7/2/09

PERTENECER A LA IGLESIA

Publicado por Eduardo Climent
Hoy, y en este evangelio,(Mc 6, 30-34) se nos presenta Jesús como buen pastor, que reúne, instruye y alimenta su rebaño, el nuevo pueblo de Dios. Dirá Jesús:

“Yo soy el buen pastor, que conozco a mis ovejas y las mías me conocen a mí” (Jn 10,14).

El pueblo de Dios se organiza en la corresponsabilidad y está presidido por los pastores, teniendo por cabeza a Cristo.

- Su condición: es la libertad y la dignidad de los hijos de Dios.
- Su ley: es el mandamiento nuevo del amor: “amaros los unos a los otros como yo os he amado”.
- Su finalidad: realizar el reino de Dios en este mundo.

Desgraciadamente, en bastantes casos la anexión a la Iglesia se produce por el mero hecho de haber nacido en familia y país cristiano y ser bautizado como tal. Es una pertenencia puramente socio-religiosa sin compromiso personal, pero no podemos quedarnos en un cristianismo tan solo heredado y cultural. Hemos de pasar de la masa amorfa y sociológica a pueblo de Dios, comprometido con la misión evangelizadora de Jesús.

Se necesitan, se buscan, buenos pastores, comunidades y cristianos adultos, conscientes, responsables, bien formados y libremente comprometidos con el evangelio de Cristo y con el servicio al reino de Dios.

Quien sigue a Jesús sabe mirar la vida de la gente con compasión (pasión con ellos). Y, luego, hace lo que puede por aliviar el sufrimiento de las personas. Es lo que hizo Jesús, trabajar con y para los hombres.

Este seguimiento trata de hacer una fe madura, lo que conlleva:

- Una imagen de Dios en la que lo imaginativo ha de quedar superado por la persona de Jesús tal como aparece en los evangelios, como imagen del amor de Dios al hombre.
- Una madurez de conciencia fundamentada en la responsabilidad personal, como respuesta a una llamada que Dios nos hace.
- Una actitud positiva hacia la Iglesia que consiste en sentirse miembro responsable de la misma, mediante la adhesión personal a su misión, viviendo con los demás y para los otros, para la difusión de la justicia, de la paz y del amor.

Así pues, los cristianos creemos en un Padre incomprensible. Esa creencia es siempre un riesgo, una apuesta, un acto de confianza aunque no entendamos muchas cosas. Nos gustaría que las cosas fueran de otra manera, pero no lo son, y por ello pensamos que Dios es injusto o no hay Dios. Como dijo San Pablo: “Yo busco a Cristo crucificado, mientras otros buscan prodigios y sabidurías”

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