26/6/11

Corpus Christi

¡Alabado sea el Santísimo Sacramento del Altar!

Una tarde, estando en Lourdes cuando terminábamos de cenar una de las hermanas del Amor de Dios se acercó y nos dijo a mi mujer y a mi:

- ¿Habéis estado en la misa que se hace en la Gruta a las 23:00?

- No –fue la respuesta contundente por nuestra parte — ¿por qué?

- Creo que os gustaría de un modo muy especial.

- Pero es que a las 23:00 se cierra el monasterio.

Bajó la voz, se aproximo un poquito más a nosotros y nos dijo:

- Pedid la llave a la madre superiora, y seguro que os la deja. De este modo podréis entrar cuando regreséis, sea la hora que sea.

Se marchó y siguió con sus tareas, nosotros dos nos miramos y decidimos seguir su consejo:

- Madre, ¿sería posible que nos dejara una llave para poder asistir a la misa de las 23:00 en la Gruta?

Se sonrió, abrió un cajón y nos entregó una llave:

- Vais a disfrutar mucho.

Esa noche, después del rosario de las antorchas, nos quedamos por enfrente de la Gruta. Estuvimos hablando de muchas cosas, la noche era preciosa en este mes de agosto, y la brisa fresquita de los pirineos nos complacía, porque el día había sido caluroso.

De repente una campanita sonó ¡Cling!, y la comitiva celebrante salía ya, formada por siete sacerdotes y varios acólitos del santuario.

La presidía un sacerdote francés de color, un hombre de constitución atlética y muy grande. Toda la misa fue en ese idioma, pero no había problema en seguirla. Cuando se terminó no dio la bendición, tomó una custodia y expuso solemnemente al Señor Jesús Sacramentado.

El silencio se apoderó de todos nosotros, un silencio que fluía al igual que lo hacía el río a nuestras espaldas. ¡Qué bien se estaba allí! Cuánta paz había. Junto a nosotros, japoneses, un gran número de italianos, alemanes, polacos... y por supuesto franceses.

Transcurridos unos quince o veinte minutos se levantó el gran sacerdote, quién permaneció de rodillas todo este tiempo delante del Señor, y con Él, se acercó a nosotros, muy cerca, y nos dio la bendición. El aire se llenó de un peso sanador y reparador. Las lágrimas se desprendieron por muchas mejillas. ¡Qué bien que se estaba allí! Nosotros aún permanecimos un buen rato, y por fin nos levantamos y nos marchamos.

¡Increíble! Nunca hubiéramos imaginado la gente que allí se había congregado, muchos todavía de rodillas sobre la piedra, mirando embelesados, cautivados por el amor que la Virgen María sabe dar.

Al día siguiente a las 11:15 a celebrar con los españoles la misa, a escuchar al padre Teótimo, verdadero alimento, y a Vivir el Cuerpo y la Sangre de Cristo, a ensalzar al Señor, al Todopoderoso, de la mano de sus sacerdotes. Desde entonces somos adictos a esta misa nocturna, allí, donde la Virgen se le apareció a santa Bernardita, por la mañana a la capilla de san José, y por la noche a la Gruta, a los pies de nuestra Maestra de oración y vida.

¡Sea por siempre bendito y alabado!


18/6/11

DIOS: UNO Y TRINO

Hoy la Iglesia celebra la solemnidad de la Santísima Trinidad. Es decir, Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo. Y por ello, nos presenta el evangelio de Juan. En este evangelio nos dice que tanto ha amado Dios a su Hijo que nos lo ha entregado para que el que crea en Él se salve y no se condene.

Recuerdo que cuando era un niño de catequesis, mi catequista nos explicaba que el juicio de Dios consistía en que cuando ibas al cielo te pesaban en una balanza para ver si tenías más actos buenos o malos. Era una forma asequible para que unos niños de 8 y 9 años comprendieran como Dios nos juzgaba.

Pues bien, Jesús nos dice que el juicio consiste en creer o no creer en Él. Después de miles y miles de años en que el hombre se estaba alejando de Dios, y cometiendo tantas maldades, Dios continuó amándonos y para dar muestra del Amor que tiene por nosotros se despojó de su rango y se encarnó y además se entregó a los hombres para que los hombres crean en Jesús, y a través de ÉL se salven.

