21/11/10

UN AMANACER


Domingo XXXIV T. Ordinario
21-11-2010


Hoy, en esta mañana fría y llena de una luz especial, con este amanecer, con estas primeras luces, donde abunda la belleza del color, la belleza de los sonidos, y sobre todo, la belleza de la oración, en el silencio de la admiración contemplativa. En cuántas ocasiones no nos dejamos bañar por todo esto, sin embargo, si nos ponemos a remojo, cuánta paz nos invade, nos sentimos a rebosar: ¡Qué bien se está aquí!
¿Pueden acaso convivir sentimientos opuestos al mismo tiempo y en el mismo espacio?
Si no reconozco la belleza en la creación, me pierdo una gran parte de mi vida. ¿Cómo encontrar la paz si no la deseo? ¿Cómo enamorarme de mi mujer si nunca la conocí?
En el abandono de no hacer nada, descubro este “amanecer” de luz cálida, con un viento del norte frío que me hace taparme con mi manta de cuadros rojos, dándome ese calorcito tan suave, tan mimoso. Para amar hemos de abandonarnos, y de este modo descubriremos lo que siempre está, y que unos días se nos presenta de un modo y otros adquiere otra forma, pero que en el fondo nos da lo mismo: la paz. Al amar, nos llenamos de paz. Pero para amar hemos de reconocer al otro, sin prisas, admirándolo, escuchándolo.
Jesús, Jesucristo, está todos los días ahí, llamando nuestra atención, diciéndonos: ¿Tienes un minuto?
¿Cómo va a reinar si no tenemos tiempo para Él? Él desea reinar en nosotros, en nuestros corazones, quiere darnos su paz, quiere nuestra felicidad, quiere lo mejor para todos nosotros, como un padre y una madre con sus hijos. ¿Acaso alguno de los que leéis esto no estáis de acuerdo conmigo? ¿Acaso todos no queremos que nuestros hijos tengan paz y sean felices?
Hoy la Iglesia, la santa Iglesia, aunque llena de pecadores, nos propone la felicidad. Nos indica que celebremos a Jesucristo como Rey, y para ello hemos de dejarnos amar, dejando que Él reine, que sea el centro de nuestra vida, como ése sol que hoy hemos observado en el amanecer, que primero ha teñido el cielo de luz con pinceladas de gran maestro, y que en silencio, sin prisas, dándonos tiempo para que gozáramos mirando este nacimiento. El día se ha ido completando, y el sol lo ha invadido todo. Así hemos de dejar que Él reine, permaneciendo en su amor, contemplando sus obras en nosotros, tanto en la vida espiritual como en todo, porque si le dejamos hacer Él lo va tocando todo, y de este modo lo vemos, lo contemplamos en todo y en todos.
Él, siempre, como el sol, nos acompaña, camina junto a nosotros, en nosotros, aunque a veces aparezcan unas nubes oscuras que no nos permitan ver su luz, ¡no nos preocupemos! Él está ahí, sigue a tu lado, sigue a mi lado.
¡Bendito sea Jesucristo, Rey del universo!
¡Bendito y alabado sea por siempre!

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