4/1/09

Y la Palabra era Dios

¿Recuerdas a Juan, con un rosario en la mano, y en la otra una antorcha, cómo llegó a aquel pueblo abandonado a toda luz, donde sólo el mal y las tinieblas eran presentes?

Él llegó y se sentó, ayudó a aquellos vecinos, que aunque temerosos al principio, se fueron acercando a él, allí, en la antigua plaza del pueblo. No tenía pelos en la lengua, y decía abiertamente lo que pensaba. Tocó los puntos débiles de aquellas vidas apagadas, sin alegría, sin ilusión, que vivían peor que los esclavos de Egipto, porque jamás veían el sol. ¿Por qué le escucharon? Muy sencillo, porque les habló con autoridad. Su vida y su mensaje eran una sola cosa. ¿Cuántos de nosotros no vivimos con una doble vida? ¿Coinciden nuestras palabras, nuestros pensamientos, con nuestras obras?

No importa, él, con la antorcha, señalaba la Palabra, al que es verdadera Luz para el mundo. En a otra mano llevaba n rosario, símbolo de oración, de desierto, de lugar sagrado donde debemos dejar que nos lleve esa palabra de Dios, para que nos oriente, nos reconduzca desde la libertad de la aceptación, a la verdadera libertad.

Este Juan apunta con el dedo al que ha de venir, a Jesucristo, a la Palabra, que desde siempre existe, por la que todo se ha hecho. La verdadera luz que no se agota, que tampoco necesita pilas alcalinas. Pero que no siempre es aceptado, vino a los suyos y no la recibieron. ¡Qué difícil es reconocer lo sencillo a veces! Los grandes milagros nos apasionan, pero lo pequeño, lo poquito, a veces no lo vemos por estar un poco llenos de ruido, por ceguera, por falta de luz.

Llegados a este punto, me veo obligado a hablar del perdón, de la salvación. Falta la paz, hay exceso de ruido, hay intolerancia: busca un confesor y encuentra el perdón que Jesús te quiere dar. ¡No lo dudes!

Por experiencia sé que funciona muy bien, como también sé que cuando una herida sangra, lo que hay que hacer primero es frenar esa hemorragia, y luego se hará lo que haga falta. Pero ahora, toca buscar el perdón. ¡Encuéntralo!

San Juan Bautista, el profeta del Adviento, de la preparación, pone el dedo en la llaga, para mostrarnos con su testimonio al que es la plenitud, y del que todos hemos recibido gracia tras gracia. La verdad vino de la mano de Jesucristo que no es otra cosa que Dios mismo, en la persona de Hijo de Dios, y lo hace para que todos nosotros seamos hijos amados del Padre, que no es otra cosa que Dios mismo. Y para ello nos envía, no da, a su Madre, la Santísima Virgen María, y a su esposo, el discreto San José, y juntos forman la Sagrada Familia, ejemplo para todos nosotros.

¿No sientes el amor que nos tiene? Con su perdón, que siempre nos da, nos proporciona la salvación. Es tan grande nuestro Amigo, que siempre está atento a mis necesidades y a las tuyas. Da la impresión de que no duerma. Lo llamas, y ya, ya lo tienes atento a escucharte.

La experiencia de Dios, es siempre de amor, de sentirte querido y amado, es sentirte arropado directamente.

Si vas al desierto, a tu lugar de oración, él sale a tu encuentro, y se hace hombre por ti y por mí, para vivir aquí junto a nosotros, para darse a todos nosotros, viviendo lleno de amor y de verdad. Dios nos habla desde Jesús, ¿lo escuchamos con alegría? Conecta tu emisora con la de él, y recibe sus mensajes desde tu silencio. Desde la oración, con la confianza del abandono a sus brazos para todo.

¡Feliz Navidad! Todo esto y más es para mí la Natividad de Jesús, dejarlo vivir en mí, y escucharlo en paz. Él me llena de todo.

Gracias, por seguir leyendo, por estar ahí.

2 comentarios:

  1. Anónimo3/1/09

    La palabra de Dios es luz y vida para nosotros,es fuerza y alimento,es consoladora,generosa,nos conforta y nos da esperanzas.
    ¡Bendito seas Señor!

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  2. Anónimo4/1/09

    Gracias a ti por seguir escribiendo!

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