17/4/11

¡Bendito el que viene en nombre del Señor!

Una vez más el evangelio nos anuncia la entrada de Jesús en Jerusalén, la entrada en nuestro corazón, para mostrarnos poco a poco el buen camino para adentrarnos en el Reino de los Cielos.

En el monte de los Olivos comienza el relato con gran alegría y festividad. Allí mismo habla Jesús con su Padre la misma noche que iba a ser entregado para morir en la cruz.

Cuántas veces nosotros emprendemos el camino con entusiasmo y alegría, pero nos quedamos en mitad de éste, paralizados, mudos, incapaces de continuar ese camino que nos lleva a la cruz, a nuestra cruz. Tenemos tanto miedo de cargar con ella que somos incapaces de ver un poco más allá. De darnos cuenta que sin ella, sin nuestra cruz, no vamos a ninguna parte.

¿Cuándo seremos capaces de comenzar éste viaje y terminarlo acompañando a Jesús, a nuestros hermanos, a nuestros padres, a nuestro prójimo, hasta el final del camino, hasta la muerte?

“Cristo, a pesar de su condición divina no hizo alarde de su categoría de Dios, al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz.”

Él dio su vida por nosotros.

¿Qué somos capaces de dar nosotros por los demás?

Gracias.

4 comentarios:

  1. Anónimo18/4/11

    No se que me pasa con este blog. Desde el principio, tiene la facultad de llegar en los momentos oportunos de mis vivencias personales, para que reflexione.
    Tengo una pequeñísima cruz a la que quería dar la espalda..., hasta que leído la entrada de este domingo.
    ¡Gracias! y un abrazo a todos.
    Mª Isabel.

    ResponderEliminar
  2. Anónimo18/4/11

    ¡¡Cuidado con las cruces!!

    Dios nos llamó a la vida para ser felices por Él, con Él y en Él. No para que estemos sufriendo más allá de nuestras fuerzas, ni de forma gratuita: eso son tentaciones del maligno.

    A la hora de asumir una "cruz" cuestionate si es realmente una cruz o es una tentación destructiva. Eso, como me dijo Tono muchas veces, se hace junto al Sagrario y en actitud de oración, en silencio. Si es de Dios, te vendrá la paz y la dulzura, si no lo es, el dolor y la destrucción serán muy fuertes, capaces de acabar contigo. Y, Dios no quiere eso.

    El enemigo sabe tentar a las personas de fe cargándoles con "cruces" desproporcionadas para que sufran y se acaben escandalizando del amor de Dios. ¡Ojo con eso!

    Dios es un Dios de amor, no de dolor. Él sufrió por nosotros para darnos la vida eterna. Él no quiere sacrificios ni holocaustos, le basta con nuestro corazón quebrantado y humillado, no quiere, ni pide más. Sencillamente, trata de saber cual es Su Voluntad y acéptala, en eso consiste el corazón quebrantado y humillado.

    Juan.-

    ResponderEliminar
  3. Anónimo18/4/11

    Ayer puse un comentario, pero veo que no quedó.Si hoy acierto, aquí está: " Sólo nuestro Dios, infinitamente sabio,conoce perfectamente la obra de sus manos y, aunque nos hizo "a imagen suya", conoce nuestras limitaciones y debilidades. Sin embargo, nos pide que le amemos sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos. Lo aprendimos del Catecismo. Por eso, Dios jamás nos va a retirar su fuerza amorosa para cumplir este su "principal mandamieno", que,por cierto, Jesús-Palabra de Dios encarnada-, lo enriqueció hasta el extremo: y "amaos como Yo os he amado". En su Pasión,en su Cruz,está nuestra Salvación. Contemplándola silenciosamente, nos va llegando la fuerza necesaria para darnos al prójimo como Jesús nos mandó...; cada uno según su capacidad. El Señor no nos pide más. Germán.

    ResponderEliminar
  4. Anónimo20/4/11

    ¡Gracias Juan!
    Reflexionaré sobre lo que me has dicho..., y a lo mejor te hago unas cuantas preguntas.
    ¡¡¡Felices Pascuas a todos!!!

    María Isabel.

    ResponderEliminar