Hoy en día, he podido comprobar, ¡qué poca gente cree en los milagros! Y
cuando digo poca, no me refiero a los no creyentes, a quienes no
incluyo. No, no me refiero a esos, sino a los creyentes, a los laicos, a
los obispos, a los sacerdotes, ¡qué pocos sacerdotes creen en los
milagros! Cuando ellos, todos los días, ven el mayor Misterio, en la
Consagración. ¿Cómo se puede creer cuestionando desde el razonamiento?
Los misterios, son algo cuya explicación no se conoce, inaccesible a la
razón, y por ello es objeto de la fe.
En este evangelio de hoy,
domingo, vemos cómo el Señor Jesús, los envió de dos en dos, o ¿tendría
que decir oímos? Y ellos predicaban la conversión del amor de Dios, y de
este modo, con la oración y desde la oración echaban demonios y curaban
a muchos enfermos, ungiéndolos de aceite. Es decir, aplicando el
Sacramento de la Unción de enfermos. Y, por la oración de toda la
Iglesia, la comunidad, ellos sanaban.
Pedro y Juan subían al
templo... y curaron a un tullido (Hch 3, 1+). Otro hecho narrado en este
libro, (5, 17+), muestra cómo el ángel les suelta de la prisión, de las
cadenas, de todo lo que les retenía, de los posibles apegos, pero
¿quién duda que en aquellos tiempos les pusieron realmente las cadenas
en los tobillos? Son tantas y tantas curaciones, tantos milagros que no
se pueden explicar, y los primeros incrédulos son los de dentro.
Jesús
los mandó de dos en dos, porque sabía que así sería más fácil, al
poderse comunicar, al poder hablar de tantas cosas buenas como iban a
realizar ellos como verdaderos instrumentos de Jesús, pero también ante
las dificultades, el uno al otro, se darían ánimos.
¿Qué fuerza
hay más poderosa que el Amor? El amor del matrimonio, el amor entre los
hermanos, el amor entre amigos, el amor a Dios. Creo que aquí está el
secreto de todo, en el amor. Al darlo nosotros, sin ser nuestro... y al
recibirlo, sabiendo que es expresión máxima de la divinidad.
Dios es amor, ¿hay algo imposible para Dios? ¿Qué más necesitamos para predicar su Reino?
El amor es el origen y el destino final de todo. participemos en el amor y estaremos siendo realmente nosotros mismos.
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ResponderEliminarLa fe sin amor, no es fe verdadera. Es un acto humano sí, pero incapaz de creer en Dios y, consiguientemente, incapaz de amar, de sanar, de perdonar.
ResponderEliminarSi creemos verdaderamente en la Palabra de Jesús, "un mandamiento NUEVO os doy, que os améis unos a otros como yo os he amado", con esta fe verdadera veremos milagros en el cuerpo y en el alma. ¡EL AMOR CRISTIANO, multiplica los milagros!