1/6/10

Sobre la falsa paz espiritual



De las enseñanzas de San Doroteo, abad






El hombre que encuentra culpa en sí mismo acepta todas las cosas alegremente—infortunio, pérdidas, desgracias, deshonor y cualquier otra clase de adversidad. Él estima que es merecedor de todas esas cosas y nada le perturba. Nadie puede tener más paz que este hombre.

Pero quizás tu me planteas esta objeción: “Supongamos que mi hermano me lástima, y, al examinarme a mí mismo, encuentro que no le he dado motivo alguno. ¿Por qué debo culparme [1] a mí mismo?”

Ciertamente si alguno se examina a sí mismo con detención, y con temor a Dios, jamás se encontrará completamente inocente. Él se dará cuenta que ha contribuido en cierta manera con alguna provocación al actuar, al hablar, o por su manera de ser. Si encontrase que él no es culpable de ninguna de estas, seguramente tuvo que haber lastimado a su hermano de alguna forma en alguna ocasión previa. O quizás ha sido una causa de irritación a algún otro hermano. Por esto, él merece tolerar el mal por los muchos otros pecados que ha cometido en otras ocasiones.

Otra persona pregunta por qué se debe acusar a sí mismo, si él estaba sentado pacífica y calladamente cuando de pronto, un hermano le ataca con palabras poco amables o insultantes. Eso no lo puede tolerar, así que piensa que su enojo es justificado. Si ese hermano no se le hubiese acercado para decirle esas palabras que le inquietaron, él jamás hubiese pecado.

Esta forma de pensar es ciertamente la más ridícula y no tiene base racional alguna. Pues el hecho de que haya dicho cosa alguna en esta situación rompe el encubrimiento de su ira apasionada que lleva dentro de sí, la cual se hace más evidente por su ansiedad excesiva. Si él quisiera, podría hacer penitencia. Se ha convertido como un grano de trigo; limpio y brilloso, pero al romperlo, está lleno de sucio por dentro.

El hombre que se piensa callado y pacífico tiene dentro de sí una pasión que desconoce. Un hermano llega, pronuncia unas palabras poco amables, e inmediatamente todo veneno y lodo que se esconde dentro de él son arrojados afuera. Si desea misericordia, tiene que hacer penitencia, purificarse a sí mismo, y esforzarse para conseguir la perfección. Él se dará cuenta que le debió haber dado gracias a su hermano en vez de devolverle mal por mal, pues su hermano ha demostrado serle de beneficio. No pasará mucho tiempo cuando ya esas tentaciones no le molestarán. Mientras más crece en perfección, menos le afectarán esas tentaciones. Pues mientras más progresa el alma, más fuerte y poderosa se vuelve para llevar todas las dificultades con las que se encuentra.

—San Doroteo, abad
(Oficio de Lecturas, martes
de la novena semana del tiempo ordinario

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