Hay países que siguen matando a niños de muchos modos diferentes, haciéndolos trabajar de un modo y en condiciones infrahumanas. Niños que siguen muriendo. Y no digamos nada de esos niños usados en las guerras.
Hoy sigue viviendo en muchos corazones aquél rey Herodes, injusto y asesino. Aquél rey que buscaba el poderío, el placer carnal, el vicio, la bebida, las drogas... Hoy sigue vivo aquel rey asesino.
Hace dos días la prensa señalaba una noticia: en los pulmones de un aborto de esos de ocho meses, había aire. ¿Qué quiere decir esto? Había aire, el niño, había respirado por medio de sus pulmones, totalmente formados.
Una médico de una de las clínicas, declaraba en un programa de radio por la mañana, que era un feto, que no era un niño. ¡Qué barbaridad! ¿Será médico? ¿O quizás habrá equivocado la profesión? ¿Será verdugo? Lo que está claro es que es una asesina de niños. Herodes, no está tan lejos.
¿Qué hacían con los cuerpos de los niños asesinados? Se han encontrado, por la policía, máquinas trituradoras por donde pasaban los cuerpos de estos niños, vivos, respirando con sus pulmones. Y luego, a la alcantarilla, como un desecho más, como la orina... ahí van esos difuntos, escondidos, triturados... ¡Qué barbaridad!
El placer, el divertirme, el practicar el sexo, porque de mi cuerpo mando yo... ¿Y luego qué?
En la Iglesia hoy celebramos a los niños de Belén, pero también venimos denunciando estas barbaries humanas, en la Iglesia seguimos estando en contra del sexo libre, del sexo-mercancía, por ir en contra de la dignidad humana. En la Iglesia nos oponemos frontalmente al asesinato, del tipo que sea. En la Iglesia acompañamos al hombre para su bien, y llamamos a cada cosa por su nombre.