11/6/10

Sagrado Corazón de Jesús

“Descargaos de todas las maldades que habéis cometido contra mí,
y haceos un corazón nuevo y un espíritu nuevo…” (Ez. 18,31)

Florencio Varela, 2 de junio del 2010

A los miembros del Círculo de Adoración “Monte Sión”.


Entre los múltiples temas que se repiten a lo largo de la Biblia, hay dos que van unidos tanto en boca de los Profetas como en las enseñanzas de Jesús, se trata de la conversión y el corazón. La “conversión” siempre supone un cambio, un modo de vivir diferente, una escala de valores distinta. La meta siempre es la misma: “ir a más”, “ser mejor”. Tanto el “ir a más”, como el “ser mejor” ha de realizarse en función de un “modelo”: Dios. He aquí lo que está en el corazón mismo del mensaje bíblico. La “conversión” del hombre y el “corazón nuevo” suponen que los rasgos de Dios-Amor se realicen más y más en el hombre.

¿Qué importancia reviste este tema hoy? Su importancia es tal que del mismo depende tanto la felicidad personal como la comunitaria. Muchas veces me preguntan: “¿De qué vino a salvarnos Jesucristo?”, o “¿Qué necesito que se salve en mí?”… La Iglesia católica enseña que Dios es la garantía de la humanización del hombre, cuando el hombre se aleja de Dios se aleja de su “modelo”. Un hombre alejado de Dios corre el peligro de perder humanidad y desfigurarse en su ser y hacer. Por lo tanto a la pregunta de si necesito o no “salvación”, desde la fe en Jesucristo respondemos: sí, el hombre necesita ser “salvado”, ayudado a no caer en lo primitivo, en los bajos instintos, en la desfiguración de lo humano. Alguna vez escribí que nadie sabe cuánto amor es capaz de dar, pero tampoco sabe cuánto de malo es capaz de realizar. El ser humano es “capaz” para el bien y para el mal, para la belleza y la fealdad. Justamente, Jesús ha venido para enseñarnos el camino del bien, de la belleza, de la mejor y más noble humanidad. Él, que vino a enseñarnos el camino de la mejor humanidad, fue torturado y crucificado por la maldad, el desamor, el interés, el poder…

No hace falta ser muy listo para percibir el aumento de lo que los dos últimos Papas llaman: “una creciente des-humanización del hombre”. Es más, la sufrimos en carne propia todos los días: inseguridad física, inseguridad económica, inseguridad laboral, prepotencia del poder político y de las corporaciones, manifestaciones callejeras violentas que responden a intereses ocultos (o no tanto), robos, drogas… Son estas las realidades que señalan una humanidad urgentemente necesitada de “humanización” y por lo tanto de “salvación” y de “conversión”.

En este mes que la Iglesia acentúa la devoción al Corazón de Jesús, a Jesús Sumo y Eterno Sacerdote y al Corazón Inmaculado de María, me ha parecido importante que este mensaje volviera a centrarnos sobre la actualidad “del corazón nuevo y del espíritu nuevo”. La Biblia hace referencia a la existencia “del corazón de piedra”. No han faltado personas que me han dicho que les parecía muy duro el término. Si hoy vuelvo sobre ello, no es por todo lo desagradable que sale en los periódicos y en los medios sobre la violencia o el horror que producimos a diario, vuelvo sobre el tema por una vivencia que no se publicita, pero que me ha dejado entristecido y dolido.

Una joven mamá llevó a su hijita de un año a un Hospital público en plena celebración del Bi-Centenario. Le diagnostican un edema pulmonar agudo, la pequeña queda internada en terapia y con respirador. La madre podrá verla sólo una vez al día, pero no tocarla. Pasan dos días, no hay mejoría y tampoco informes de los médicos, nadie sabe nada, nadie dice nada. Todo es espera, incertidumbre y angustia para la familia. Por fin, aunque la niña no mejoraba, dejan que la madre la toque. Viendo lo despeinada que estaba su hijita, toma un peine fino y se lo pasa por los cabellos. Cuál no sería su sorpresa y horror, cuando vio que el peine sacaba piojos de la pequeña cabeza. Gritó angustiada, vino una enfermera y tras enterarse del motivo del grito le dice a la madre: “Si le parece que está mal atendida, llévesela de acá”. En eso interviene la médico pediatra quien, al enterarse de la reacción histérica de la mamá, dice agresivamente: ¿Qué preferís?, ¿la salud o que esté sin piojos…?” La nena falleció al día siguiente…

Objetivamente hablando, las reacciones de la enfermera y de la pediatra son comportamientos de “un corazón de piedra”. Pero, y aquí está “el punto” de esta reflexión, tanto la una como la otras son también mamás, tanto la una como la otra querrían y quieren lo mejor para sus hijos. Pero hay algo, hay una realidad que produce reacciones de corazones de piedra. Cuando las conductas de “un corazón de piedra se multiplican, la sensibilidad también se endurece. Se trata de la realidad agobiante que vivimos: hospitales públicos en los que muchas cosas no funcionan o no hay, cuando debiera haberlas. Disposiciones irracionales de algún funcionario que logran formar en las calles, frente a los Bancos, colas interminables de ancianos que sufren frío o calor, para cobrar su jubilación, muchas veces insuficiente. Calles de la ciudad por las que no se pueden transitar sea por colapso del tránsito, sea por manifestaciones o piqueteros agresivos…

Las reacciones propias de “un corazón de piedra”, son las que nacen en la zona débil de todo hombre cuando se experimenta atropellado, ninguneado. Jesús, en el Huerto de los Olivos, le dice a su Padre “mi alma está triste hasta morir” (Mt.26,38). Su tristeza se debía a que sabía todo lo que en su cuerpo y en su espíritu iba a producir la maldad de muchos. ¡Qué rápido cambió el grito de “¡Hosanna!”, por el de “¡Crucifícalo!”. Fueron los corazones de piedra de unos pocos, los que lograron la conducta de piedra de una multitud confundida.

¿Por qué escribo esta circular sobre este tema, cuando la Patria acaba de celebrar, su Bi-Centenario? Porque la celebración de los 200 años nos encuentra más desintegrados de lo que imaginamos, pero nadie que ame a la Patria querría que lo que la marcó en buena parte su segundo siglo, sea la impronta del que se inicia. La propuesta está en asumir el compromiso de hacer todo lo posible para transformar todo lo que haya de “piedra” en la vida social, en “carne”. Por eso, lo primeo es trabajar sobre la propia conducta y sobre el propio corazón. Recién entonces se podrá influir sobre la comunidad social.

La Virgen nos fue dada por Jesús como la “Educadora del corazón de carne”. Esta educación ella la hace en la fuerza de la Alianza de Amor. Al enseñarnos a amar con y como ella, nos sumerge en Cristo y nos da ser “imágenes y semejanza” de Dios. Ella nos da corazón y conducta de puro amor, para una Patria nueva y para un mundo nuevo.

Que en la Adoración Eucarística, Jesús nos de un corazón semejante al suyo. ¡Así sea!

P. Alberto E. Eronti

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