Y es en esto, precisamente lo que consiste el MISTERIO de LA SANTÍSIMA TRINIDAD. En el amor que surge de Dios Padre y de Dios Hijo: el Espíritu Santo. El Grandísimo Amor que tuvo Dios al querer nacer en la carne humana, ese Amor que tuvo después al entregar a su Hijo se traduce finalmente en el Espíritu Santo. Y el juicio es sencillamente: Es aceptar este reto ¿CREES? Te salvarás. ¿NO CREES? Te condenarás.

Queridos amigos, aceptemos el reto que Dios nos ofrece. Tengamos confianza en la Santísima Trinidad para que nos abra la puerta de nuestro corazón.

SANTÍSIMA TRINIDAD, SALVAD A LA HUMANIDAD.

SANTIAGO CHECA RUBIO

11/6/11

LA PROMESA CUMPLIDA

Hemos llegado ya al último día de la Pascua: Pentecostés. Durante todo este tiempo hemos escuchado que Jesús nos ha ido transmitiendo tranquilidad, paz, alegría, serenidad. Finalmente, Jesús en su discurso de despedida, nos prometió que nos iba a mandar el Defensor. Pues bien, queridos amigos, hoy ha llegado ya ese día.

El evangelio de este domingo es similar al del II Domingo de Pascua. Jesús se apareció a los once que estaban encerrados por miedo. Se acercó y les dijo: “recibid el espíritu santo, a quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados y a quienes se los retengáis les quedan retenidos”. Observamos que junto con su ofrecimiento del Espíritu Santo llega la misión. Como hemos dicho en otras ocasiones, sin el Espíritu Santo la misión no puede ser llevada a cabo. El Espíritu Santo es quien da la fuerza y la sabiduría para emprender la misión. Fijaos por ejemplo, como narra San Lucas el día de Pentecostés en Los Hechos de los Apóstoles: todos los apóstoles comenzaron a hablar una lengua distinta. Si todos hubieran hablado la misma, no hubieran podido predicar por todo el mundo. Hecho importante es también que con su venida nace la Iglesia.

El Espíritu Santo es la fuerza, el amor, la comprensión derramada por Jesús ante nosotros. Es la gracia que actúa en todos los sacramentos: en el bautismo, el Espíritu Santo desciende y te transforma en hijo de Dios; en la Penitencia, el Espíritu Santo te derrama el perdón y el amor; en el matrimonio, derrama su bendición sobre los novios y les otorga la gracia suficiente para vivir el matrimonio y fortalecer el vínculo; en la Eucaristía transforma el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre del Señor. En definitiva, el Espíritu Santo, confirió “el poder” a los apóstoles para atar y desatar en el cielo y la tierra.

Abramos las puertas del corazón al Espíritu Santo y dejemos que nos llene de su gracia.

SANTIAGO CHECA RUBIO.

8/6/11

el circulo

“Pero en aquel que cumple su palabra,

el amor de Dios ha llegado verdaderamente a su plenitud”

(1ª Jn. 2,5)

Florencio Varela, junio del 2011, mes del Corazón de Jesús.

A los miembros del Círculo de Adoración, “Monte Sión”.

Hace años, en un monasterio Trapense de España, conversaba con el monje hospedero sobre la vida de los Padres del desierto, de su santidad y enseñanzas. En un momento dado pregunté: “¿Mediante qué prácticas aquellos hombres crecieron espiritualmente y alcanzaron grados de amor admirable?”. La respuesta fue: “Los mismos medios que tienes tú y que tenemos todos los seguidores de Jesucristo, la Palabra, la oración y la austeridad de vida”. Terminada nuestra charla caminé hacia la celda que tenía asignada y me quedé pensando en la respuesta. Palabra, oración, austeridad de vida.

