16/4/12

FIESTA DE LA DIVINA MISERICORDIA

Domingo, 15 de abril de 2012

Fiesta De la Divina Misericordia

Queridos hermanos en Cristo, familia de Dios, renovada en la Pascua. Sintiéndonos convocados por el mismo Espíritu de Cristo Resucitado. Celebramos con gozo y alegría, en el segundo Domingo de Pascua, la fiesta de la Misericordia, la Divina Misericordia de Jesucristo.

Esta Misericordia que, como hemos rezado en el salmo, está eternamente presente en el mundo y en el hombre, pero manifiestamente revelada al final de los tiempos por la vida y muerte de nuestro Señor Jesucristo, Misterio y Fiesta de nuestra Salvación, que hemos vivido y celebrado en el Santo Triduo Pascual.

Todo lo vivido en esta semana Santa para nosotros es portador de vida y tiene como eje ayudarnos a descubrir dónde tiene que apoyarse nuestra vida.

Nuestro apoyo está: En la comunidad cristiana, es decir en la Iglesia que vive del costado abierto de Cristo, entregado por nosotros en la Cruz, y del que brotaron el agua y la sangre imagen del Bautismo y de la Eucaristía simbolizadas en el cuadro de Jesús Misericordioso.

Como nos ha dicho al comienzo el Evangelio que se ha proclamado que “los discípulos estaban en una casa con las puertas cerradas”. Quizá sin saberlo, ellos temerosos por los judíos y angustiados por la traición y el abandono a su Maestro, acababan de iniciar lo que será la vida cristiana.

1

Porque será ahí en aquel lugar escondido donde Jesús se encontrará con ellos, porque es ahí -en la comunidad- donde Cristo viene a buscar al ser humano, cuando necesita un lugar donde refugiarse por el rechazo que vivimos en nuestro mundo. Porque es aquí donde Jesús nos devuelve la Paz que nos regala con su Presencia en cada Eucaristía, porque sabe que la necesitamos como la única medicina capaz de vencer el miedo y el cansancio de vivir, y la angustia y el sufrimiento que nos produce el pecado.

Es aquí en la comunidad donde juntos esperamos al Señor Resucitado, para que pase de nuevo por nuestras vidas, tocando nuestros corazones.

Es aquí donde Cristo quiere regalarnos un nuevo nacimiento, como nos ha recordado la segunda lectura “todo el que cree en Cristo ha nacido de Dios”. Una vida nueva donde el tiempo es diferente, porque vivimos en el tiempo de Dios.

Y por eso nos invita a vivir del primer día de la semana:

“El primer día de la semana”, que es el fruto de la Pascua el cambio de mentalidad que se produce dentro del creyente. Desde que Jesús Resucitó, el domingo es para nosotros el primer día de la semana, es decir el día a partir del cual tiene que girar la semana y nuestra vida, ese día es para nosotros como el sol alrededor del cual todo gira en torno suyo y sin el cual la vida no es posible. Juan nos invita a reconocer que es dentro de “la casa”, es decir de la iglesia donde recibimos al mismo Cristo que nos regala su Espíritu Santo, capaz de regenerarnos por el perdón y que viene a nosotros en la Eucaristía, generadora de paz.

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Y será “aquí” en “esta casa” donde nos encontraremos con el gran regalo de Jesús: su Misericordia.

La Misericordia de Jesús en medio de la comunidad cristiana es lo que hace que podamos vivir como hermanos todos unidos por el amor a Jesucristo al reconocer en nuestros corazones que nuestro abandono, que nuestras traiciones tienen el pago de su perdón, Jesús experimentó la soledad de sus amigos en la Cruz, pero su respuesta no es el reproche sino la Paz.

De no haberse hecho presente Cristo esa tarde en aquella casa, los discípulos llenos de remordimiento hubiesen justificado su abandono acusando a Judas de su traición.

¿No es eso lo que hacemos cuando queremos evitar nuestra responsabilidad a la hora de vivir amando, a Dios y a los hermanos, justificándonos buscando culpables?

