Hace
pocos días una señora me rebatía con fuerza sobre el significado de los
carismas y, como el suyo, no era el de la oración. No entré en mas
detalles, la escuché y guardé silencio, pero no estaba, ni estoy en
absoluto de acuerdo.
La
oración no es un carisma, es una necesidad y, es bien cierto que a
veces, la oración parece estar apagada, parece no dar ningún fruto. Es
como si no sintiéramos nada al hacerla, incluso da la impresión, de que
cuanta más oración haces, mas ataques, mas tentaciones, mas motivos de
distracción, mas excusas se interponen entre ella y yo.
Da igual, ¡hazla!
Sin
la oración nada funciona, o nada funciona bien. Hay quienes, están
estudiando, escribiendo, haciendo la colada, planchando... y, sin
embargo están haciendo oración. Pero esto es otra cosa.
No
hay nada que Dios nos pida, que nosotros no podamos con ello, porque Él
siempre nos da los medios para realizarlo, mucho más de lo necesario.
“
La ley del Señor es perfecta, y es descanso para el alma”, aquí está
uno de los frutos de la oración. “Los mandatos del Señor son rectos, y
nos alegran el corazón”. Aún en los peores momentos, aún cuando parece
que nuestra oración es “pesada”, incluso así, no hay que desfallecer en
el intento. De la oración hecha no se pierde ni una coma. La oración
mala, la deficiente, es aquella que no se hace.
Está
claro que en ocasiones, en demasiadas, nos dejamos llevar por las
primeras impresiones de las personas y, lo cierto es que son muy
importantes, ¡pero! Si pensáramos siempre así, ¿qué diríamos del
sacerdote y del levita, “que dieron un rodeo un rodeo”, por no
contaminarse? Su ley, les prohibía determinadas cosas, su religión no
les permitía, parar, tocar a un herido con sangre... ellos no podían
contaminarse, pecar, sin embargo el hombre que no era tan religioso en
apariencia al menos, un samaritano, de religión impura para el pueblo
judío, éste, si para, lo toca, utiliza todos los medios a su alcance,
tales como aceite, vino, vendas, agua, su propia cabalgadura y, su
dinero, para pagar los gastos.
Jesús, hoy, ahora mismo, nos dice a todos nosotros: “Anda, haz tú lo mismo”.
De los otros dos, no se oye, ningún reproche. En el Deuteronomio se
dice: “el mandamiento de Dios -lo que nos pide-está muy cerca de ti, en
tu corazón y en tu boca”.
A
veces hacemos lo que hizo aquel Samaritano – y lo pongo en mayúsculas-,
a veces, pero acto seguido ponemos verdes a los otros dos, al sacerdote
y al levita, con lo cual, echamos por la borda, todo el trabajo bien hecho. ¿Y qué hacer?
Muy
sencillo, Dios nos da todo lo necesario para que podamos actuar, nos
dio a su Madre, la Santísima Virgen María, a quien yo, le debo todo,
para que le pidamos a Ella, maestra en oración, para que nos enseñe a
comunicarnos con su hijo Jesús, nuestro gran Amigo.
Precioso y sencillo, como siempre.
ResponderEliminarGracias, Tono.