Más tarde busqué en el libro del Deuteronomio un texto que meditaba cada tanto: “Este mandamiento que hoy te prescribo no es superior a tus fuerzas ni está fuera de tu alcance.(…) No, la Palabra está muy cerca de ti, en tu boca y en tu corazón, para que la practiques” (Dt. 30,11.14) Efectivamente, la Palabra no está lejos de nosotros. Es más, vino a nosotros por el “¡hágase!” de María cuando la Anunciación del Ángel. Vino primero a su seno, luego fue alumbrada como hombre, creció y aprendió a ser hombre para enseñar a todo hombre el camino de la Verdad y la Vida, del sentido y la misión. Por el “¡hágase!” de María Dios tuvo un “corazón de carne”, para poder sentir, emocionarse, conmoverse, reír y, sobre todo, amar, amar con corazón humano.

“La Palabra no está fuera de tu alcance…está en tu corazón…” El sentido que los pueblos semitas daban a la palabra es: “Una realidad que nace y crece en un corazón, se pronuncia y anuncia con los labios, penetra los oídos de los otros y tiene como destino los corazones”. Cuando la Palabra sale de la boca de Dios tiene siempre como destinatario al hombre y le lleva luz que transforma, belleza que llama, paz que colma la vida. Dios pronuncia primero su Palabra para el hombre: “hijo”; por eso el hombre puede pronunciar su palabra a Dios: “Padre”. Es una dinámica que va de corazón a corazón.

El segundo “medio” que señalaba el monje era la oración. Hay muchas maneras de orar, algunos maestros espirituales afirman que “todo debiera ser oración en el ser y hacer del hombre”. La palabra es propia de Dios, la oración es propia del hombre. Jesús mismo, en cuanto hombre, se tomaba tiempo para orar y la oración podía aflorar de su corazón en cualquier momento. ¡Le era espontáneo comunicarse con su Padre! También debiera serlo para nosotros. Justamente las Iglesias Orientales buscan “orar sin cesar”. El modo es lo que ellos llaman “la oración del corazón”, la que aprendimos al leer “Relatos de un peregrino ruso”. Aquí la oración se hace palabra. Palabra que pronuncia el Nombre de Dios, palabra que alaba, agradece, pide, bendice. La oración puede ser también silencio contemplativo, atracción fascinadora. Puede ser gemido o llanto, cuando el alma está conmovida por el dolor y el desconcierto. Si por la Palabra Dios descendió hasta el hombre, por la oración el hombre se eleva hacia Dios..

Por último la “austeridad de vida”. Nos ha sido dado vivir una época prodigiosa, el peligro de una época como la nuestra es la fascinación idolátrica, esto es: la fascinación por lo material, lo que los últimos Papas han llamado “el materialismo ateo”. Hoy lo material se identifica con la tecnología, con artefactos, máquinas, automóviles, casas… Tanto es así, que el hombre termina creyendo que la felicidad es igual a tener mucho, aunque en su ser íntimo sea pobre. Los medios de comunicación, desde el celular a la TV, pasando por los ordenadores y la publicidad, ejercen un impacto inmenso y crean necesidades que el hombre, desprevenido y sin capacidad crítica, sigue muy naturalmente. Los Padres del desierto supieron seguir, muy radicalmente, un camino de libertad y por eso de armonía y de paz: se centraron en el ser y no en el tener. El hombre actual es permanentemente tentado por antiguas y nuevas esclavitudes. Es más “consumista” y menos “creativo”, apegado a las góndolas de los grandes centros comerciales se sume en una dependencia muchas veces enfermiza. Si los grandes centros de ventas cerraran sus puertas los feriados, ¡cuántos no sabrían que hacer en un día libre!

Este mes, en el que la Iglesia celebra particularmente al Corazón de Jesús, me parece bien que meditemos sobre las tres palabras que me regalara el monje Trapense hace ya tantos años. La Palabra proviene de Dios y tiene como destino al hombre. La oración y la austeridad de vida son dos modos por los que el hombre se eleva hacia Dios. Como adoradores y adoratrices sabemos en quién hemos puesto nuestra esperanza, sabemos en quién confiamos y a quién nos confiamos: a Jesús, que nos confió el misterio de su Cuerpo y de su sangre.

