28/11/10

“Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado…”

Florencio Varela, Adviento del 2010


Queridos hermanos y hermanas del Círculo de Adoración, “Monte Sión”:


En la Iglesia, Familia de Dios en la tierra, hemos aprendido a “celebrar”, de hecho vivimos celebrando. Lo que llamamos “año litúrgico” nos sumerge en 365 celebraciones, es decir todo el año. Celebramos el nacimiento de Jesús, de María y de Juan Bautista; celebramos la muerte de Jesús y de los mártires; celebramos la Vida de Jesús resucitado y la vida de cada ser humano. La vida es lo primero, la muerte la celebramos como el paso a la Vida.

Se preguntarán el por qué de todo lo que acabo de escribir. El “contexto vital” de esta reflexión, ha sido el durísimo impacto que he sufrido viendo las fotos y leyendo declaraciones, slogans y consignas, de lo que se ha dado por llamar “Mujeres auto-convocadas”, cuyo encuentro anual se ha realizado hace pocas semanas en la ciudad de Paraná. Lo que comenzó hace años, como un esfuerzo lícito y necesario por rescatar lo que algunos pensadores llamaron “el eterno femenino”, ha derivado hacia una ideología cada vez más vacía de contenidos y ha terminado en una patología siniestra. No me refiero a las obscenidades -de palabras y hechos-, tampoco a los insultos y frases agresivas pintadas en las paredes y puertas de los templos, tampoco me refiero a las caricaturas de lo femenino que reflejaban muchas caras pintadas y cuerpos semidesnudos…; no, lo que me conmovió es la frase que agresivamente dijera una joven participante: “En mi vientre no llevo un ser humano, sino un pedazo de carne, por lo tanto tengo el derecho de abortar”.

Se que la frase puede herir la sensibilidad de algunos, pido disculpas. Pero lo que no puedo es negar la realidad: algo está muriendo en muchas mujeres, sobre todo en muchas mujeres jóvenes. Se que no todas piensan o sienten así, también -¡gracias a Dios!- veo a muchas mujeres vivir profunda y felizmente su maternidad. Pero, cuando los vientres no son cunas algo oscuro está ocurriendo. No hago un juicio de valor; lo que sí me pregunto es: ¿qué civilización estamos creando? Las y los jóvenes son un “resultado”, son la última expresión de algo que comenzó hace largo tiempo.

El Padre José Kentenich decía ya antes de la segunda Guerra Mundial, que la separación entre fe y vida, entre lo sobrenatural y lo natural, iba a terminar desfigurando al hombre. Al alejarse de su “Modelo” (“Dios creó al hombre a su imagen…”), era inevitable que el hombre se desfigurara. Un intelectual europeo, creyente él, afirmó: “Cuando el hombre se aleja de los principios morales, primero se embrutece, después se bestializa”. ¡Otra expresión fuerte!; pero que refleja buena parte de la sociedad actual. No podemos engañarnos, algo se está rompiendo en lo profundo de muchos jóvenes, algo que los desfigura. Los medios no son ajenos a esta desintegración. Hay mucha basura en los medios, hay mucha superficialidad e ignorancia en un buen número de sus conductores. Hace años se hablaba de “formadores de opinión”, en general se los escuchaba porque tenían nivel. Hoy se puede hablar de que abundan los “deformadores” de opinión cuya falta de contenido y de nivel produce compasión, pero tienen el poder de confundir. Un conocido periodista español, viendo lo que había pasado en un encuentro de rokeros, escribió: “He visto, azorado, el desmadre del despadre”.

Entre muchas jóvenes hay un “desmadre”: no querer ser madres; y en muchos varones un “despadre”: no querer asumir la consecuencia de un encuentro íntimo. Cuando la mujer no quiere ser madre y el varón no quiere ser padre, es que algo está muriendo en el hoy de la sociedad del Siglo XXI. Todo lo dicho me abruma, pero no me desespera, dolor y tristeza no es lo mismo que desesperanza o sin sentido. Lo que contemplo (y uso este verbo con total intención, porque es “mirar” como mira Dios), es una gran parte de la humanidad está gimiendo, está pidiendo sentido, valores, luz para su noche.

Isaías anuncia al Mesías clamando: “Sobre los hombres que habitan en tierras de sombra, ha brillado una luz”. Es mucha la sombra, pero es infinita la luz que viene del Mesías anunciado. No podemos, como creyentes, celebrar la Navidad sin mirar la realidad y buscar responder a ella. En las Jornadas Nacionales de Delegados del Movimiento de Schoenstatt, llevada a cabo los días 30 y 31 de octubre pasado, los diálogos se centraron en el tema de la vida y la necesidad imperiosa de crear una “cultura de alianza”. También recordamos que los Papas Pablo VI y Juan Pablo II, hicieron referencia a que “es necesario optar entre la civilización del amor o una cultura de muerte”. Es así que el lema de la Familia de Schoenstatt de Argentina desde ahora y hasta octubre el año que viene es: “Herederos del Padre, profetas de la vida”. Sí, queremos -como los profetas- anunciar la vida, crear vida, defender la vida y denunciar los gérmenes de muerte que incuba la civilización actual. Cuando el Padre Kentenich decía que “hoy no basta con creer, esperar y amar; hoy hay que ser un milagro viviente de fe, esperanza y amor”, tenía total conciencia de las fuerzas desintegradoras que se abrían paso en la civilización Occidental. Hoy el problema es global. ¡Occidente ha exportado su propia desintegración!

Navidad es una celebración paradojal en este inicio del siglo XXI…, el hombre cada vez más margina a Dios de su vida y se margina de Dios, sin embargo sigue celebrando la Navidad… ¡He aquí una de las semillas de esperanza! No importa hoy en primer lugar qué se celebra, sino que se celebra. Hemos marginado, roto y atropellado muchos valores, pero todavía hay uno, al menos uno, que se sigue celebrando y que lleva a decir… ¡feliz Navidad! Mientras la sociedad siga celebrando esta fiesta, hay esperanza. La Iglesia es la depositaria de esta esperanza y nosotros somos Iglesia. Iglesia que espera, que anhela, que peregrina, que busca y que al encontrar al Niño y a su Madre, se arrodilla, adora, se conmueve e implora. Sí, Navidad es el canto a la Vida. La Vida es Dios y nació en Belén. La Vida es Dios y sigue naciendo. En esta Nochebuena celebraremos el nacimiento del Hijo de Dios “hecho carne”. ¡Un capullo de carne humana!, un cuerpito con bracitos y piernitas, con llanto y hambre, con ganas de vivir,… lo contemplaremos en el regazo de María, lo miraremos con los ojos de Ella y le susurraremos palabras que brotan desde el alma. Aquella joven auto-convocada que dijo, “es carne”, tenía razón. El Niño de Belén también “es carne” ¡y es Dios! El Niño de Belén es Hijo de Dios, todos los engendrados son hijos de Dios. Dios no despreció la “carne” humana, la asumió y por ella nos redimió, es decir: nos dio la Vida.

Que esta Navidad nos encuentre amando y sirviendo apasionada y abnegadamente a la vida humana, a toda vida. ¡Bendecida Navidad!, los bendigo desde Sión:

P. Alberto E. Eronti

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