“Te diré mi amor, Rey mío, con una mirada
suave, te lo diré contemplando tu cuerpo que en pajas yace” (Himno de Vísperas)
Navidad del 2012
Queridos amigos:
¡Otro diciembre! Estamos ya en el último
mes del 2012 y como cada año para este tiempo, los sentimientos y pensamientos
tienden a mirar hacia atrás y hacia adelante. De alguna manera evaluamos, sea
en los sentimientos o en el pensamiento, el año vivido. ¿Cómo será la
evaluación? Para quienes tenemos la gracia de creer, los ojos se vestirán de la
Providencia y contemplaremos el año en clave divina. No se trata en primer
lugar de ¿cómo me fue?, ¿qué logré?, ¿fue un buen año o no? Las preguntas
pueden ser interminables.
Los años de vida consagrada me indican que
las preguntas de la evaluación son otras: ¿qué dejó de positivo este año que
termina?, ¿qué aprendí, en qué crecí, qué oportunidades se me abrieron, cómo
respondí a ellas…? Para el creyente la vida está plena de oportunidades y en
cada suceso hay una oferta de aprendizaje, de crecimiento, de ir a más y mejor…
Inevitables son los fracasos, desilusiones
y sufrimientos. Pero los fracasos, desilusiones y sufrimientos no llegan por
acaso a la vida del hombre, también ellos encierran oportunidades. Mucha razón
tiene quien afirmó que “se aprende más de
los errores que de los aciertos”. José Kentenich solía decir que uno de los
artes importantes de la vida es “transformar
en peldaños los peñascos que amenazan aplastarnos”. ¡De so se trata! No es
casualidad sino providencia que la Iglesia se anticipe por algunas semanas, con
el inicio del año litúrgico, al inicio del año civil. Es como si, al cierre de
un año -independiente de cómo lo evaluemos- Dios nos dijera: “¡Animo!, todo comienza de nuevo en el Niño”.
El nacimiento del Niño en la liturgia y la celebración de la Iglesia, hace
posible que cada hombre y mujer de fe
“nazca de nuevo”. La Navidad de Jesús, hace posible la nuestra.
Que María y José nos den sus sentimientos
para poder acoger, contemplar y adorar al Niño del Padre. Les deseo una muy
bendecida Navidad y un año nuevo pleno por la esperanza.
P. Alberto E. Eronti
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