, cuya fiesta celebramos el segundo domingo de la Pascua, y su Santísima Madre, la Virgen María, Madre de Dios y Madre nuestra, os colmen de bendiciones y de salud a todos!

1 comentario:

  1. Es una pena que nos den la oportunidad, y pasemos por esta vida sin ver y sin escuchar.
    ¿No os habéis sorprendido alguna vez de los razonamientos de los niños pequeños?, pues son los que menos conocimientos teóricos tienen y de vez en cuando te dejan con la boca abierta.De todo y de todos se puede aprender, o eso pienso yo.

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