Cuando, cada tanto, medito el texto de San Lucas sobre los discípulos de Emaús, me detengo en la parte final, parte que me conmueve. “Cerca de la aldea donde iban, hizo ademán de seguir adelante; pero ellos le insistieron diciendo: -Quédate con nosotros, que está atardeciendo y el día ya va de caída. Él entró para quedarse. Recostado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición lo partió y se lo ofreció. Se les abrieron los ojos y lo reconocieron…pero Él desapareció…” (Lc.24,28-31) Llama la atención la afirmación del Evangelista: “Entró para quedarse”, pero luego “desaparece”. En realidad, entró con los dos discípulos, entró para quedarse… y se quedó, ¡en la Eucaristía! “Desapareció” de un modo y “permaneció” de otro. ¡Se quedó en la Eucaristía! Nosotros hemos recibido la gracia de “reconocerlo”, de saber “donde vive”, ir a su casa y “quedarnos con Él”.

Ahí está la Palabra hecha Pan. Ahí está la Palabra hecha un trozo de Pan, está en una austeridad infinita. ¡Apenas es un pedazo de pan, fruto del trigo y del trabajo del hombre! Que este mes de junio sea un tiempo particular para escuchar la Palabra, escucharla con y como María. La Palabra que se hizo carne en ella, ahora es Pan de Vida y está ahí, en el Sagrario, está para nosotros. Está para enseñarnos “la única cosa importante”, lo demás, todo lo demás “viene después”, por eso: austeridad y libertad. Entonces sabremos que “el amor de Dios ha llegado a su plenitud” en nosotros.

Desde el Santuario de Sión del Padre les deseo un mes muy bendecido, vivido muy cerca de la Eucaristía, acompasando nuestro corazón al Corazón de Jesús. Que Dios les muestre su rostro y les bendiga:

P. Alberto E. Eronti

4/6/11

Y subió al Cielo

El pasaje de este domingo VI de Pascua hace referencia a la Ascensión del Señor al Cielo. Si recordáis Jesús dijo a María Magdalena, la primera persona a la que Él se le apareció : “Ve y dile a mis hermanos que me esperen en Galilea”. Es en este lugar donde se desarrolla todo este pasaje.

En Galilea, Jesús quiere mostrarles todo lo que les ha enseñado de sí mismo. Primero, subió a un monte, al monte de las bienaventuranzas. Allí, rodeado de gente les propuso un programa de felicidad y sobretodo que su recompensa sería el reino de los cielo. Más adelante, subió al monte Tabor en donde allí se transfiguró delante de ellos y les enseñó la gloria. Jesús les convoca en Galilea y les refresca la memoria.

En ese momento, los once que están presentes en el monte somos nosotros, la Iglesia Peregrina en la tierra. Jesús ha querido recordarnos todo aquello para encomendarnos la misión: Jesús quiere que seamos sus testigos por todas partes. Jesús ha recibido toda la autoridad de su Padre, ¡Ya es Señor de Cielo y Tierra! Y por lo tanto, nos encomienda la misión de bautizar en su nombre por toda la creación. Esta es una misión que se extiende por toda la Iglesia, y es así como funciona la Evangelización. Los apóstoles tienen que empezar de nuevo. Solo que ahora ya tienen ellos que formar la Iglesia. Es el momento de la expansión de la Iglesia. El bautizo es “la puerta de entrada” para formar parte de ella.

Finalmente, como siempre les promete que no les va a dejar solo. Les dice que estará con ellos para siempre.

Es una tranquilidad que Jesús no nos deje solos porque la misión encomendada tiene su dificultad. En otras ocasiones nos advirtió que íbamos a ser despreciados y perseguidos como fue él. La Evangelización es una tarea que requiere de mucha paciencia y perseverancia. Por eso, Jesús estará a nuestro lado en todo momento cuando le necesitemos.

JESÚS, GRACIAS POR QUEDARTE A NUESTRO LADO. AYUDANOS A TRANSMITIR TUS ENSEÑANZAS COMO TU LO HICISTE CON NOSOTROS.

Santiago Checa Rubio.