La Misericordia de Cristo en medio de nosotros es lo que nos permite reconocernos como hermanos en el pecado y poder pasar así de, acusarnos entre nosotros a, reconocer que somos iguales ante Dios. Porque también yo he abandonado a Jesús.

La Misericordia de Dios manifestada en su Hijo Jesucristo hace presente en el mundo que Dios no se ha olvidado del ser humano. El sabe que sin su perdón no es posible vivir como hijos y hermanos unos de otros.

Pero la Misericordia solo puede concederse ante el acontecimiento de miseria e indigencia que se produce como consecuencia del pecado.

Y solo puede ser percibida y experimentada cuando es reclamada y aceptada. Porque el amor solo puede sanar las heridas del pecado cuando es aceptado.

3

Muchos vieron morir a Jesús pero no todos se beneficiaron de su Misericordia, incluso los que estaban más cerca de Él. Dimas, “el buen ladrón” le “robó” el perdón a Cristo. Sin embargo, el otro ladrón murió en su queja y rebeldía.

Porque el peor de los males es no buscar la ayuda cuando se pierde el horizonte de la vida.

Por eso nos recordó Jesús por medio de su escogida Santa Faustina: “Di a la humanidad doliente que se abrace a mi Corazón misericordioso y Yo lo llenaré de paz”.

“La humanidad no encontrará la paz, hasta que no se dirija con confianza a mi Misericordia”.

Quizá aunque parezca incomprensible, lo que más nos cuesta es vivir del perdón de Dios. Tal vez es lo que quiso probar Tomás, porque, ¿cuál pudo ser su dificultad?

La dificultad de creer de Tomás es la que todos tenemos en creer que es posible un camino nuevo donde la relación esté basada más en el perdón que en el juicio, más en la misericordia que en la condena, más en el olvido que en el reproche.

Porque quizá a Tomás lo que le movió a pedir una prueba, más que la incredulidad, fue el deseo de poder comprobar que Cristo les había perdonado; y Jesús lo llevará a donde nadie había estado jamás, dentro de sus llagas.

A María en la mañana de Pascua le dijo no me toques que todavía no he subido al Padre. Y, sin embargo el tocará su costado abierto, fuente de nuestra salvación.

Por eso Tomás se convierte para nosotros en modelo de todo el que sigue a Jesús, pronunciando el acto de fe: “Señor mío y Dios mío”.

4

Ya no podemos dudar de su Amor, y de obtener las gracias de su Misericordia, porque es su gran regalo Pascual y está deseoso de dárnoslo:

Y, ¿cómo se consiguen las gracias de su Misericordia?

El Señor responde a su escogida:

“Las gracias de mi Misericordia, se consiguen con un único medio: la confianza. Cuanto más confía el alma, más alcanza”.

Es más, precisamente es lo contrario, nuestra falta de confianza lo que más le duele, el pensar que nuestro pecado sea mayor que su Amor. Ese fue el error de Judas, y por eso al reconocer su traición, exclamó antes de ahorcarse:

“Pequé entregando sangre inocente” (Mt27, 4).

Esta falta de confianza le dice Jesús a su escogida, Santa Faustina: “Lo que más hiere mi corazón es el pecado de la desconfianza”.

Incluso para Jesús derramar su Misericordia es un derecho del alma que lo necesita: Como le recuerda Jesús a sor Faustina: “Cuanto mayor es la miseria de un alma, tanto mayor es el derecho que tiene a mi Misericordia”.

A partir de la Resurrección de Jesús y de su Presencia misericordiosa en medio de nosotros, la victoria de la vida, el vencer en el mundo ya no se debe a la fuerza ni a las relaciones de dominio, sino a vivir de su perdón, perdonando.

Como nos ha recordado en la segunda lectura, su Apóstol San Juan:

“Esta es la fuerza victoriosa que ha vencido al mundo: nuestra fe”. Nosotros somos los vencedores de nuestro mundo, “los que creemos en Jesucristo”.

5

Quisiera terminar con unas palabras de un Santo sacerdote el padre Pio de Pietrelcina:

"Mi pasado Señor, lo confío a tu Misericordia; Mi presente a tu Amor; Mi futuro a tu Providencia"

P. Salvador Romero Abuin


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