1/8/10

No basta con tener

Domingo XVIII Tiempo Ordinario
1 Agosto 2010


Una cosa es tener lo necesario para vivir bien, y otra muy diferente el querer más incluso de lo que uno puede disfrutar. La felicidad no viene por tener mucho, y si no lo crees date una vuelta por los hospitales, por las clínicas privadas, por las salas de oncología, por nombrar un pequeño y duro ejemplo. Verás cuántas personas con mucho dinero están allí, y sin embargo no les sirve de nada, no pueden comprar su salud. Algunos que yo he visto, eran millonarios, y en algún momento de su vida terminal, me dijeron: “Ni con todo lo que tengo, puedo acabar con esta enfermedad”.

La felicidad no se puede comprar, es gratis, desde siempre y para siempre, lo que adquieres son productos de placer muy efímero. Hoy lo deseas, mañana lo tienes, y luego, de nuevo hay que volver a desear otro nuevo producto. Sea lo que sea, qué más da.

El tener en exceso, la codicia, no vale de nada, tan sólo hace mala sangre, como dicen los hombres sabios del campo: “Hay que tener para vivir”.

Cuántas familias se han separado, se han roto, por una herencia que a veces no vale nada. Pero la codicia produce ceguera en el corazón-alma, y no nos permite actuar más que con embustes y trampas.

El del evangelio, ése del público, es decir, uno de nosotros, reclama una parte de la herencia. Esto, para comprenderlo, hay que saber lo que es el hereu. El primogénito era el que recibía todo lo de la casa, y los demás miembros de la casa dependían de él totalmente en todos los sentidos, y mientras hubiera, nada le faltaría. En Cataluña, hoy en día, se sigue haciendo. Pero no nos conformamos con eso, con que no nos falte de nada, y en esta sociedad equivocada y marcada por el consumismo descabezado y sin sentido, nos lleva a pedir más de todo, incluso nos atrevemos a pedirle a Dios, más todavía, como si la vida no fuera bastante, nos atrevemos a desafiarle, a enfrentarnos a Él en ciertos momentos. Pero cuando llega la hora de la verdad, cuando uno está en sus últimas, siempre hay una aclamación, una plegaria: “¡Ay, Señor! ¡Madre, no me abandones!”

Mientras uno está más o menos bien, o más o menos mal, se atreve a gritar a Dios, a pedirle cuentas, pero cuando la noche cae, y el silencio se va imponiendo, cuando quedamos solos... en ese momento he visto grandes confesiones personales, miran al techo de la UCI, estrechan sus manos, te llaman a las 4:00 para contarte algo familiar...

La felicidad no está en tener, en poseer sin medida, la tan buscada felicidad está en vivir todos y cada uno de los días dando gracias por la vida, por nuestra familia, por los amigos, por esos compañeros de trabajo, por tanta y tanta gente que nos encontramos a lo largo de nuestra vida, y que de un modo u otro tienen su importancia en nosotros. Esto, para los que dicen no creer, para los que decimos creer en Dios, tan sólo en Él encontramos la felicidad, en muchos pequeños detalles de todos los días: Dios es muy sencillo, y siempre se presenta con gran humildad.

¿Cómo se presentó la Virgen en Lourdes? ¿Cómo se presentó en Fátima? ¿Cómo lo hizo en México? Y en otros tantos sitios. ¿Cabe todavía más humildad?

¡Oh, María, sin pecado concebida; ruega por nosotros que recurrimos a Vos!


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